Las semillas aún no me ven, pero me enseñan que en la huerta no hay atajos. Lo anoté hace unas semanas en la libreta: algunas personas creen que la luna en cuarto creciente es la mejor para sembrar calabazas. Faltaron un par de días para alcanzar esa fase y sacarlas de la alacena para llevarlas al semillero. ¿Por qué me adelanté? Quizás me pudo el afán de tachar una tarea de la lista que nunca acaba de pendientes. En esta parte del mundo también soy un pequeño roedor incansable —así funciona el autoengaño—, haciendo girar la rueda sin saber muchas veces para qué o hacia dónde se dirige.
Una se inclina, prepara tierra y abono, vacía almácigas y rompe la tierra para hacer surcos. Una siembra, espera, riega, mira el cielo, sigue esperando. Una aguarda y si hay suerte también llenará la despensa. Así, en el mejor de los casos. Las cosas se dan y habrá pimientos, berenjenas, tomates, calabacines, zanahorias y lechugas. Hay días en los que no pasa absolutamente nada, pero otro universo bulle bajo la tierra. En estos ritmos la espera no es un obstáculo, forma parte del proceso. No tendrás éxito de repente ni un resultadoinmediato, no encontrarás aquí medidas de rendimiento ni trucos para llegar más rápido a la meta. Hay paciencia, incertidumbre, tormentas, ciclos, cosas que simplemente no se dan. Aquí, con una azada, aprendo que no todo es posible. Más allá de la voluntad, el esfuerzo o las creencias, una acepta los límites del cuerpo y de los días, la necesidad de detenerse, la paciencia, la pérdida, el lugar que le gustaría ocupar y desde el que mirar. Radical viene de raíz, y quizás necesitemos esta forma de conciencia, una que nos abra el camino para sentir que de verdad vivimos los días, atentos, sin un peso urgente sobre nosotros que nos insta a producir, con esa sensación constante de desperdicio por no hacer, no llegar, no estar, sentir que se va el tiempo y el reloj no se detiene, se apresura.

Atelier de Grillinger Bibel, Spiegel der Weisheit par Ulrich von Pottenstein, v. 1430
Al empezar me sentía mal, dentro de mí un dedo acusador señalaba: deberías estar trabajando. Ahora sacho la tierra y golpeo más fuerte al pensar en lo irónica y perversa —ytambién normalizada—, que es la expresión ganarse la vida. ¿Desde cuando se convirtió en sinónimo de rendir, producir, estar a la altura, ser útil y demostrar que no hay nadie mejor?En ese intento muchas veces la perdemos: enfermamos de cansancio, nos venimos abajo, nos invade la tristeza, nos roban las ganas, nos dejan sin tiempo. Una comida que nos envenena no es casualidad ni simple elección, es una consecuencia atroz de este mandato.
¿Cómo afrontar esta lógica no neutral? Parece que hemos sido enseñados a tener miedo a la pausa y al camino equivocado, a escapar de la lentitud porque vamos directos al fracaso. Lapedagogía de la prisa llega hasta nuestros deseos, a la forma de alimentarnos. ¿Por qué eliges la comida rápida? ¿Qué significa “cocinar rápido”? ¿Qué supone pedir constantemente a domicilio? ¿Qué sombras y sacrificios se esconden tras todos estos atajos?
Ahí se cuela, casi sin notarse, un modelo alimentario que se sostiene sobre urgencia fabricada e impuesta. Comida ultraprocesada y lista en cinco minutos, con anuncios quenos distraen para mirar a otro lado, para agigantar la distancia a lo real. ¿No es acaso un síntoma de la vida que se nos roba? Cocinar, preparar un huerto, regar, comer bien, ir al mercado, requiere tiempo, dinero y circunstancias: difícil tarea para un cuerpo no conoce otra condición más allá de estar agotado, triste y repetirse eso de “no me da la vida, no llego”.
Cocinar es un acto político. Implica disponer de tiempo, también de saberes, para organizarse con otros ritmos y modos, fuera de lógicas de producción y rendimientos. En un sistema que nos quiere veloces y eficientes, siempre dispuestos, cocinar es resistir, tener un margen propio y reclamarlo.
Entre estos surcos hay momentos, maneras de hacer y entender, estaciones, aciertos, y también fallos, plagas y tormentas que te devuelven al punto de partida. No acaba el mundo, así es la vida, imprevisible; y afortunadamente no es algo que podamos envolver, tirar a la basura, y como si nada. Dice mucho que hoy tengamos que pelear por la lentitud, que un derecho de todos se haya convertido en privilegio para pocos. Sembrar, cocinar,escribir, pensar, caminar, perderse: prácticas lentas con las que recuperar la atención, la mirada, la presencia, la escucha, la sensación de formar parte. Frente a la fecha de caducidad, exijamos buenas políticas del cuidado para sostenernos. Frente a la prisa y la presión de producir sin parar, que vengan otros días: de brotes, sementeras y fermentos vivos, de palabras y ollas que piden reposo. Hay ideas que, como algunos guisos, llegan al buen sabor en compañía, cuando el mundo para, espera y mira.