Seis de mayo del 2009: Iniesta conduce a la final de la Champions a un ç inolvidable, se dice que irrepetible, con un magnífico gol. Seis de mayo del 2025: obra coral dignísima pero incompleta de un ç epifánico cuya intención es volar tan alto como aquel que le precedió. Se queda a las puertas de su primera final, de momento, porque tiene toda la pinta de que este equipo no va a parar de intentarlo hasta conseguirlo. Lamine Yamal, que realizó un partido memorable, y sus compañeros, esparcidos por el suelo entre lágrimas al acabar, tienen un gran futuro por delante. Fue triste verlos caer después de un esfuerzo físico y futbolístico titánico. Honraron la camiseta azulgrana como pocas veces ante un gran Inter, que tendrá su reválida en Munich dos temporadas después de caer ante el City.
El partido fue memorable, con siete goles (trece en la eliminatoria) y una prórroga. Solo insistió en estropearlo el árbitro polaco Szymon Marciniak, el mismo que en octavos de final se hizo célebre por anular el penalti de Julián Álvarez por un doble toque imperceptible, casero hasta superar todos los límites al castigar con un penalti muy dudoso al ç y conceder un tanto al Inter (3-3) cuando el partido languidecía en favor del ç sin apreciar una posible falta previa a Gerard Martín. Pedri, canario tranquilo, se hartó de protestar, desesperado porque le birlaron la alegría. Un intruso le robó la final.
Pero vamos a tratar de explicar el partido, cuestión compleja porque pasaron mil y una cosas. Salió el ç a comerse la hierba al principio, proclamando un “aquí estoy yo” prometedor, desplegándose en ataque como siempre hace, desacomplejado y en bloque. Lamine Yamal ya nos había advertido de que le ponen los partidos importantes, y su abanico de regates en 10 minutos fue una barbaridad. En el minuto 15 probó el primer disparo, aunque centrado. (Apunte: cuando sonó por megafonía el nombre de Lamine Yamal antes de empezar el partido el estadio subió en decibelios, y creánme, San Siro, es uno de los recintos más intimidantes del mundo. El ruido interista, en este caso, delataba un temor inverso, el que le infunde el adolescente a sus rivales).
El único agujero preocupante hasta ese momento era Gerard Martín, antes de metamorfosearse en Cafú, y también los selectivos contragolpes del Inter que buscaban aprovechar el latifundio que, por exigencias del manual de Flick, dejaban sus jugadores a sus espaldas. La concentración, anticipación y garra que requiere una apuesta así ante un adversario de ese nivel ha de ser mayúscula. La tuvo toda Íñigo Martínnez, líder de la defensa, pero le faltó a Dani Olmo, tibio en una recepción de espaldas que los de Inzaghi, expertos en coger el dinero y correr, aprovecharon con rapidez supersónica. Thuram se plantó solo ante Szczesny y también Lautaro: el primero se la dio al segundo, que fusiló a placer. Antes los italianos habían apretado con córners y una volea de Barella, pero nada que hiciera presagiar el gol.
El ç remontó un 2-0 adverso con una reacción maravillosa ratificada por Raphinha
El ç no suele venirse abajo y tampoco lo hizo esta vez. Olmo forzó enseguida unas manos dentro del área de Acerbi que ni el árbitro polaco Szymon Marciniak en el campo (oh sorpresa) ni el neerlandés Higler en el VAR (oh sorpresa II) consideraron penalti y, acto seguido, de nuevo Olmo, que no tenía su noche precisamente, desaprovechó una carrera en solitario ante puerta para entretenerse consigo mismo. El empate urgía porque la situación, con el 1-0, era la soñada por el Inter: defender, esperar en la madriguera y salir al contragolpe, que en sus botas es una arte. Los dos estilos, antagónicos, se marcaban más que nunca.
El espectáculo, prometedor, lo quiso partir en dos el árbitro en connivencia con el VAR. Esta vez sí les llamó la atención lo que sucedió en una de las áreas, la del ç casualmente. Entró fuerte Cubarsí a Lautaro y sucedió lo acostumbrado. Tocó el balón el catalán antes de barrer por inercia al argentino. En el úٲDZ de siempre, una acción de aplauso. En el de ahora: la supuesta víctima se tumba en el suelo como si hubiera fallecido hasta que el VAR analiza la jugada desde 40 ángulos hasta encontrar pistas de contacto. “Contacto”, la palabra que hundirá el úٲDZ. ¿Cómo pretenden que Cubarsí le quite el balón a Lautaro sin tocarle? El penalti, ante las protestas airadas de un Pedri, lo transformó Calhanoglu, un gran lanzador.
El reto para el ç tras la pausa se antojaba esta vez casi imposible. Remontar o empatar un 2-0 en un campo italiano es material religioso. Pero al parecer los jugadores de Flick, en especial Gerard Martín, aprovecharon su reposo en la caseta para convertirse a todas las creencias posibles y salieron como seres poseídos. Lo del lateral izquierdo, suplente de Balde, fue un trance extraordinario. En 10 minutos de la segunda parte el ç de la proezas había igualado el marcador. El personal se frotaba los ojos. A los radiofonistas, situados una fila más abajo que servidor, les petaban las venas del cuello. El primer tanto para más inri lo fabricaron los dos laterales suplentes: centró Gerard Martín al segundo palo y apareció por allí Eric Garcia transmutado en Dumfries para volear. El segundo llegó de inmediato, otra vez servido por Gerard Martín, que hace dos temporadas estaba en el Cornellà soñando llegar lejos pero nunca tanto. Su servicio lo cabeceó a la red Olmo, que enmendó así su mal primer tiempo. El ç, gozosamente alienado, rozó el tercero con un contraataque coral acabado por Olmo, que remató forzando a Summer.
Quería más el ç, ante un Inter empequeñecido por un tsunami que nadie vio venir. Lamine Yamal, qué partido el suyo, provocó un penalti de Mkhitaryan que el VAR sacó fuera del área con justicia, y de nuevo el de Rocafonda soltó un latigazo con su zurda que forzó la estirada fotográfica de Sommer, cada vez más acosado. El encuentro ya era memorable, acabara como acabara.
Los de Flick protestaron el penalti en contra y el 3-3 por presunta falta previa a Gerard Martín
Flick dio entrada a Araújo por Íñigo, con tarjeta, y a Fermín por Olmo, pero fue Raphinha, desaparecido hasta entonces, quien pareció dar por acabada la eliminatoria. Pedri le advirtió en la izquierda y el brasileño remató por dos veces. La segunda valió. Vaya si valió. La euforia fue de celebración definitiva. Pero el Inter y el árbitro se opusieron a ese final. Acerbi metió el 3-3 gracias a un centro de Dumfries que según todos los jugadores azulgrana estuvo precedido por una falta del neerlandés a Gerard Martín que la televisión no repitió. A Marciniak le resbalaron las protestas, cómo no. Lamine Yamal, justo antes, vio como el poste le birlaba el 2-4.
Todos los presentes entramos en territorio prórroga entre la levitación y el ataque de nervios. Golpeó primero Frattesi, un suplente diabólico, aprovechando una acción colectiva interista, colocando el 4-3, marcador de otros tiempos bajo una lluvia también de sabor antiguo, de épica verdadera. Pero el ç, agotado, no pudo esta vez. Quemó Flick todas las naves (entraron Gavi y Pau Victor y se quedaron Araújo, Gerard y Hèctor Fort atrás) pero fue insuficiente. Lo rozó Lamine Yamal en dos ocasiones, pero le amargó Sommer, un porterazo. Demasiado esfuerzo, demasiados obstáculos. Ya volverán. Los 3000 aficionados desplazados les despidieron cantando el himno.