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Menos miedo

Menos miedo
Presidente de la consultora Sarah Marlex

He palpado el miedo en algunas organizaciones. Lo he visto en los gestos. Lo he oído en estruendosos silencios. Lo he sentido en reuniones donde hay mucha gente que parece que se vigilen unos a otros. Lo he percibido en directivos que se sienten en una especie de jaque constante, como si ya no se atrevieran a ser ellos mismos. Resultan curiosas esas organizaciones que escogen a alguien para la alta dirección por sus cualidades profesionales y humanas y cuando ocupan el cargo parece que solamente cuenten sus cualidades profesionales. Pueden cambiar de vestido cada día, pero nunca dejar los pies de plomo en casa. Como si la franqueza y la cercanía fueran cosa de cuando no eran tan importantes. Por desgracia he conocido casos peores. Organizaciones grandes donde se conspira a destajo. Y los que conspiran ya no saben si es por poder o porque ya no saben estar de otro modo. Conspiran como respiran. Me recuerdan las memorias de Iacocca. Que en vez de las memorias de un directivo de Ford parecen una novela negra. Por suerte, he conocido empresas donde la confianza gana al miedo por goleada. He disfrutado de empresas sin politiqueo, con más complicidad que recelos. Con lógicas de colaboración sinceras. Donde hay problemas, desajustes, desacuerdos, pero no necesitan implantar una cultura del miedo para resolverlos. Con la prudencia es suficiente. Una prudencia nacida del sentido común. La prudencia tiene un punto racional. El miedo es muy emocional.

Y lo curioso es que el miedo echa raíces en la cultura corporativa. El miedo aparece cuando uno tiene que hacer según qué, decidir según qué, exponer según qué, actuar según cómo, hablar con según quién. Aparece cuando uno está solo o cuando está acompañado. He conocido empresas en las que presentar propuestas al comité de dirección era como acudir a un tribunal, en el que además nadie tenía claro qué entraba en el examen y qué no. Son organizaciones enfermas de miedo. La jerarquía autoritaria es un acelerador del miedo. La opacidad es un catalizador del miedo. La arbitrariedad es proveedora de miedos profundos.

11 September 2024, United Kingdom, London: People walk near Tower Bridge past the City of London skyline, the capital's financial district, as the Office for National Statistics (ONS) reports that the UK economy unexpectedly flatlined in July for the second consecutive month. Photo: Vuk Valcic/ZUMA Press Wire/dpa

Panorámica del distrito financiero de Londres

Vuk Valcic/ZUMA Press Wire/dpa / Europa Press

Podemos tener miedo a no saber hacer algo, a quedar mal, a no dar la talla, a equivocarnos, a perder la reputación, a perder el trabajo. Pero los miedos densos son miedos a alguien. Son pesadillas que llevan nombre y apellido. Detrás hay jefazos o jefecillos que proyectan sus inseguridades profundas o que contagian sus propios miedos a todo un equipo o un departamento. Distribuyen miedo por mediocridad. A menudo, cuando conversamos con gente que tiene responsabilidad en una empresa, constatamos que hay que tener mucho cuidado. Que un comentario hiriente deja a alguien noches sin dormir, que un desaire desafortunado puede desequilibrar durante días. Llevar a la gente a vulnerabilidades innecesarias es mezquino. Tener responsabilidad conlleva estar en guardia con nosotros mismos. El miedo paraliza. El miedo crea ecos sordos. El miedo desactiva atrevimientos imprescindibles. Atenaza almas.

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La jerarquía autoritaria es un acelerador del miedo, la opacidad es un catalizador del miedo y la arbitrariedad es proveedora de miedos profundos

Hace años, Pilar Jericó nos introdujo inteligentemente su mirada sobre el no miedo y hoy uno de los libros de management que más éxito tiene es del d’Edmondson La organización sin miedo . Su concepto sobre seguridad psicológica ha hecho fortuna. Es pura sensatez. Necesitamos espacios para crecer, para desplegarnos sin miedo. Para poder dar lo mejor de uno mismo se requiere confianza. El miedo mata la confianza en uno mismo y en los demás. El miedo sepulta los problemas. Pero los problemas resucitan.

Si uno va con miedo a equivocarse, si uno tiene miedo de arriesgar, convertimos nuestras inercias en ortodoxias. Necesitamos menos proveedores de inseguridad y más líderes que hagan crecer a la gente. Que les propongan atreverse. Que les levanten a preguntas. Que inyecten energía positiva. Que diluyan las amenazas sin sentido. Que inviten a hablar sin meandros. No necesitamos ni alfiles de la zozobra ni roedores de la ilusión. Necesitamos gente que sean referencia de positividad. Que si son prudentes no es por miedo, sino por templanza. Menos lacayos de la estulticia corporativa. Más miradas limpias. Menos miedo, más brillo en los ojos.

Las empresas deben ser espacios de tensión. Pero no de miedo. Vivimos en la tensión de competir y de abatir nuestros objetivos. Por eso sobrevivimos. La tensión se puede positivizar. El miedo, no. Las empresas deben ir en serio, sortear inseguridades y hacer que las cosas pasen con sentido. El miedo puede llegar a volverse estructural. Si acostumbramos a la gente a contenerse y a obedecer en un contexto de miedo, aunque después les pidamos que se atrevan, que sean emprendedores, que innoven, no sabrán ni cómo empezar. Desaprender el miedo no es nada fácil. Por eso necesitamos gente que sea capaz de ir muy en serio, de presionar para que las cosas pasen, pero sin recurrir al miedo, sin perder el hilo de las complicidades básicas. Con miedo la gente crece poco y mal.

Principios

Ser directivo conlleva saber transmitir seguridad psicológica a los demás; el miedo hace crecer poco y mal

Siempre hemos pensado el miedo como algo que se provoca arriba y se vive desde abajo. Pero he conocido a muchos directivos con miedo. Directivos con miedo a los malos resultados que pueden comprometer el futuro de la empresa. Miedo a la tiranía de algunos clientes o a proveedores especiales. Miedo al conflicto. Miedo a dar malas noticias o miedo a decirle al rey que hace tiempo que va desnudo. Miedo a que asome por el espejo el principio de Peter. Directivos que tienen miedo ante algunas personas tóxicas de sus equipos. El buenismo siempre tuvo a muchos miedosos contumaces detrás. El miedo no es patrimonio de ningún estamento. Pero liderar, ser directivo, conlleva el saber transmitir seguridad psicológica a los demás. Estamos para crecer haciendo crecer. Para cuestionar silencios sospechosos. Estamos para tirar a la gente para arriba desatando capacidades que solamente salen a flote cuando ahogamos el miedo. Avanzar sin miedo no es garantía de éxito, pero permite aflorar la autenticidad. El miedo no nos permite esquivar la mediocridad. El miedo no deja espacio a la pasión. Y sin pasión, no pasa nada.

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