En los años de esplendor del Renacimiento, las cortes europeas mostraron un inusitado interés por lo exótico. Comenzaron a albergar lo que se conoció como gabinetes de las maravillas o cuartos de curiosidades, antecesores de los museos modernos que manifestaban la pasión por lo raro y lo asombroso. Cuando empezaron a florecer las ciencias (que se daban la mano con disciplinas heterodoxas como la astrología o la alquimia), se dio un gusto por lo “monstruoso” que hoy tildaríamos de morboso y extravagante.
En dicho contexto es donde se sitúa la historia del protagonista de estas líneas, Petrus Gonsalvus, un hombre que, por padecer una avanzada hipertricosis (estaba cubierto de pelo por todo el cuerpo y el rostro), se convirtió en una de las mayores atracciones de varias cortes europeas del siglo XVI.
Pero, contrariamente a lo que algunos puedan imaginar, no fue vejado por príncipes y aristócratas, sino que gozó de un estatus y privilegios reservados a las clases más notables. No obstante, la realidad es que hubo de sufrir un régimen de semiesclavitud precisamente debido a su extraña condición.
En jaula de oro
El historiador italiano Roberto Zapperi, que indagó en su figura en distintas colecciones, como el Archivo Secreto Vaticano, señala que Petrus Gonsalvus (nombre latinizado que le pondrían tras ser bautizado) nació en Tenerife en 1537, es decir, poco tiempo después de la conquista de las islas Canarias por el español Alonso Fernández de Lugo, que había derrotado a los guanches, nombre por el que se conocía a los aborígenes del archipiélago.
Aunque Gonsalvus se jactaría a lo largo de su vida de su procedencia hispana, entonces la nación occidental más poderosa, incidió en su “sangre real”, lo que ha llevado a varios investigadores a barajar la posibilidad de que se tratase de un guanche perteneciente a un linaje de jefes guerreros o pequeños gobernantes, conocidos entre la población autóctona como menceyes.

Retrato de Petrus Gonsalvus conservado en el castillo de Ambras
No hay registro alguno de sus primeros años de vida, y no será hasta que cuente diez años, al ser descubierto por europeos y literalmente secuestrado para enviarlo a la corte francesa como presente para el rey Enrique II de Valois, cuando su existencia engrose la historia.
Cuentan los cronistas del rey galo que Petrus Gonsalvus (que no tardaría en castellanizar su nombre, quizá para pasar más desapercibido, por el de Pedro González, o Gonzales, escrito con grafía diferente según la fuente), fue ocultado en una bodega de un barco que partió de Tenerife con destino al puerto de La Rochelle, y de allí sería trasladado a la corte parisina.
Gonsalvus fue, por tanto, un presente que probablemente un noble, comerciante o dignatario hizo al monarca galo con motivo de su coronación en la catedral de Reims en 1547.
Enrique II de Valois, como buen monarca renacentista, mostró un gran interés por lo exótico y lo extraño, al igual que su esposa, Catalina de Médicis, a la que asesoraba el médico y profeta Michel de Nôtre-Dame, el celebérrimo Nostradamus. Al parecer, cautivado por la presencia de Petrus, el soberano brindó al nativo tinerfeño una esmerada educación y no tardaría en otorgarle un puesto en su corte, comenzando la singladura palaciega de aquel peculiar personaje.

Enrique II de Valois
Enrique II, que comprendía la lengua española, conoció de boca del propio Gonsalvus sus orígenes nobiliarios guanches. Su aspecto hizo que fuese considerado un exponente del mito, entonces muy en boga, del “hombre salvaje”, que hacía referencia a la supuesta existencia de hombres primitivos monstruosos (mitad humanos y mitad animales) que tenían su cuerpo cubierto de vello, según algunos relatos de Indias. De hecho, debido a esto, durante años sería conocido como el “sauvage de Tenerife”.
Y el monarca galo pondría todo su empeño en desterrar ese aspecto “indómito” del personaje, inculcándole una buena educación: puso a su servicio un tutor que instruyó a Petrus en humanidades y latín, lengua exclusiva de la aristocracia y el clero, cuyo conocimiento otorgaba estatus social, y los sirvientes del monarca lo ilustraron a su vez en los usos cortesanos.
Para Petrus, Enrique II destinó un puesto de gran prestigio, reservado a los nobles de alto rango, el de “servicio de boca del rey” (sommelier de panneterie-bouche du roi), con un sueldo nada despreciable de 240 libras anuales. Además, al ser descendiente de un aristócrata o rey guanche, se le concedió el derecho de anteposición del “Don” a su nombre.
El diplomático italiano Giulio Alvarotto, destinado entonces en la corte francesa, describiría a Gonsalvus con las siguientes palabras: “Su cara y su cuerpo están recubiertos por una fina capa de pelo, de unos dedos de largo [9 cm.] y de color rubio oscuro, más fina que la de una ‘marta cibelina’ y de olor bueno, si bien la cubierta de pelo no es muy espesa, pudiéndose apreciar bien los rasgos de su rostro”.
Matrimonio y descendencia
En 1573, Petrus Gonsalvus se casó con una joven parisina de la que las fuentes historiográficas solo conservan el nombre, Catherine, al parecer dama de compañía de la reina Catalina de Médicis, en lo que probablemente fue un matrimonio pactado, pero que sería finalmente fértil y, según sus contemporáneos, feliz. Las crónicas describen a la mujer como de gran belleza, quien accedería a una exótica unión que algunos barajan como posible origen del cuento de hadas francés La bella y la bestia.
Petrus y Catherine, con la que aparece en varios retratos que hoy suponen un testimonio de gran valor sobre la existencia del “sauvage” y su vida cortesana, engendraron seis vástagos, tres varones y tres hembras, cuatro de los cuales heredarían la rara dolencia del padre: Enrique, cuyo nombre era un claro homenaje a su protector, Madeleine, Antonietta y Horacio. Los otros dos, François y Ercole (que moriría siendo apenas un niño), nacieron sin hipertricosis.

Petrus Gonsalvus y su esposa Catherine
La más célebre de todos ellos fue Antonietta, que en las cortes europeas sería objeto de estudio de varios humanistas y modelo de pintores de cámara.
A la muerte de la reina madre Catalina de Médicis, el duque de Mayenne cedería la protección de la familia a Ranuccio Farnesio, duque de Parma, región italiana a donde sus integrantes viajarían alrededor de 1590. Según recoge la historiadora estadounidense Merry E. Wiesner-Hanks en un monográfico, “los Gonzales dependían de los Farnesio para su sustento y, aunque no eran esclavos, tampoco eran completamente libres”.
De hecho, la familia fue tratada como mercancía: el duque Ranuccio hizo entrega del hijo varón mayor de Petrus, Enrique, como regalo a su hermano Odoardo, cardenal muy interesado también en lo insólito. Eso sí, a pesar de su falta de libertad de movimientos, gozaría de amplios privilegios, pues Enrique pasaría a vivir en el palacio Farnesio en Roma, adonde lo acompañaría más tarde su hermano menor, rompiéndose así el hasta entonces férreo círculo familiar.
Cuenta Zapperi que al parecer Petrus buscó en cada uno de sus destinos un remedio para su dolencia y la de sus hijos, para acabar con su pilosidad, pero nunca lo encontró.

Retrato de Antonietta
Después la familia se trasladó a Bolonia. Aunque Petrus y su esposa ya habían sido retratados, sería a partir de entonces cuando artistas de múltiples países los inmortalizaran y cuando especialistas de diversos campos los sometieron a todo tipo de análisis por su singularidad, cual cobayas de laboratorio.
Cuando tuvo lugar la toma de Amberes, la familia Gonsalvus, que se encontraba allí (salvo Enrico y Horacio, que seguían en la Ciudad Eterna) fueron enviados a la corte de Felipe II. Después, continuaron viajando por Europa como prodigios de aquel tiempo de asombro y superstición.
En 1618, Petrus Gonsalvus fallecía plácidamente en Capodimonte, Italia, a la avanzada edad de 80 años. Desaparecía el caso más antiguo documentado de hipertricosis del Viejo Continente.