Cualquier intento de descifrar por medio de la razón el comportamiento de Donald Trump en la actual guerra comercial durante la cual ha impuesto aranceles a islas deshabitadas cercanas a la Antártida, incluidas algunas diminutas habitadas solo por pingüinos, está condenado al fracaso. Trump es, ante todo, el “ showman en jefe” de Estados Unidos, y su arte consiste en interesar y emocionar a todos con lo que dice y lo que quiere decir y hacer adivinar lo que dirá a continuación. Es un narcisista que compite sin descanso por la atención del mundo, un actor cuyo público es todo el planeta. Su personaje teatral incluye eslóganes cuidadosamente formulados, actuaciones y atrevidas improvisaciones. Es un actor que lleva toda la vida interpretándose a sí mismo, como John Wayne en sus papeles, y le ha funcionado tan bien eso de interpretar el papel de líder y hombre de negocios que ha hecho una transición sin fisuras al nuevo papel de presidente sin pelos en la lengua. Quizás la briosa interpretación de su papel teatral sea una de las razones por las que el público contemporáneo lo aprecia y conecta con él: conscientemente irónico, imbuido de memes y desconfiado ante todos los llamamientos políticos en favor la autenticidad. Puede que a sus votantes no les guste todo lo que dice, pero su estilo parece... sincero. No lo es, por supuesto. Trump miente con una rapidez alarmante. Sin embargo, a millones de estadounidenses su enfoque burdo y desordenado les es refrescante, una bienvenida explosión de incorrección política de un hombre que se define por la cantidad de normas que es capaz de transgredir. Si la mala fe es un fenómeno universal, ¿por qué no acoger al mentiroso por excelencia? Lo paradójico de sus numeritos verbales llenos de un lenguaje sin rodeos es que sus seguidores saben que son un numerito. Trump lleva a cabo un acto performativo, como todos los vendedores. Cabría compararlo con varias figuras de las obras de Maquiavelo. Maquiavelo entendía la política como un ejercicio de teatralidad o de gestión cuidadosa de las apariencias.

“Día de la liberación”. El 2 abril Donald Trump presentó el programa de aranceles que ha provocado una caída de las bolsas y que proyecta la incertidumbre absoluta sobre la economía mundial; él habló de “día histórico”
En primer lugar, veamos en qué se inspira Trump para su autodestructiva guerra de aranceles. El respeto por el mundo académico o la ciencia en general no es algo que lo caracterice, pero la historia parece ser un campo de conocimiento al que el presidente tiende a recurrir cuando defiende su postura. De modo evidente, su nostalgia remite a épocas en las que Estados Unidos era todavía un actor geopolítico insignificante. Así, en su discurso de septiembre del 2018 ante las Naciones Unidas, invocó como referencia de su política exterior la doctrina aislacionista del presidente Monroe de 1823. Sus ambiciones territoriales en relación con Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá han revivido esa doctrina.
Y ahora Trump ha vuelto a citar la historia para justificar los estragos sin precedentes que la guerra de aranceles ha causado a escala mundial y a su propio país. Se ha referido a la edad dorada (desde finales de la década de 1870 hasta los primeros años del siglo XX) como una época de prosperidad en la que “Estados Unidos estaba en su apogeo” gracias a un régimen de aranceles altos y rápida industrialización. Sin embargo, ha pasado por alto la modesta influencia global de Estados Unidos en aquel momento, así como la extrema desigualdad en la que los célebres “magnates ladrones” prosperaron a expensas de la explotación de las clases trabajadoras. También es incapaz de darse cuenta de que el Estados Unidos de su retórica, un país “estafado” y “abusado”, es hoy, en la época del libre comercio, los aranceles bajos y la proyección geopolítica estadounidense global, la mayor economía del mundo (25% de la producción económica mundial) con el 4,2% de la población mundial, pero la más alta productividad gracias en gran medida a la automatización. Ajustado a la inflación, el PIB per cápita en Estados Unidos es hoy en día unas seis veces mayor que en la década de 1890. En el país de la nostalgia de Trump, Estados Unidos tenía “tanto dinero que no sabía qué hacer con él”. Sin embargo, esos excedentes se debían a la falta de servicios sociales, que hoy en día representan la mayor sangría de los dólares recaudados por los impuestos. Ni las guerras de Estados Unidos en Oriente Medio ni el coste de las alianzas militares de las que Trump quiere retirarse son las fuentes de sus descomunales déficits. Sí lo son Medicare y la Seguridad Social.
“Sus políticas están dando el golpe de gracia al declive imperial de EE.UU.”
Trump debería tener cuidado con lo que desea. A principios de la década de 1890, Estados Unidos sufrió varias recesiones económicas cuando el valor del dólar cayó, el mercado de valores se desplomó, la producción económica se frenó y el desempleo aumentó. Los pánicos de 1890 y 1893 representaron una espiral que condujo a, en aquel momento, la peor recesión económica en la historia de Estados Unidos, una situación que se agravó por la impopularidad de los aranceles de McKinley, percibidos como beneficiosos para la gran industria y perjudiciales para el consumidor medio. Eso provocó que los republicanos perdieran la Cámara de Representantes en uno de los cambios de poder parlamentario más significativos de la historia de Estados Unidos.
Otra de las ideas planteadas por Trump es la imposición de una “política de aranceles para todos” que le permitiría eliminar los impuestos sobre la renta. Anhela la época anterior a 1913, cuando en Estados Unidos aún no se habían implantado los impuestos sobre la renta. Se suponía que el gobierno iba a reducir el déficit federal mediante aranceles elevados. No funcionó entonces; y, dado que no hay ninguna comparación estructural concebible entre las responsabilidades del gobierno entonces y ahora, funcionará mucho menos hoy. No hay aranceles, por elevados que sean, capaces de hacer frente a los déficits actuales, por no hablar de la colosal deuda de Estados Unidos. Las cuentas no salen.
No obstante, Trump ha reducido el debate a una cuestión contable cuando el problema subyacente es que sus políticas están dando el golpe de gracia al declive imperial de Estados Unidos. Trump parece completamente ajeno a las verdaderas fuentes del poder duro y el poder blando estadounidenses. Basta con ver la temporada de caza que ha declarado abierta contra las instituciones científicas de Estados Unidos, desde las universidades de la Ivy League hasta los centros de investigación de fama mundial. También ha asfixiado a la Fundación Nacional de Ciencias, el principal organismo científico del país encargado de apoyar la investigación científica fundamental, y ha purgado el Departamento de Salud. La barbaridad se entiende mejor si tenemos en cuenta que el jefe de ese departamento y responsable de la purga es Robert Kennedy, un negacionista de la ciencia.
“Es un actor que lleva toda una vida interpretándose a sí mismo”
En un momento en que las empresas privadas están reduciendo su inversión en I+D, el gobierno federal no ha dejado también de recortarla. Se trata de un proceso ya iniciado por Trump en el primer mandato y que se está intensificando en el actual. En contraste, la enorme inversión en I+D realizada por China en 2024, unos 52.000 millones de dólares que supusieron un aumento del 10% con respecto al año anterior, constituyen el aumento porcentual más significativo en cualquier ámbito principal de financiación, incluido el gasto militar.
Además, Trump ha abierto un frente de guerra con prácticamente todos los países del planeta. Sus tácticas intimidatorias destinadas a arrebatarle Groenlandia a Dinamarca y cambiar el Estatuto del canal de Panamá, así como la luz verde dada a otros países para que obtengan ventajas territoriales por la fuerza (Israel y Turquía en Siria, y la Rusia de Putin en Ucrania), lo convierten en el legitimador de una nueva época hobbesiana en la que “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. Incluso cuando supuestamente media para lograr la paz en Ucrania, aplica tácticas de extorsión de estilo mafioso para conseguir derechos mineros. Trump también ha retirado a EE.UU. de organismos mundiales y proyectos multilaterales, como la Organización Mundial de la Salud y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático; y ha desmantelado Usaid, la cara de la proyección del poder blando estadounidense en el Sur Global y fuera de él.
Volvamos a la visión del actor-político de Maquiavelo. Si bien la teatralidad es esencial para el éxito político, según Maquiavelo, no es suficiente; y, en realidad, una dependencia indebida de la mera teatralidad, en lugar de contar con bases de poder más firmes, puede conducir al fracaso anticipado de una carrera política. Y ahora, en su locura arancelaria suicida, el actor ha cruzado una línea. La presidencia no es solo un arte escénico; lo que está en juego es lo más real y elevado posible, y el showman en jefe se ha visto obligado a recapacitar.
“EE.UU. actúa como deconstructor del sistema que convirtió al país en potencia”
La decisión de Trump de decretar en la guerra comercial una tregua parcial de 90 días de la que solo ha excluido a China, país al que incluso ha redoblado el castigo, ha sido su forma de rendirse ante la evidencia de que estaba abocando al país y, con él, a la economía mundial a una recesión. La cancelación de los aranceles recíprocos parece ser una medida particularmente brusca que ha distanciado al presidente de Peter Navarro, su gurú arancelario y autor de un libro donde se citaba a un falso “experto”, Ron Vara, para argumentar que los aranceles son buenos para la economía. Resultó que el “experto” Ron Vara era un anagrama del propio Navarro, que sabía lo que Trump quería oír. Los mayores donantes de Trump, en su mayoría inversores multimillonarios, han expresado su malestar y frustración por los efectos de los aranceles en los mercados... y en sus bolsillos. Es de esperar, aunque nunca es seguro, que Trump haya declarado su tregua para mostrar su alivio antes de empezar a negociar nuevos acuerdos comerciales. De hecho, Scott Bessent, el secretario del Tesoro, ha anunciado la visita de representantes de varios países para negociar un acuerdo que aligere sus sentencias.
A medida que intensifique la ofensiva arancelaria contra China, Trump se dará cuenta de que China dispone de munición suficiente para contraatacar. El país ya ha señalado que impondrá restricciones a Tesla, la compañía de automóviles de Elon Musk, cuyo negocio en China es fundamental para la empresa. También ha impuesto aranceles a los productos agrícolas estadounidenses, una medida que perjudica gravemente a los agricultores (un sector que votó por Trump), y podría además imponer una prohibición total a las importaciones de aves de corral, soja y otros productos exportados por Estados Unidos. Asimismo, podría dejar de cooperar en la lucha contra el tráfico hacia Estados Unidos de fentanilo, una droga dura cuyos ingredientes se fabrican en China. Otro golpe potencial podría infligirse en el sector de servicios de Estados Unidos, que disfruta de un superávit comercial con el resto del mundo y China, si se restringieran de las actividades en China de sus empresas de consultoría y sus bufetes de abogados, se llevaran a cabo investigaciones contra sus empresas tecnológicas o se limitara o prohibiera la proyección de sus películas en el país, uno de los mercados más grandes e importantes hoy para el sector. Desde el primer mandato de Trump, el gobierno chino ha invertido mucho en desarrollar una economía tecnológicamente independiente. Por otra parte, a Estados Unidos le será difícil encontrar alternativas a las importaciones chinas, que se han vuelto el doble de caras con una simple firma de Trump.
De todos modos, China posee muchas vulnerabilidades. Su economía se está desacelerando mucho y ha experimentado diversas crisis (incluso en el sector inmobiliario), así como la pérdida de gran parte del impulso del sector empresarial y tecnológico. En el 2018 China disfrutó de un crecimiento del 7% anual, el sector inmobiliario floreció y el país comenzó a desplazar su dependencia de las exportaciones como motor principal de crecimiento hacia el consumo interno; ello, en sí mismo, fue un movimiento políticamente peligroso: una sociedad de consumo tiende a aumentar la presión en favor de la democratización. No en vano, el presupuesto de seguridad nacional de China es superior a su presupuesto de defensa. En la actualidad, en cambio, el techo de crecimiento del país es del 5% anual, el sector inmobiliario está en crisis, el consumo privado corre el riesgo de deflación, el declive demográfico es un problema y las exportaciones vuelven a ser un motor importante para la economía nacional. China tiene un interés casi existencial en llegar a un acuerdo sobre aranceles con Estados Unidos. Al mismo tiempo, busca con su característica paciencia formas de eludir a Estados Unidos a través del comercio con Asia y Europa.
“Ahora, en su locura arancelaria suicida, el actor ha cruzado una línea”
La vieja Pax Americana nunca se basó, como en el caso del imperio británico, en la ocupación de tierras extranjeras y la represión de países colonizados. Fue en esencia, y a menudo de manera hipócrita y egoísta, un sistema de proyección económica, militar y cultural que reportó a Estados Unidos importantes beneficios económicos. Trump ha descubierto de repente que la crisis en la que ha sumido a la economía mundial ponía en peligro la piedra angular de la prosperidad de Estados Unidos: el dominio del dólar estadounidense como divisa de reserva y de los bonos a diez años del Tesoro estadounidense como activo universal seguro. Y también que ha emprendido el camino correcto para convertir en enemiga a Europa, codefensora junto a Estados Unidos del orden liberal construido inicialmente sobre la imagen y los intereses estadounidenses. ¿Qué razón tiene hoy Europa para rechazar estrechos vínculos comerciales con China? El plan de la Unión Europea (y de Alemania) de pedir grandes préstamos para impulsar los sectores de la defensa también podría alinearla con China en un afán común de desafiar el dólar como moneda de reserva mundial. Trump tendría que estar completamente desconectado en su burbuja y no darse cuenta de que el miedo a su guerra comercial ha alejado a los inversores del dólar y de que el mercado chino podría absorber parte del capital abandonado por Estados Unidos. El euro aún tiene un largo camino por recorrer (actualmente representa el 20% de las reservas mundiales de divisas), pero, si Estados Unidos se vuelve trumpianamente impredecible, obligará a Europa y China a darle la espalda y establecer un orden económico y financiero alternativo a Bretton Woods. Bretton Woods se construyó sobre la imagen de una Pax Americana benévola, no sobre un país beligerante y aislacionista que declara la guerra a quienes han sido sus aliados en dos guerras mundiales. En la reacción de Europa a la guerra comercial de Trump y a su acercamiento a Rusia a expensas de Ucrania y la seguridad europea, podría vislumbrarse la futura forma de la independencia europea. Gran Bretaña volverá a acercarse a Europa, y no solo en cuestiones de seguridad. Los países de la Unión Europea aumentarán rápidamente su gasto en armamento, pero también se asegurarán de que esas armas se fabriquen en Europa y no en Estados Unidos. Trump y su círculo apuestan con fuerza a que pueden acabar con la Unión Europea y sustituirla por una esfera renovada de dominación rusa en el este y un mosaico de Estados nacionalistas autoritarios en Europa oriental y central. En cambio, es mucho más probable que Trump esté creando una Unión Europea más unificada e independiente sobre la que Estados Unidos tendrá una influencia cada vez menor. Un “Estados Unidos solo” descubrirá que el aislamiento no es demasiado espléndido.
Trump le ha dado la vuelta a Tucídides. El historiador griego enseñó que la potencia en ascenso (en este caso, China) es, por definición, una potencia contraria al statu quo y a la que le interesa trastocar el orden existente, mientras que la interesada en mantenerlo es la potencia establecida (en este caso, Estados Unidos); ahora bien, Estados Unidos actúa ahora como el deconstructor del propio sistema que convirtió el país en la potencia más imponente de la historia de la humanidad. Estamos ante el caso de un imperio que se suicida, no de un imperio asesinado por una invasión de los hunos. Está por ver si la política arancelaria de Trump logrará o no convertir a Estados Unidos en el taller del mundo, tal como él pretende; en cualquier caso, lo que está claro es que, a largo plazo, la suma de sus políticas acabará mermando la posición geopolítica de Estados Unidos hasta reducirla a la irrelevancia.