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Otro papado escénico

Con el de Francisco, he conocido ya seis pontificados. Es la consecuencia de que se elija para ese cargo a varones de edades provectas o de que, como en el caso del infortunado Juan Pablo I, solo puedan ejercerlo durante un mes, lo que facilita la rotación. No descubro nada nuevo si les digo que, a determinadas edades, uno ya solo puede aspirar a ser presidente de Estados Unidos, rey de Inglaterra, magnate del Ibex 35 o Papa, aunque la lista de opciones se redujo tristemente cuando desapareció el empleo de secretario general del PCUS, también muy apreciado entre los septuagenarios.

Y hasta donde llega mi memoria, todos, sin excepción, fueron considerados profundos renovadores de la Iglesia, papas de los pobres y los necesitados, humildes como san Francisco de Asís y austeros como las sandalias de san Pedro. Hasta el punto de que cinco ya están en vías de beatificación y uno, Juan Pablo II, ha alcanzado la santidad. Si atendemos a la propaganda hagiográfica, eso no es de extrañar. Aunque llame la atención que Pío XII, que tuvo un papel un tanto indolente respecto a la persecución de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial y en la organización de la “ruta de las ratas” utilizada por los criminales nazis para huir hasta Argentina, con la connivencia del Vaticano, sea hoy “venerable” en fase de canonización.

FILE - Pope Francis dons a headdress during a meeting with Indigenous communities, including First Nations, Metis and Inuit, at Our Lady of Seven Sorrows Catholic Church in Maskwacis, near Edmonton, Canada, July 25, 2022. (AP Photo/Gregorio Borgia, File)

El papa Francisco en un encuentro con comunidades indígenas en Canadá, en el 2022

Gregorio Borgia / AP

Hasta las exequias de Francisco han recordado a las de Juan Pablo II de hace justo ahora veinte años, cuando a su misa de réquiem asistieron también unas 400.000 personas. Y es que, tras el discreto pontificado de Benedicto XVI, el Papa argentino se convirtió, como el polaco, en un fenómeno de masas, mucho más conocido por su intervención en asuntos seculares que en doctrina canónica.

En realidad, si de uno (Wojtyla) llegó a decir Mijaíl Gorbachov que “la caída del telón de acero hubiera resultado imposible sin Juan Pablo II”, del otro podemos afirmar que no hizo caer nada, pero no dejó charco político por pisar, ya que el abandono estético de los símbolos del poder no implicó el abandono de sus realidades.

Francisco justificó los asesinatos de ‘Charlie Hebdo’ y exhibió una extraña connivencia con Putin

No vean en esto el menor desaire al papado. Comprendo sin el menor problema los sentimientos religiosos ajenos siempre que no pretendan imponerse de la mano de algún fanático armado y, en su sentido más íntimo y personal, considero perfectamente respetable que millones de personas crean que el Papa es el vicario de Cristo en la Tierra y el intérprete de la revelación divina. Es más, no tengo el menor interés–ni siquiera el remoto deseo– en cuestionar el liderazgo espiritual que desde hace unos dos mil años ostenta el titular de la monarquía absoluta más antigua del mundo.

Otra cosa es que, igual que creo que los laicos no tienen nada que refutar de los dogmas de la Iglesia católica, les asiste todo el derecho a opinar sobre la actuación secular de una autoridad estatal que, como es el caso de Francisco, llegó a justificar los asesinatos de los periodistas de Charlie Hebdo, exhibió una extraña connivencia con Putin y se mostró mucho más dispuesto a cantarles las cuarenta a los líderes de las democracias liberales que a los autócratas. El hecho de que sazonara estas actitudes con chascarrillos sobre fútbol, guiños a algún izquierdista o comentarios de pasada aparentemente liberales sobre su consideración de las mujeres y los homosexuales (a efectos prácticos exactamente la misma que sus antecesores), no cambia para nada el diagnóstico.

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No sé si su papado escénico será de alguna utilidad para una Iglesia que quiere durar y no cuenta con más poder que la autoridad moral de anteriores épocas y la propia reputación del Papa, aunque todas las cifras parecen indicar que no. Lo que es evidente es que ha convencido a quienes menos le convenía convencer.

Como cardenal primado de Buenos Aires, en una fecha tan reciente como el 2010, ante la ley de uniones civiles (que permitía las del mismo sexo) que preparaba el Parlamento argentino, llegó a decir que suponía un rechazo frontal a la ley de Dios: “No se trata de una simple política; es la pretensión destructiva del plan de Dios”. Las reacciones en Argentina fueron tajantes y su tono fue tachado de oscurantismo medieval. Finalmente, y en buena medida gracias a su intervención, la mayoría contraria a la ley se transformó en una mayoría favorable. El cardenal Bergoglio no logró engañar a los argentinos tan fácilmente como hizo con los progres españoles.

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