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Joaquim Maria Machado de Assis publicó El alienista en 1882; diez años después, en la otra orilla del mundo, vio la luz El pabellón número seis de Antón Chéjov. Ambos cuentos versan sobre sanatorios, médicos y enfermos mentales, y en ambos la locura acaba por roer y desencajar las losas y las vigas de la razón.
De todas maneras, aunque se pueda ubicar uno junto al otro, estos dos relatos figuran cosas distintas: uno de ellos es una alegoría del poder y del totalitarismo, y el otro una parábola sobre la compasión y la derrota de la inteligencia. Ambos son excepcionales.
'El alienista'
En El alienista, el doctor Simón Bacamarte se propone resolver los entresijos de la locura. Instala la Casa Verde y se da a la tarea de encerrar allí a todos los locos que encuentre en la ciudad de Itaguaí. Su propósito inicial es científico, pero acaba por imponer a la población un rigor inadmisible. Basta que cualquier vecino se desvíe someramente de lo que Bacamarte considera correcto para que termine encerrado en la Casa Verde.
Los abusos del médico provocan la revuelta; los insurrectos se toman el ayuntamiento y derrocan a las autoridades, quienes habían permitido los procedimientos de Bacamarte. Pero a este no lo tocan. Llegado el momento de alcanzarlo, la insurrección gira 180 grados y le permite seguir con su trabajo. Bacamarte tiene el verdadero poder: el ‘conocimiento’ y, sobre todo, el método: la forma de disciplinar los cuerpos y las pasiones.
Tras la revolución, nada cambia: el poder es una roca indestructible y la gente permanece inerme frente a quien lo administre. Bacamarte es el mejor administrador porque sabe contener, definir y ordenar las fuerzas peregrinas de la ciudadanía: el ocio, la benevolencia, las pulsiones amorosas, los deseos de venganza, las aventuras individuales o las vanidades. Con él todo queda categorizado y reseñado. Todo se mantiene en orden.
Uno es una alegoría del poder y del totalitarismo, y el otro, una parábola sobre la compasión y la derrota de la inteligencia
Por demás, su labor es facilitada por la levedad de la población. Si hay asombro y rabia, no hay acción. La gente se entrega a lo que no comprende: los vericuetos de la tecnología del poder. Al final, la ciudadanía se salva de Bacamarte, no porque lo supere, sino porque este acaba siendo devorado por su propio método.
Más allá del alienista, sobrevivirán la mansedumbre y la resignación, y, como correlato, la disciplina, la regulación y el ordenamiento de un poder invisible e inapelable. Bacamarte no era más que su agente pasajero. En cuanto a Machado de Assis, su sentido del humor y su agudeza son un regalo del universo de la literatura.
'El pabellón número seis'
El pabellón número seis bien podría ser el relleno y los relieves de El alienista. Si este último nos deja ver la estructura general del poder, el funcionamiento de la maquinaria totalitaria y la estupidez que le favorece, el cuento de Chéjov nos devela las tristes rutinas y los pensamientos de quienes han quedado atrapados en aquel laberinto. Ya desde las primeras páginas del cuento, Dimítrich, uno de los cinco locos del pabellón, identifica el mal que le cerca:
“Las personas que ven con mirada administrativa y oficial los sufrimientos ajenos -por ejemplo, los jueces, los policías, o los médicos- con el paso del tiempo y por la fuerza de la costumbre se endurecen hasta tal grado que aunque quisieran ya no podrían tratar a sus clientes de otro modo que no sea el formal”.
Para el loco Dimítrich, que sufre de manía persecutoria, el mal está en la indiferencia; para el doctor Yefímych, que le atiende, está más bien en la ignorancia y en los horrores del sistema. El primero, a pesar de todo, ha conservado su inteligencia, pero el segundo, aun siendo un hombre compasivo, ha sido alcanzado por la indiferencia de la que se queja el loco.
No obstante, no se trata de una indiferencia maligna, sino de una suerte de resignación frente a la imposibilidad de modificar el mundo. Yefímych ha comprendido la monstruosidad y supremacía de las circunstancias: “Prestar una ayuda seria a cuarenta personas enfermas desde la mañana hasta la comida es físicamente imposible, o sea que, aunque no quieras, resulta que todo es una falsedad”.
Frente a tal destino, el doctor opta por el estoicismo. El mundo, dentro y fuera del pabellón, es todo lo mismo. Si padecen los locos, padece él también en su soledad. La muerte y la enfermedad son indestructibles, así que no vale la pena enfrentarlas. Lo único que queda es encontrar alivio en sí mismo.
Yefímych y Dimítriv entablan conversación, y ante las quejas de este último por estar encerrado y tener “¡unas ganas terribles de vivir, terribles!”, aquel trata de animarlo: “Diógenes vivía en un tonel y, sin embargo, era más feliz que todos los reyes de la tierra”. Pero Dimítrich lo tiene claro: se puede reflexionar sobre el sufrimiento y la carencia solamente cuando no se está padeciendo un dolor verdadero.
“Desprecia usted el sufrimiento -le dice Dimítrich al doctor-, pero estoy seguro de que si se coge un dedo con la puerta se pondrá a chillar como un energúmeno”. Y también: “Diógenes no necesita de un cuarto ni de un alojamiento abrigado; allí sin eso ya hace calor. Metido en un tonel y ya está, a comer naranjas y aceitunas. Pero si se le hubiera ocurrido vivir en Rusia, ya no en diciembre, sino en mayo, habría llamado a alguna puerta. Casi seguro que se hubiera congelado de frío”.
Como sea, los diálogos entre el médico y el loco son quizás la única resistencia posible ante el horror que los cerca. Al final, quizás los dos terminan teniendo la razón: la inteligencia los salva, como creía Yefímych (pero solo por breves instantes); y el dolor y la angustia no son cosa de la imaginación, son reales, como sostenía Dimítrich. El mundo, que es absurdo, se va cerrando tanto que solo queda gritar tras las rejas: el doctor termina probándolo en carne propia. El pabellón número seis es un cuento triste y al mismo tiempo luminoso. Es una cosa muy rara que Chéjov sabía hacer de manera perfecta.
* Rodrigo Estrada es un escritor colombiano. Ha publicado tres libros de cuentos: El Mundo (2014), Episodios sobrenaturales (2016) y La vida que nos merecemos (2024). Trabaja como editor en la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC. Dirige la revista de danza y artes escénicas el cuerpoeSpín y el sello editorial emergente Biblioteca el Sol. Reside en la ciudad de Bogotá.
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