No existen guiones más pulidos y mejor estructurados que los de las primeras temporadas de Anatomía de Grey. Shonda Rhimes era una maestra al combinar los casos médicos con unas tramas románticas que te podían llevar al sollozo, a partir de un reparto coral donde todos los médicos encontraban su parcela de carisma para explotar, y sobrevivía a temporadas eternas con unos picos dramáticos que la ficción de hoy en día ni puede soñar, encima con pizcas de humor. O sea, entiendo la importancia de Meredith Grey en el esquema televisivo global. Pero, después de años de tramas sin chispa, toca reconocer una verdad incómoda: hasta Pulso, el sucedáneo que Netflix estrenó la semana pasada, está mejor.
Para quienes todavía no conozcan Pulso, se ambienta en Miami. Danny Simms (Willa Fitzgerald) acaba de presentar una queja al departamento de recursos humanos por el que demanda por acoso sexual a Xander Phillips (Colin Woodell), el jefe de residentes. Cuando se lleva su puesto, los rumores en el hospital se intensifican. Pero nada la tiene preparada para el peor turno de su vida: un huracán se acerca a la ciudad y ella, todavía residente, para a estar en control de la sala de urgencias. Mientras que no toda la temporada tiene lugar en esa noche, sí es el punto de partida a partir del que conocemos cómo funciona la jerarquía del centro y las principales dinámicas entre médicos y enfermeros.
A su favor, Pulso tiene la suerte de no tener que destinar casi todo su presupuesto a las nóminas de los actores y un mínimo de coherencia geográfica
A su favor, Pulso tiene la suerte de no tener que destinar casi todo su presupuesto a las nóminas de los actores: tiene partidas económicas para que parezca una serie de primetime y no una serie de sobremesa. También está rodada con un mínimo de coherencia geográfica: cuando los personajes salen del hospital, parece que están en Miami (y no como en Anatomía de Grey, que dicen que están en Seattle y salen a la carretera y los exteriores son bochornosamente californianos). Esto, en cierto modo, son detalles sin importancia para quienes en el fondo se quieren dejar llevar por las emociones.
Anatomía de Grey tiene en contra, en cambio, que los personajes más veteranos están agotados creativamente. Los nuevos no tienen el carisma de los originales, tanto por una cuestión de casting como de falta de oportunidades: Midori Francis, la mejor, se ha ido y, de momento, lo único inspirado que les han dedicado es el romance de Kwan con su ex amnésica. Mientras los pacientes y los médicos están al filo de la muerte de forma constante, el guion tiene la misma pasión que los residentes recitando el historial médico de los pacientes con las legañas en los ojos. Sin embargo, una de las cosas que más duelen es ver cómo el cambio de mentalidad detrás de los guiones ha estropeado el sentido dramático desvergonzado de los viejos tiempos.

Quién iba a decir que Kwan (Harry Shum Jr) tendría la única trama interesante de la presente temporada.
Antes, la guionista Shonda Rhimes buscaba el drama en Anatomía de Grey. Teníamos doctoras vestidas de gala con su amante muerto en la camilla; bodas en las que la novia, al quitarse el clip del peinado, dejaba caer un mechón de pelo por el cáncer; cirujanas operando a sus parejas con una escopeta apuntando a su cabeza y mientras sufrían abortos; teníamos a dos mejores amigas pasándose por la piedra a los médicos más atractivos y prestigiosos de todo el hospital; enamorarse de pacientes era casi moneda de cambio y no existía ni una relación sana que durase más de treinta minutos sin que nos llevásemos las manos a la cabeza.
Ahora, como productora ejecutiva, Rhimes intenta que las tramas sean una traducción literal de los discursos sociológicos que va adoptando o asimilando. Aquí uno no quiere emitir un veredicto sobre la ideología de Rhimes pero sí se puede lamentar la cantidad de potencial dramático que se pierde por el camino cuando se asume que los personajes deben ser ejemplo de nada. Pongamos un ejemplo: entraron cinco residentes y en dos temporadas no hubo ni un poco de tensión romántica o sexual entre ellos y cualquier médico supervisor. ¡No vayamos a apostar por una relación con un desequilibrio y potencial abuso de poder…! Pero si nos enganchamos a Anatomía de Grey fue… ¡porque el amor entre Meredith y Derek era inadecuado, problemático, prohibido! ¡Y él todavía estaba casado!
Si nos enganchamos a 'Anatomía de Grey' fue... ¡porque el amor entre Meredith y Derek era inadecuado, problemático y prohibido! ¡Y él estaba casado!
Con Anatomía de Grey viviendo sin frenesí y con el freno de mano puesto, se agradece encontrar una heredera que no se olvida de saltarse todas las convenciones morales. Casi todas las relaciones de Pulso son tóxicas, sea en esencia o por instantes, porque entiende dos verdades fundamentales: las relaciones entre individuos no son perfectas y en televisión, si vemos un drama, queremos eso, drama. Consciente de las contradicciones del ser humano, incluso plantea un caso de acoso sexual en el trabajo que podría no serlo, no tanto para dejar a nadie en evidencia sino para plantear hasta qué punto las cosas se tuercen cuando se mezcla trabajo, sexo, amor y desequilibrio de poder.
Esta trama, que se desarrolla sin monólogos moralistas y definitivos, tiene valentía por lo que se atreve a poner sobre la mesa (como, por ejemplo, si todas las situaciones injustas entran dentro de categorías delictivas). Y, mientras no diré que Pulso es excelsa (porque no lo es), sí que tiene un poquito de ese drama orgullosamente tóxico y desvergonzado de los inicios de Anatomía de Grey. Quizá a Meredith le toca irse de viaje unas semanas a Miami y recordar cómo se siente la vitalidad de un drama médico joven.