El cine español tiene un problema de natalidad. Los galardonados no tienen hijos. ¿Cómo, si no, explicar la abundancia de sobrinos en los agradecimientos? El agradecimiento es un problema en sí mismo. Uno se echa a temblar cuando observa que el premiado o premiada saca su par de folios. Pediría concreción, amigos. Recordad que detrás hay más personas como vosotros, ilusionados galardonados con un Goya, esperando turno. ¿No podríamos dejar la familia para la intimidad? Ganaríamos todos. Y sobre todo, ganaríamos tiempo.
El triunfo compartido de El 47 y La infiltrada , en la categoría de mejor película, marca el triunfo del cine comercial, ese cine que no mira al público de reojo. La entrega del premio ex aequo a ambos títulos se convirtió, en sí mismo, en un sentido homenaje al camarote de los Marx, cada uno de los muchos premiados con su propio agradecimiento en el bolsillo (y sus sobrinos que recordar). Hay certámenes, como Venecia, que prohíbe los premios compartidos. Consideran, con razón, que no es un doble premio: es un premio partido por la mitad, a lo Salomón. Un premio disminuido. En los Goya, como en aquellas películas de Los inmortales , solo debería quedar uno.
Otra evidencia de la gala fue el reconocimiento mutuo del cine español y el catalán. Ambas cinematografías están estrechamente relacionadas. La plasmación de ello, con el buen número de títulos catalanes premiados, se evidenció con el uso abundante, desacomplejado y respetuoso que se hizo del catalán en la ceremonia. El guionista Eduard Sola, al que uno le perdona que despliegue su par de folios cuando recibe un premio, porque siempre tiene algo interesante que decir, es la constatación de ello. Sola pasó del castellano al catalán sin problemas; y sin problemas, y con aplausos, fue reconocido el recuerdo de su madre, de todas las madres, como las responsables de lo que somos y seremos. No recuerdo si mencionó a sus sobrinos. En cualquier caso, yo mismo dedico este artículo a la mía. Daniela, va para ti.