Decir que la sombra de Franco es alargada es quedarse corto. Tras cuarenta años en el poder y medio siglo después de su muerte -¡90 años en total!-, el dictador sigue ocupando parcelas del debate público y merece la atención de monografías. El historiador Julián Casanova (Valdealgorfa, 1956) publica ahora Franco (Crítica), una biografía dirigida a un público para el que el dictador ya queda lejos y que dibuja a un mandatario con rasgos ciertamente castizos pero cuyo ascenso y consolidación se inscribe en el contexto internacional de la época.
El libro explora “cómo es posible que Franco permaneciera en el poder durante 40 años, un caso extraordinario en Europa occidental”, solo comparable al de Portugal, explica Casanova a bet365. La receta, compleja, se inició con la Guerra Civil, en la que la prioridad no era la victoria militar. “Lo que él pretendía –señala el libro- era aniquilar totalmente al enemigo, a la anti-España, y al mismo tiempo domesticar a sus compañeros generales y consolidarse como único dictador”. Esa domesticación, primero de los generales y después de las heterogéneas fuerzas afines, fue otro de los ingredientes básicos en la posguerra, juntamente con una represión feroz y a un aparato de propaganda al que la Iglesia se sumó con entusiasmo.
Pero cuatro décadas es mucho tiempo y el sistema requirió muchos ajustes. “Franco se reinventó muchas veces a sí mismo”, indica Casanova. De monárquico a defender la legalidad republicana en tiempos de la revolución de Asturias, para luego convertir al Estado en reino, aunque sin rey. De señor de la guerra a militar pacífico: “Se sumó a la guerra con poca gana”, decía su hija; “Paco (...) era enemigo de la guerra”, señalaba su hermana Pilar. Y de encabezar un régimen profascista “hasta el desarrollismo sin apenas cambios institucionales”.

Franco y Nixon en la visita de este último a Madrid en 1970
Uno de los aspectos más llamativos de esta biografía es el contexto internacional, un factor primordial en la longevidad del franquismo. En este sentido, según Casanova, el nacimiento del régimen no respondió solo a factores internos, sino que se inscribió en la ola autoritaria europea en los años 20 y 30, no solo en Italia y Alemania, sino también en Hungría o Polonia.
Venganzas y penas de muerte
El libro se detiene en algunos aspectos de la represión que evidencian la frialdad con la que desenvolvían al respecto Franco y su entorno. Un ejemplo son las sentencias de muerte firmadas por el dictador en las que daba el célebre enterado, a menudo en presencia del capellán José María Bulart, que en alguna ocasión bromeó: “¿Qué?, ¿enterrado?”.
Casanova también cuenta la ejecución, al inicio de la guerra, de Ricardo de la Puente Bahamonde, jefe de las fuerzas aéreas del norte de África y primo del caudillo, con el que había tenido mucho trato en su infancia. De la Puente no se sumó al alzamiento y a pesar de que Franco pudo hacer algo por él no movió ni un dedo para frenar su fusilamiento.
Por quien sí que intercedió fue por el general Miguel Campins, gobernador militar de Granada que tampoco apoyó la rebelión. Franco había sido amigo de Campins desde los tiempos de África y pidió a Queipo de Llano, que lo tenía en su poder, que no lo ejecutara. Sin éxito. Tiempo después fue juzgado Domingo Batet, el militar que había restaurado la autoridad del gobierno republicano durante los fets d’octubre, aunque en julio de 1936 no apoyó la sublevación. Amigo de Queipo de Llano, este pidió clemencia a Franco. Batet fue fusilado el 18 de febrero de 1937.
La reinvención de la que habla el autor se ilustra con la alineación internacional del régimen. Tras la Guerra Civil se acercó al Eje, aunque de forma sui generis: “Esta gente es intolerable” diría Franco de Hitler; “preferiría que me arrancasen tres o cuatro muelas”, diría el führer, antes que volverse a reunir con el caudillo.
Con el cambio de tornas en la Guerra Mundial, Franco se alejó de los fascismos. pero los aliados condenaron al régimen al ostracismo aunque nunca lo quisieron derrocar. Como dijo un alto funcionario del Foreign Office “no representa una amenaza para nadie fuera de España”. La guerra fría hizo el resto: ya en los primeros años 50 EE.UU. se acercó a España por su importancia estratégica y el anticomunismo de Franco. El dictador, que pudo entrar con Hitler en guerra contra los aliados, acabó codeándose con Eisenhower y Nixon.