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Eisenstein: un cineasta soviético en los Estados Unidos de América

Baúl de bulos

El director de cine reflexiona sobre lo que más le sorprendió en su primer viaje al país norteamericano en 1926

Ilustración de Martín Tognola

Ilustración de Martín Tognola

Martín Tognola

El año que viene, hará un siglo desde que Sergei Eisenstein cruzara el Atlántico en la estela de El acorazado Potemkin, un controvertido largometraje estrenado el año anterior, que fue todo un acontecimiento en el mundo del cine, que aún era mudo, tanto técnica como artísticamente, amén de su mensaje a favor de la revolución. La fuerza cinematográfica de la escena de la matanza que tuvo lugar en 1905 en la escalinata de Odesa, por mucho que se haya imitado, nunca ha sido superada.

Ni qué decir tiene que al soviético convencido le deslumbrara cuanto iría descubriendo en el Nuevo Mundo, pues todo le resultaba tan diferente, aunque no necesariamente mejor. En Hollywood, se haría muy buenas migas con Charlie Chaplin, ese inglés que, disfrazado de vagabundo, llenaba las salas del mundo entero con su genialidad nada inocente.

Años más tarde, explicaría Eisenstein en un libro que recogía dispersos apuntes suyos sobre el cine, algunos de los aspectos que más le llamaron la atención durante ese primer viaje a América. Y lejos de tratarse de los rascacielos o los cochazos, fueron dos exámenes genuinamente americanos.

Para sacar el carnet de conducir, los candidatos tenían que contestar a todas las preguntas de un cuestionario con un “sí” o un “no”. De modo que, en vez de preguntarles, por ejemplo, “¿Cuál es la velocidad máxima al pasar delante de un colegio?”, se formulaba la pregunta así: “¿Puede usted pasar por delante de un colegio a más de 20 millas por hora?”. La respuesta correcta es “no”.

Memorización automática

Esta manera de proceder, a Eisenstein le llamó poderosamente la atención, ya que no permite que una persona pueda pensar por su cuenta o llegar a sus propias conclusiones. Es decir, todo se reduce a memorización automática, a un simple sí o no.

Y lo único que han de hacer los examinadores es colocar una hoja con ventanitas que corresponden a las respuestas “sí”, y otra a las respuestas “no”. A primera vista, parece un gran invento, si no fuera porque…

También leyó Eisenstein en una revista la anécdota de un caso parecido. Un examen realizado en un colegio era igual que el del carnet de conducir, pero resulta que había un estudiante ciego superdotado que contaba con una máquina de escribir, circunstancia que aprovecharon sus compañeros de clase. Tres tecleos seguidos correspondían a un “yes” y dos a un “no”. Así de fácil y todos aprobados.

Técnica de ventas “respuesta positiva”

Al cabo de un siglo, este sistema sigue más vigente que nunca mediante eso del pulgar señalando hacia arriba, a modo de aprobación, o hacia abajo, para expresar rechazo o disconformidad. No cabe ningún matiz. La polarización está servida. Uno se presenta al examen condicionado de antemano, sin necesidad alguna de pensar por su cuenta o siquiera disponer de la posibilidad de cuestionar la validez de las preguntas.

También le llamó la atención al director soviético una técnica de ventas llamada “respuesta positiva”. Un vendedor de enciclopedias -ahora, sería comercial- llama a la puerta de un ama de casa. Ésta abre la puerta con comprensible suspicacia. “¿Quiere usted comprar una enciclopedia?” La respuesta es un rotundo “¡no!”, y le cierra la puerta en las narices.

Y es que es harto difícil darle la vuelta a un “no” inicial, ya que va en él el orgullo de quien lo ha pronunciado. Una rectificación significaría su debilidad, admitir que se ha equivocado. De modo que el buen vendedor, que ha hecho previamente sus deberes, le plantea una serie de preguntas a las que el ama de casa sólo puede contestar con una respuesta afirmativa. “¿Es usted la señora Melville?” “Sí.” “¿Tiene tres hijos en el instituto?” “Sí.” “Y tendrán que hacer muchos deberes, ¿verdad?” “Sí”…

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Después de formularle a la buena de la señora Melville toda una serie de preguntas a las que sólo puede contestar con un sí, aunque sea a regañadientes, el avisado vendedor ambulante le suelta la pregunta del millón: “¿Quiere usted una enciclopedia que tanto podrá ayudar en la educación de sus hijos?”. Ahora va a resultarle difícil a la señora, aunque no imposible, decirle que no, después de haberle dicho, una y otra vez, que sí a todas las preguntas anteriores.

Al cabo de un siglo, un despiadado vendedor de crecepelo ocupa el despacho oval de la Casa Blanca y un exsoviético de la KGB prepara otra matanza en la escalinata de Odesa, pero esta vez real, sin florituras artísticas. Ya no se trata de ideologías enfrentadas, sino de estrategias de venta y las ganas de dominar, doblegar, destruir.

-Si a usted le va a significar pagar más impuestos o que sus hijos e hijas pueden ser llamados a filas, ¿debe Europa rearmarse?

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