La guerra tiene estos ingredientes: vino, hambre, pánico, maldad y porquería”. La frase podría haber sido pronunciada perfectamente por un soldado republicano, pero su autor fue un militar del ejército sublevado, el requeté Josep Vinyet. La experiencia de combate de ambos bandos en la Guerra Civil fue muy parecida y los miedos, la falta de medios y la carestía, muy similares. El historiador Miguel Alonso ha investigado al ejército franquista en la contienda y algunas de sus conclusiones contradicen la imagen que durante décadas ha predominado en el imaginario colectivo sobre las fuerzas rebeldes. Por ejemplo, que eran una máquina de combate muy eficaz y muy superior a la republicana. “No era así; al fin y al cabo la República aguantó nada más y nada menos que tres años. La superioridad no era tan aplastante”, afirma.
Alonso, profesor de historia contemporánea en la Uned, recoge su estudio en el libro Cruzados sin gloria (Pasado & Presente), que llegará a las librerías en las próximas semanas. El trabajo, realizado a partir de memorias y diarios de soldados en el frente así como de partes de combate y documentación militar, ofrece una visión de cómo eran por dentro las fuerzas franquistas, un aspecto de la Guerra Civil relativamente poco estudiado y que abre nuevas perspectivas sobre el conflicto.
A partir de la información recopilada, el historiador concluye que el Ejército Nacional tenía importantes problemas logísticos, notablemente de suministros y de reemplazo de los combatientes. Además, la instrucción de los soldados era muy limitada y la formación de oficiales y suboficiales, deficiente. Por eso, adolecía de importantes carencias estratégicas, como la falta de conocimientos tácticos para atacar por los flancos a fuerzas enemigas, lo que le obligaba a efectuar ataques frontales. Tampoco tenían suficientes conocimientos en relación con el apoyo aéreo o blindado a las tropas de infantería. “Las carencias y la falta de preparación –explica- hicieron que las bajas propias se incrementaran notablemente en comparación con las que hubiera habido si se hubieran utilizado tácticas modernas”.
El ejército sublevado, igual que el republicano, pagaba las consecuencias de no haber participado en una guerra moderna de gran envergadura pues España fue neutral en la Primera Guerra Mundial. Se podría argumentar, en beneficio de la tesis de la superioridad del ejército rebelde, que una parte significativa de los oficiales y muchas unidades de élite se habían fogueado en Marruecos, pero allí se luchó en un conflicto colonial muy distinto de la Guerra Civil, el conflicto armado más moderno de su época. Y también podría incidir en la superioridad de los sublevados que la mayor parte de la oficialidad profesional se decantara por ellos, pero una cosa es la alta oficialidad y otra el resto del ejército. Las fuerzas, pues, no eran tan desiguales.

Una unidad del Ejército Nacional descansa tras llegar a Vilanova de Meià (Lleida)
Otro de los tópicos que cuestiona Alonso es la tesis, defendida por diversos autores, de que el avance de los sublevados fue lento porque Franco tenía así tiempo de ejecutar su estrategia de exterminio de los opositores en las zonas conquistadas. Aunque quizás al principio pudo ser así, una vez transcurridos los primeros meses las fuerzas rebeldes no actuaron con más rapidez simplemente porque no podían, según la documentación interna estudiada.
Desde esta óptica, los nacionales no constituían una fuerza militar implacable y muy superior a los republicanos. Es más, “sin Italia y Alemania Franco muy posiblemente no hubiera vencido”.
El de la participación extranjera es otro de los aspectos en los que incide el autor. La aportación de las Brigadas Internacionales al bando republicano fue muy publicitada en su momento por ambas partes aunque por motivos distintos. Los sublevados la utilizaban como argumento para mostrar la falta de españolidad de las fuerzas republicanas, mientras minimizaban la ayuda exterior que ellos recibían. Pero mientras por las Brigadas pasaron entre 30.000 y 40.000 personas, en el bando rebelde lo hicieron unos 70.000 italianos, una cifra parecida de marroquíes y unos 10.000 alemanes. Como se ve, las tropas extranjeras que lucharon del lado de Franco multiplicaban a las del otro bando.
Testimonios
Experiencias de combate en una guerra industrial
Los relatos de los soldados del bando sublevado son parecidos a cualquier otra guerra moderna, pero sorprenden a quienes no han estado en un choque bélico. La noche, por ejemplo, se veía de una manera distinta desde las trincheras. Entre un frío terrible, decía un soldado falangista, “el sinfín de misteriosos ruidos que se producen en la noche, todo rodeado de impenetrable oscuridad, era algo que nos ponía los pelos de punta”.
En combate, la experiencia debía ser aterradora, y más teniendo en cuenta los efectos del armamento moderno. Un fascista rumano contaba lo que había visto y destacaba la mezcla de violencia e indiferencia: “Fuera de las trincheras, con los ojos clavados en el azul impenetrable del cielo, cinco soldados marroquíes matados en grupo por la explosión de un proyectil (…). Uno tenía un pedazo de tierra aplastado en la cabeza, al lado del cerebro que rebosaba del cráneo. (...) Indiferente al horror del espectáculo que nos rodeaba, un joven marroquí comía en una lata con la mano izquierda, que se le aguantaba tan solo por un par de ristras de piel”. El estrés de la guerra tenía distintos efectos en unas tropas sobreutilizadas por falta de reemplazos. Mientras paralizaba o causaba la deserción de algunos, en otros casos empujaba a combatir más. “Se pierde la noción de lo que se ataca”, decía un teniente, para seguir: “El comandante ha perdido la pista de lo que se debe atacar. (...) Avanzamos como autómatas. Se hace lo que se puede”.
En su investigación, Miguel Alonso trata otros temas más allá del estrictamente militar. En concreto, una parte importante del libro se centra en la politización del ejército rebelde y la repercusión de este proceso en la construcción de una nueva identidad nacional y en el apoyo de una parte importante de la población al franquismo tras el conflicto. “El régimen –señala- se sostuvo con la represión, pero no solo con ella. Para que sobreviviera tanto era necesario también el apoyo de amplias capas de la población”.
No se puede decir que el ejército republicano no estuviera politizado, pero obviamente no pudo sacar réditos de esta politización a consecuencia de la derrota. Los militares franquistas, en cambio, trabajaron a fondo para lo que vino después de la guerra a través del adoctrinamiento de los cientos de miles de hombres que pasaron por sus filas. Según Alonso, “no se trató de un adoctrinamiento a base de consignas abstractas, sino más bien de los beneficios concretos que tendrían tras el conflicto de parte del Estado”, en forma de pensiones o de ciertos derechos sociales (desde la óptica del régimen, claro).
El adoctrinamiento de cientos de miles hombres fue el otro objetivo de la movilización masiva
Esa tarea de adoctrinamiento se completaba con otra de control, pues “la movilización es un instrumento muy eficaz para controlar a amplios grupos de población”. Además, el paso de cientos de miles de hombres jóvenes por las fuerzas armadas permitía una suerte de clasificación por parte de las autoridades, desde los más adeptos al régimen a los más contrarios. Alonso llama la atención sobre el contraste entre la escasa formación de las tropas en técnicas de combate y los grandes esfuerzos destinados a esta politización del ejército, lo que da idea, argumenta, de la importancia que el franquismo le daba a esta función adoctrinadora.
Todo esto fue posible gracias a las enormes masas que movilizó una guerra ante la que anteriores conflictos bélicos quedan pequeños. En la Primera Guerra Carlista, por ejemplo, las fuerzas isabelinas llegaron a contar con un máximo de 250.000 hombres; en la Guerra de la Independencia cubana los movilizados fueron 175.000; y en el momento más comprometido de la Guerra del Rif las fuerzas españolas no contaban sobre el terreno con más de 40.000 soldados. En cambio, los dos bandos en la Guerra Civil sumaron en total unos tres millones de hombres, cifra que sugiere las posibilidades políticas de tal movilización pero, a la vez, pone sobre la mesa las dificultades inherentes a gestionar tal contingente.
¿Si el legado de la Guerra Civil fue importante para la construcción del Estado franquista, se puede decir que si el alzamiento hubiera triunfado el régimen hubiera sido distinto? Alonso cree que posiblemente la represión de la primera posguerra no habría sido tan dura. De hecho, añade, que en esa fase fue más violento que otros fascismos, como el de Mussolini