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Adictos al riesgo

Por la escuadra

En mayo de 1992, cuando los clásicos no se llamaban clásicos sino “partidos de la máxima rivalidad”, Manuel Vázquez Montalbán, que no sabía que acabaría siendo un clásico, escribió en El País : “propongo que el ç sea asumido como instituto secular y como religión sin cielo ni infierno, o con cielos e infiernos relativos: el cielo es ganar al Real Madrid y el infierno, perder contra el Barbastro. Siendo del ç, tenemos ambos extremos asegurados”.

Aplicando esta doctrina, ayer tocamos el cielo manteniendo la intriga hasta el último minuto contra un Madrid que, por más que le acusemos de “no jugar a nada”, estuvo a punto de amargarnos la fiesta. El escenario de este cielo –Montjuïc– tiene un derecho de admisión singular. Los socios abonados acceden a él a un precio muy razonable y los passavolants deben enfrentarse a unas tarifas que oscilan entre los 745 y los 5.000 euros. La coartada oficial que justifica semejante estrategia se llama “taquilla dinámica”. Es un eufemismo que el capitalismo globalizado que tanto detestó Vázquez Montalbán ha impuesto como atajo para alimentar lo que, en la era nuñista, se denominaba “ingresos atípicos”.

Abrazo de Lamine Yamal y Raphinha tras culminar la remontada en el clásico

Abrazo de Lamine Yamal y Raphinha tras culminar la remontada en el clásico

Àlex Garcia

El sistema de Flick gestiona la superioridad con un criterio casi libertario

Nadie reclamará el dinero ni de la entrada ni del abono después de otro partido de emociones fuertes, con alternativas que certifican lo que confirma toda la temporada: que si Hansi Flick se llamara Hansi Risc, sería la misma persona. Parece que, como método, el ç haya desarrollado una adicción a la adversidad como motor narrativo de unas historias que necesitan el reto de la remontada para desembocar en un festival de úٲDZ ofensivamente caótico o caóticamente ofensivo.

El esfuerzo, el compromiso y la mentalidad son cruciales, pero también el talento, que, en el caso de Lamine Yamal, ayer mantuvo la asombrada atención, además de los espectadores de medio mundo, de dzá y Henry. En el sistema de Flick, la superioridad se gestiona siguiendo un criterio casi libertario. La idea primaria y cruyffista de marcar siempre un gol más que tu rival tiene una debilidad: permite que, como en Milán, la gestión del riesgo nos ciegue y nos aleje de una comprensión madura de las circunstancias. La voracidad de Raphinha, que ayer marcó un gol como los que marcaba Eto’o, o el acierto de Fermín, que logró que enmarquemos en nuestra memoria un gol anulado como si fuera legal, definen un equipo más dinámico que la avariciosa taquilla que, con nuestra complicidad, fomenta la directiva.

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Volvamos al clásico: Vázquez Montalbán decía que, precisamente porque para los culés ganar al Madrid equivale al cielo y perder contra el Barbastro al infierno, él creía en el ç. Flick también. Solo así se entiende que aceptara entrenar al primer equipo y que, después de reunirse con Deco y Bojan, Deco le dijera al presidente Laporta: “Hemos hablado con un entrenador”. Un entrenador que se ha ganado el derecho a ganar la Liga –según él, el título más honesto: dependemos de nosotros o de un traspié del Madrid–. Un entrenador adicto al riesgo y que, más allá del césped, cultiva una naturalidad ve­cinal terrenal que no le im­pide comprar en el mercado de Galvany y visitar la histórica parada de Encarna Mauri. ¿Especialidades de la casa? El Fleischkäse Gebacken Fein, el Leberwurst Fein und Grob o el pecaminoso salami húngaro.

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