El sol ya se escapaba por el horizonte en Palm Beach Gardens, en la zona meridional de Florida, cuando Chris Kirk (37) embocaba el domingo el último putt del Honda Classic. El definitivo. Apenas tenía un palmo, si llegaba, pero escondía una historia mucho más profunda. Era la confirmación de que las segundas oportunidades hay que perseguirlas porque existen. En el deporte y en la vida.
El Honda Classic, un torneo que, por cierto, después de 42 años de matrimonio con la marca japonesa cambiará de apellido el próximo año, supuso el quinto título del PGA Tour en la carrera de Chris Kirk. Una cifra muy destacable con un pequeño inciso: era su primera victoria desde que ganara en Colonial en el 2015 y escalara hasta el número 16 del ranking mundial. Desde entonces su carrera solo había dado pasos hacia atrás debido a sus problemas con el alcohol, que le provocaron también ansiedad y depresión. “Agradezco estar sobrio –decía sobre el green del 18 del PGA National, aún emocionado por su triunfo–. Si no fuera por la sobriedad, no seguiría siendo golfista y seguramente no tendría la familia que tengo, he estado muy cerca de perder todo lo que me importa”.
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A Kirk, que después de afrontar su problema en público desvelaría que tenía antecedentes de alcoholismo tanto en su familia paterna como materna, el éxito le acabó de descarrilar.
Cuando ganó en Colonial alcanzó la cima de su carrera deportiva, con cuatro títulos en poco más de cuatro años y su plaza en el equipo estadounidense de la Presidents Cup 2015, que ganarían las barras y estrellas tras un gran putt del propio Kirk. Pero todas estas alegrías contrastaban con su felicidad personal, que iba esfumándose poco a poco.