Si uno se compra un coche –da igual que sea una marca de Estados Unidos, japonesa, alemana, francesa o italiana– hay unas posibilidades nada desdeñables de que haya sido fabricado en Windsor, localidad gemela de Detroit, al otro lado de un puente sobre el río que lleva el nombre de la ciudad de Michigan. Pero el presidente Donald Trump está haciendo todo lo posible por envenenar esa fraternidad.
Los aranceles del 25% impuestos por la Casa Blanca a los automóviles canadienses son una puñalada en el corazón de una urbe de 350.000 habitantes que vive del automóvil, con empresas subsidiarias y plantas de ensamblaje de Ford, General Motors, Honda, Toyota y Stellantis (que fabrica los Alfa Romeo, Fiat, Lancia, Maserati, Vauxhall, Dodge, Chrysler, Opel, Jeep y Peugeot). El sector es el alma de Windsor, dando empleo directo a 125.000 personas e indirecto a 380.000 (distribución, ventas y servicio post venta) en toda la provincia de Ontario, responsable del 10% de la totalidad del PIB de manufacturas de Canadá y del 22% de su comercio exterior.
El sector del automóvil es responsable del 23% de todo el comercio exterior de Canadá
Pocos lugares del mundo tienen una dependencia tan absoluta de la industria automovilística, lo cual hace de Windsor la primera línea de fuego en la guerra comercial desatada por Trump con las tarifas. La relación con Estados Unidos se ha envenenado hasta el punto de que se han retirado de las licorerías estatales la cerveza y el whisky estadounidense, y se ha organizado un boicot para no cruzar el puente que va a Detroit, no ir a los partidos de béisbol de los Tigers y no comprar productos hechos del lado yanqui de la frontera. “Hay muchos sitios en el mundo a los que ir de vacaciones o retirarse (un millón de canadienses pasan los inviernos en Florida) y todos son ahora mismo más amistosos hacia nosotros”, dice Tony, camarero de un restaurante italiano en el centro.
Las tarifas de Trump castigan a China, a la Unión Europea, a México, a Canadá y a los propios Estados Unidos (donde la inflación está subiendo, las exportaciones bajando y las bolsas cayendo por la desconfianza en la gestión económica del presidente), pero quizás ninguna ciudad del mundo se ve tan afectada como Windsor. No solo las plantas de ensamblaje (estaba prevista la apetura de una nueva de Chrysler con una inversión de 1.600 millones de euros y la creación de 4.500 puestos de trabajo), sino también de piezas de recambio y baterías para coches eléctricos (LG se disponía a inaugurar una, pero el proyecto ha quedado en suspenso).
De las plantas de ensamblaje de Windsor salen al año 1,4 millones de coches de todo tipo de marcas
Por eso, el premier de la provincia de Ontario, Doug Ford, es la persona en el mundo que más ha plantado cara a Trump, y eso que es un conservador que hasta hace poco expresaba admiración por sus políticas. Ha respondido con tarifas equivalentes a la electricidad que la provincia exporta a Michigan, Minnesota y Nueva York, e incluso amenaza con doblarlas al 50% y dejar sin suministro a esos estados. La Casa Blanca se ha visto obligada a negociar con él, y el líder republicano –poco propenso a los elogios– ha dicho que es un “caballero” y “un tipo muy fuerte y muy duro”.
La industria automotriz canadiense es la número 13 del mundo, pero en su día fue la segunda
La industria automotriz canadiense es la decimotercera del mundo en volumen de fabricación y la séptima en valor comercial, produciendo 1,4 millones de vehículos al año (prácticamente la totalidad salen de Windsor) y exportando coches, camiones, autobuses y todoterrenos por un total de 40.000 millones de euros. Sus mejores momentos tuvieron lugar durante la Gran Depresión (entre 1918 y 1923) y al final de la II Guerra Mundial, cuando fue, respectivamente, la número dos y la número tres del mundo.
La concentración de plantas de ensamblaje en Windsor responde a la proximidad a Detroit (históricamente, la gran capital del coche) y también a Hamilton (Ontario), que es un centro muy importante de fabricación de acero y aluminio (dice su eslogan publicitario que la ciudad “lo lleva en las venas”), exporta diez millones de toneladas anuales a Estados Unidos y también espera con pavor el impacto de las tarifas de Trump.
“Si las fábricas de Windsor se ven obligadas a cerrar, sería una auténtica tragedia, la ciudad moriría”, afirma Lara Payne, del sindicato Unifor, 120.000 de cuyos afiliados viven de las exportaciones.