¿Y qué pasará dentro de 90 días? Es la pregunta del millón en los despachos de las grandes y pequeñas empresas exportadoras, exhaustas y confundidas ante el ir y venir de la política arancelaria de Donald Trump. El presidente dio marcha atrás el miércoles e impuso una pausa de tres meses para la imposición de los aranceles anunciados hace poco más de una semana, en el proclamado como “día de la liberación”. La presión de unos mercados en caída, el peligroso aumento de la rentabilidad de los bonos del Tesoro norteamericanos y la insistencia de sus colaboradores más próximos acabaron por convencer a Trump de la necesidad de dar un golpe de timón y congelar la aplicación de los nuevos gravámenes. Aun así, persiste el arancel base del 10% a todos los países, y persisten los gravámenes del 25% impuestos anteriormente al acero, el aluminio y los automóviles. Y sobre todo, persiste el monumental castigo a China, con unos aranceles a la importación que alcanzan ya el 145%, a los que el gigante asiático ha respondido con un gravamen a los productos de Estados Unidos del 125%.
La pausa a los aranceles mantiene las dudas sobre el futuro. La confusión reina en los despachos de las grandes compañías
En estas circunstancias, el caos y la confusión reinan ahora mismo en el comercio mundial. La ruptura entre Estados Unidos y China comporta de facto una guerra comercial global, pese al paréntesis abierto con la Unión Europea y el resto de países. La perspectiva de costes al alza, pedidos a la baja y cadenas de producción en desbarajuste no solo no se ha desvanecido, sino que se está profundizando. Los ejecutivos de las grandes compañías que operan con cadenas de suministro complejas en múltiples países, de Asia a Europa pasando por Estados Unidos, están ahora mismo estudiando cómo surfear la situación, planteándose cómo pueden afectarles los aranceles del gigante norteamericano en sus respectivos sectores y si responderán con alzas de los precios. “Ahora mismo no tenemos ni idea de cómo nos afectará realmente, es demasiado pronto para saber cómo vamos a trabajar a partir de ahora”, confesaba esta semana el responsable de una gran compañía española de componentes para la automoción que cuenta con plantas de producción en Estados Unidos y México.
Caos monumental
La ruptura entre Estados Unidos y China comporta de facto una guerra comercial global, pese al paréntesis abierto con la Unión Europea y el resto de países
De la misma manera, grandes grupos de sectores tan distintos como la química Basf o la compañía de moda Hugo Boss, ambas alemanas, publicaban sendos comunicados admitiendo que la situación es extremadamente “dinámica y volátil”, por lo que no tomarán decisiones hasta evaluar con detalle el potencial impacto de la política arancelaria de Estados Unidos en su estrategia de compras y de precios.
Apple ha optado por tratar de esquivar los aranceles fletando aviones cargados con 1,5 millones de iPhones desde la India a Estados Unidos. Entre las automovilísticas, de General Motors a Porsche y Mercedes-Benz han incrementado sus inventarios en EE.UU. en las últimas semanas tratando de anticiparse a la entrada en vigor de los gravámenes. “La pausa de 90 días puede haberse concebido como un alivio para el mercado, pero crea una incertidumbre considerable para las empresas”, resumían los analistas de Bolton James. Si la idea de Trump era gravar las importaciones para desplazar producción a Estados Unidos, los giros constantes de estas últimas semanas están más bien penalizando posibles inversiones a largo plazo. Demasiado riesgo, demasiada confusión.

Medicamentos
El sector farmacéutico, en vilo ante la amenaza de Trump de imponer gravámenes específicos a este mercado
En vilo está también el sector farmacéutico global, a la espera de que el presidente norteamericano concrete unos aranceles específicos sobre este mercado que insiste son inminentes. Para el presidente de AstraZeneca, Michel Demaré, “los medicamentos deberían estar exentos de cualquier tipo de arancel porque en último término eso no haría más que perjudicar a los pacientes y los sistemas sanitarios, y reduciría la equidad en materia de salud”. Aquí, en cualquier caso, la estrategia Trump parece haber funcionado: el grupo británico anunció el año pasado que invertirá 3.500 millones de dólares en Estados Unidos. En la misma línea, la suiza Novartis ha desvelado esta semana sus planes para invertir 23.000 millones en EE.UU. en los próximos cinco años, para asegurar la producción y la venta de medicamentos en el país. Eli Lilly hizo lo propio en febrero, planteando una inversión de unos 27.000 millones en cuatro plantas de producción en cinco años. Antes lo hicieron Merck, Johnson & Johnson, Roche... A la fuerza ahorcan.