Mientras las primeras señales del choque arancelario se perciben con mayor claridad, las posibles soluciones a la crisis van tomando forma. En el ámbito de la economía, son los exportadores del sudeste asiático (Vietnam, Corea o Taiwán) los que, en abril, han experimentado severas pérdidas de las ventas exteriores. Aunque donde pueden acabar siendo más importantes es en China: de mantenerse los aranceles en el 145%, las caídas de sus exportaciones podrían superar el 50%, lo que reduciría el avance del PIB chino entre uno y dos puntos porcentuales.
Pero se avanza ya en el inevitable reequilibrio. Así, mientras continúan las conversaciones con la UE, ó, Vietnam o India, Gran Bretaña anuncia un pacto sobre automóviles y acero, con contrapartidas en la reducción de los aranceles que gravan las importaciones de vehículos o de alimentos americanos, y en las tasas sobre servicios digitales, aunque todavía queda mucha tela que cortar en el resto de productos, entre ellos los farmacéuticos. Para nosotros, la Comisión está considerando un acuerdo que implicaría estimular las compras a EE.UU. de gas y productos agrarios y, quizás, material militar que, junto a otras medidas, implicarían compras adicionales de 50.000 millones de euros.
La OMC ha desparecido de escena y cada país define su futuro con EE.UU.
Además, este fin de semana se abren las muy esperadas negociaciones con China: el viaje de Bessent a Suiza, presidiendo el equipo negociador de EE.UU., apunta a que la Administración Trump desea resolver una situación que se les ha complicado. Y ello, porque la posición americana es más débil dadas las diferencias entre los efectos sobre China (choque de demanda exterior, que puede ser sustituida por demanda doméstica) y EE.UU. (choque de oferta, con pérdida de producción más compleja de resolver).
Bien están estos avances. Aunque hay que destacar la muerte de la multilateralidad: la Organización Mundial del Comercio simplemente ha desaparecido de escena, de forma que cada país deberá definir, individualmente y producto a producto, el futuro de sus aranceles con EE.UU. y el impulso a su demanda interna. Estos acuerdos, además, se complementarán con un reajuste de paridades con el dólar que serán más relevantes cuanto mayor sea el déficit comercial americano: es lo que estamos viendo ya con las alzas del dólar de Taiwán (con un superávit comercial con EE.UU. de 45.000 millones de dólares), el yen japonés (más de 68.000 millones de dólares) o el euro (saldo positivo superior a 200.000 millones). Estén alerta a la cotización de las divisas de países con saldos comerciales más elevados, como México, Canadá, Tailandia, Vietnam o Corea del Sur.
En fin, tras el susto inicial llega el momento de los acuerdos. Bienvenidos a este nuevo mundo en el que esa bilateralidad será, sin duda, más beneficiosa para EE.UU. que para el resto de sus socios ¿Reequilibrio? Por descontado. Pero no a nuestro favor.