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El Altar de Gante, el retablo más castigado del mundo

Arte

Varias veces robado, desprovisto de algunos de sus paneles, dividido... El Altar de Gante, obra maestra del pintor flamenco Jan van Eyck, lo ha sufrido prácticamente todo

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El retablo del Cordero Místico, de Jan van Eyck, también conocido como Altar de Gante, durante su exposición en la catedral de San Bavón, Gante, en 2016

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Ha sido víctima de toda oleada de iconoclastia y saqueo que ha estallado durante su existencia. Mereció mención en el Tratado de Versalles y fue codiciado por los jerifaltes nazis aficionados al ocultismo. Noah Charney, uno de los mayores expertos en delitos artísticos del mundo, califica el Altar de Gante como el “objeto más deseado y maltratado de todos los tiempos” en su libro Los ladrones del Cordero Místico (2011). Tras trece delitos y tentativas, hoy reside en su lugar original, la catedral de San Bavón de Gante, pero aún es caso abierto: uno de sus paneles está en paradero desconocido desde hace ochenta años.

El retablo, también conocido como La Adoración del Cordero Místico o, simplemente, como El Cordero, fue ejecutado por Jan van Eyck en la primera mitad del siglo XV. Una centuria después, cuando Gante y el resto del ducado de Borgoña pertenecían a la Corona española, empezaron los problemas. Prendió allí con fuerza el iconoclasta calvinismo, el altar se salvó por los pelos de la quema y permaneció veinte años en un almacén.

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Los múltiples paneles de la Adoración del Cordero Místico, o Altar de Gante

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A principios del siglo XVIII la región pasó a manos de los Habsburgo austríacos, y uno de ellos, el emperador José II, echó sapos por la boca al ver las representaciones de Adán y Eva. A ambos les sobresale vello púbico entre las manos con que cubren sus genitales. El alcalde de Gante ordenó guardar los dos paneles ofensivos y los que conforman los laterales.

Así estaba el retablo, sin sus alas, cuando irrumpieron las tropas de la Francia revolucionaria y se lo llevaron a París en 1794. La flamante república gala despojaba a la Iglesia y aristocracia de sus obras de arte para dárselas al pueblo, es decir, exhibirlas en lo que había sido el palacio real del Louvre.

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Allí se mantuvo el políptico durante la era de Napoleón, a cuyo hombre fuerte en materia artística, Dominique Vivant Denon, le picó lo indecible no tener el altar entero. Intentó negociar con el alcalde y el obispo de Gante. Les ofreció a cambio obras de Rubens, y ellos, enfurecidos, le recordaron que Rubens era de una ciudad rival, Amberes.

Tras la caída de Napoleón, las piezas volvieron a la ciudad flamenca. Solo gozaron de un año de paz. En 1816, el vicario de la catedral robó las alas, a excepción de, y sin que se sepa por qué, los paneles de Adán y Eva. Cada pieza pesa entre sesenta y cien kilos, así que no pudo hacerlo solo. No se sabe quién le ayudó, pero sí que vendió el botín a un marchante de Bruselas que, a su vez, lo colocó a un millonario británico afincado en Berlín, Edward Solly.

Edward Solly

Edward Solly

Dominio público

Este vendió su colección al rey de Prusia, Federico Guillermo III, ansioso de dotar a Berlín de un museo a la altura de las principales capitales europeas. En 1904, los responsables del Museo del Káiser Federico solucionaron uno de los grandes problemas de la museística: mostrar las dos caras de un retablo –abierto y cerrado– a la vez. Cortaron los paneles verticalmente y exhibieron los anversos y los reversos. Los conservadores actuales tienen pesadillas con ello.

Vayamos por partes

Estalló la Primera Guerra Mundial y el políptico estaba repartido en tres lugares. En Berlín estaban las alas. En la catedral de San Bavón, la parte central. Y Adán y Eva se exponían en Bruselas, pues la catedral los había vendido algunos decenios atrás al por entonces recién creado Reino de Bélgica. Durante el conflicto, uno de los canónigos de la catedral mantuvo ocultos los paneles en varias casas particulares. Suerte que lo hizo. Nada más llegar, los alemanes inquirieron discretamente sobre su paradero.

El Tratado de Versalles que puso fin al conflicto dedicó un apartado a El Cordero, que ya se había convertido en símbolo nacional oficioso belga: Alemania debía devolver los paneles. En las paredes del Museo del Káiser Federico donde se habían exhibido se inscribió: “Arrebatados a Alemania por el Tratado de Versalles”. Las piezas del retablo fueron reunidas en su totalidad, la catedral de Gante volvió a custodiar uno de los tesoros de la historia del arte y, en 1930, Bélgica celebró sus cien años en torno a él.

El políptico, a esas alturas, era incapaz de permanecer entero mucho tiempo. La mañana del 11 de abril de 1934 el templo amaneció sin uno de los paneles, el de los Jueces Justos, uno de los que habían estado en Berlín. En su lugar había pegada una nota: “Tomado por Alemania en virtud del Tratado de Versalles”. La pieza todavía está desaparecida. El mensaje apuntaba a una venganza alemana, pero ninguna pista sólida ha llevado jamás en esa dirección.

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El retablo cerrado del Cordero Místico de Van Eyck

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Lo más probable es que el motivo fuera económico, pues pronto el obispo de Gante empezó a recibir notas de rescate. El ladrón o ladrones demostraron que estaban por negociar y devolvieron el reverso del panel, que ya había sido cortado en Alemania y que representa a san Juan Bautista. Sin embargo, algo salió mal en las bambalinas del caso. ¿Qué? Imposible saberlo con exactitud, pues los documentos de la investigación se esfumaron en algún momento anterior a la Segunda Guerra Mundial.

El rastro con mayor fundamento, aunque no exento de puntos oscuros, llegó a finales de 1934. Un abogado llamado Georges de Vos fue llamado al lecho de muerte de un cliente suyo, el agente de bolsa Arsène Goedertier. Este último confesó ser el ladrón. De Vos, de manera inexplicable, no acudió enseguida a la policía, sino que durante un mes investigó por su cuenta. Halló copias de las notas de rescate y la máquina de escribir de la que salieron. Ni rastro del panel.

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Goedertier era un tipo bajito, rollizo y corto de vista; difícil que acarreara el pesado objeto de noche. ¿Podía ser el único ladrón o tenía un cómplice? ¿No habría sido únicamente el intermediario? ¿Estaría De Vos colgándole el muerto, mientras el verdadero culpable se salía con la suya?

Rescate al límite

En mayo de 1940 entraron en escena los nazis. Invadieron Bélgica, y el retablo figuraba en la descomunal lista de obras codiciadas por la maquinaria de expolio de Adolf Hitler. Los belgas escondieron el retablo en el castillo de Pau, en el sur de Francia, donde fue capturado por los nazis.

En Gante, mientras tanto, un detective investigaba el paradero de los Jueces Justos. Trabajaba a las órdenes de Joseph Goebbels, el ministro alemán de Propaganda, que pensaba regalar el panel a Hitler en 1943 por su décimo aniversario en el poder. Un obsequio que sabría a venganza por el Tratado de Versalles. Heinrich Himmler, jefe de las SS y la Gestapo y apasionado del ocultismo, también quería echarle el guante a la obra de Van Eyck: creía que en ella se encerraba un mapa del tesoro de los instrumentos de la Pasión de Cristo.

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El retablo fue recuperado de las minas de sal de Altaussee al final de la Segunda Guerra Mundial

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Ni uno encontró el panel desaparecido ni el otro halló rastro de la corona de espinas del Salvador. Que se sepa. En 1945, los aliados rescataron la obra de una mina de sal en Austria antes de que un fanático oficial de las SS prendiera fuego a las más de once mil piezas que allí se escondían.

Cinco años después se colocó una copia del panel de los Jueces Justos para que el retablo no quedara afeado por el hueco. El conservador que lo ejecutó alimentó su momento de gloria entre los círculos conspiranoicos al inscribir en la cara oculta: “Lo hice por amor / y por deber. / Y para resarcirme / tomé prestado / del lado oscuro”. ¿Lo adivinan? Surtió efecto. Hay quien piensa, incluso, que el panel es el original, devuelto sigilosamente.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 523 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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