Lo llaman el best seller de finales de la Edad Media y, para sorpresa de los legos en la materia, no se trata de la Biblia. El volumen más producido y demandado entre los siglos XIII y el XVI fue el libro de horas. Se trataba de una polivalente agenda religiosa, hecha a mano y personalizada. Incluía los rezos que su propietario –generalmente laico– necesitaría para las diferentes horas canónicas del día, para diversas jornadas de la semana y el año y para un sinfín de avatares cotidianos: desde una oración a santa Apolonia para curar un mal de muelas hasta el salmo idóneo para fortalecerse y evitar cometer tal o cual pecado capital.
El libro de horas era parte devocionario y parte calendario, y, en el caso de los propietarios más pudientes, también una obra de arte con exquisitas iluminaciones.De la popularidad del volumen dan fe los miles de libros de horas que han sobrevivido. Se trataba de un objeto de uso privado y, en teoría, solo se necesitaba uno por persona. Además, estaba destinado a la más humilde de las tareas: rezar. Ello no impidió que, sobre todo a partir de finales del siglo XIV, los más refinados personajes de Europa invirtieran una fortuna en decorarlos y coleccionarlos.
¿Por qué se llamaban así?
Los libros de horas se personalizaban, pero algunas partes eran comunes a todos. La fundamental, la que, de hecho, les dio nombre, eran las horas marianas, un conjunto de salmos, cánticos y alabanzas que se recitaban en las ocho horas canónicas (maitines, laudes, prima...). Estos textos se ilustraban con imágenes de la vida de María y la infancia de Jesús.
Jean de Valois (1340-1416), duque de Berry, está acreditado como el poseedor de una de las estanterías más fastuosas de libros de horas, formada por 15 ejemplares. Destacaron dos expresamente manufacturados para él: Les Belles Heures (conservadas en The Cloisters del Metropolitan de Nueva York) y Les Très Riches Heures (en el Museo Condé de Chantilly).

Folio de 'Les Très Riches Heures'
El placer de pasar las páginas de cualquier libro antiguo está reservado a un exclusivo grupo de conservadores y expertos. El público en general tenemos que conformarnos con contemplar los dos folios que quedan a la vista cuando el libro se exhibe abierto. Más de doscientos de ellos (de 23,8 x 17 cm) conforman este manuscrito de vitela, la piel de mayor calidad, procedente de animales nonatos o de pocas semanas.
Coleccionista a lo grande
El duque de Berry fue uno de los alfiles en el tablero de la Europa de su tiempo, por su doble condición de hermano de un rey francés (Carlos V) y de un duque de Borgoña (Felipe el Temerario). Más que sus hazañas políticas, entre las que destaca haber actuado como regente de Francia dos veces, lo que le ha otorgado inmortalidad han sido la extravagancia y el lujo con que encaró su papel de coleccionista. Acumuló desde castillos (construyó o renovó 17) hasta perros de caza (llegó a poseer 1.500).
Le maravillaba el arte en miniatura y atesoró unos trescientos joyaux, diminutas esculturas de oro, esmalte y piedras preciosas que se usaban como broches o que, en algunos casos, servían de salero. La cumbre de su affaire con lo diminuto fueron las ilustraciones de los libros de horas que encargó. Por entonces eran más preciadas que las tablas de mayor tamaño, que no serían la opción pictórica preferida hasta fines del siglo XV.
El refinado gusto de Jean de Valois tuvo la suerte de toparse con el enorme talento de los Limbourg, tres hermanos miniaturistas nacidos en Nijmegen, en la actual Holanda. El aristócrata contrató a Herman, Paul y Johan cuando apenas eran unos adolescentes, en 1405. Tardaron unos cuatro o cinco años en completar Les Belles Heures, y de inmediato se pusieron a trabajar en un libro muchísimo más ambicioso, la que está considerada la cúspide de la iluminación de todos los tiempos, Les Très Riches Heures.
Ni mecenas ni artistas vieron concluida esta obra: en 1416 fallecieron los cuatro. No existen documentos que aclaren tanta mortalidad, pero hay fundadas sospechas de que por allí pasó la guadaña de la peste.

Folio de 'Les Belles Heures'
Les Belles Heures es el único manuscrito, que se sepa, ilustrado íntegramente por los hermanos Limbourg. Ellos fueron responsables de las 172 miniaturas (escenas) que lo decoran, mientras que los textos y los bordes fueron ejecutados con toda probabilidad por otros artesanos. No era este último un trabajo ligero: algunas páginas contienen hasta quinientas hojas de hiedra, muchas de ellas rellenadas con pan de oro.
Mecenas y artistas tuvieron una muy buena e íntima relación. Se sabe, por ejemplo, que los hermanos regalaron al duque en una ocasión un libro de broma: cuando se abrían las lujosas tapas se descubría que era un bloque de madera. Esta cordialidad se dejó notar en Les Belles Heures. El aristócrata dio amplísima cancha al talento y la creatividad de los jóvenes. Consciente del don que poseían para el realismo y la emoción, les encargó unos añadidos muy inusuales en un libro de horas, por no estar relacionados con la oración: varias vidas de santos contadas a través de viñetas, un precedente del cómic o la novela gráfica.
Este no es el único punto inusual de Les Belles Heures: algunas escenas exhiben una más que sonrojante desnudez, y otras, unas muy polémicas decisiones iconográficas, como que Judas luzca halo como el resto de apóstoles. Se desconoce el porqué de estas peculiaridades. De hecho, no sabemos lo fundamental sobre este libro: ¿el extravagante duque de Berry lo llegó a utilizar alguna vez para rezar ocho veces al día, como marcaba la liturgia de las horas, o lo consideró como una más de sus bellísimas chucherías?
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 529 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.