Guillermo el Conquistador, Ricardo Corazón de León o Enrique V son algunos de los monarcas medievales ingleses más famosos. Aunque no sea tan popular en España, Eduardo de Woodstock es otro integrante de ese listado. Ganó su lugar en la historia durante la guerra de los Cien Años, pero no todo fue gloria en su historial bélico.
Conocido como el Príncipe Negro –por la armadura que lucía, según la creencia más extendida–, fue hijo de Eduardo III, otro rey que destacó por su ardor guerrero, tanto en conflictos contra escoceses como al desencadenarse la guerra de los Cien Años, que enfrentó a Inglaterra contra Francia entre 1337 y 1453.
Desde niño, Eduardo de Woodstock (llamado así por el palacio donde nació) vivió condicionado por su papel como primogénito de la dinastía Plantagenet. En 1338, con solo ocho años, fue nombrado guardián del reino, mientras su padre lanzaba una campaña al otro lado del canal de la Mancha.
El momento de demostrar su valía le llegó en 1346, a los dieciséis años, cuando acompañó a su progenitor a Francia. Al desembarcar en Normandía, este lo nombró caballero. Tras una serie de saqueos, el ejército del rey francés Felipe VI obligó a los Plantagenet a presentar batalla en Crécy el 26 de agosto de 1346, uno de los enfrentamientos más célebres del conflicto.
Bautismo de fuego en Crécy
Eduardo III puso a prueba a su hijo otorgándole el ala derecha del ejército, donde contó con el asesoramiento de nobles curtidos en batalla, como el mariscal Godofredo de Harcourt. El desafío fue enorme: Woodstock tuvo que hacer frente a un poderoso contingente de caballería comandado por el rey Juan I de Bohemia, aliado de los franceses.
Según el relato de la batalla de Crécy que hizo Jean Froissart, el gran cronista francés de la contienda, el Príncipe Negro cayó derribado y tuvo que ser socorrido por varios nobles. Un mensajero se lo comunicó a su padre para que le prestara ayuda, a lo que este respondió: “¿Es que acaso mi hijo está tan herido o muerto que no se vale por sí mismo?”. Cuando el emisario contestó que no, el soberano sentenció: “Que el muchacho tenga la oportunidad de ganarse un nombre”.

Representación de la batalla de Crécy
El príncipe mantuvo las líneas y ganó tiempo hasta que las fuerzas de su padre lanzaron el contraataque que acabó por desbaratar al ejército francés. Sus acciones en Crécy y en el posterior asalto a Calais le granjearon fama de valiente. Un prestigio que aumentó al regresar a Inglaterra en 1347, donde participó en varios torneos luciendo su oscura armadura.
Su intervención en justas y el trato cortés dispensado a los nobles franceses que había capturado hicieron de él un modelo de caballerosidad en la Europa del siglo XIV. Y sus hazañas militares no habían hecho más que empezar. Su gran momento llegó cuando Eduardo III lo nombró lugarteniente suyo en Gascuña, una de las principales posesiones inglesas en suelo francés.
La cara, capturar a un rey
Allí se cimentó la reputación de Eduardo de Woodstock, gracias a dos grandes incursiones contra territorio de los Valois: las cabalgadas de 1355 y 1356. La segunda de ellas estuvo a punto de terminar en desastre cuando un nutrido ejército francés, dirigido por el propio rey Juan II, acorraló a las tropas del príncipe de Gales cerca de Poitiers.
Sin más remedio que presentar batalla, el 19 de septiembre de 1356, los 7.500 guerreros del Príncipe Negro se vieron las caras frente a unos 16.000 franceses. La principal baza de Enrique era su buen despliegue defensivo, al cubrir sus posiciones con 4.000 arqueros ingleses.
Los nobles franceses aconsejaron a Juan II rodearlos y dejar que el hambre hiciera el resto, pero el rey Valois aspiraba a una gran victoria frente al heredero del trono inglés.
La superioridad numérica francesa puso en serios aprietos al Príncipe Negro. Sin embargo, las tropas de Juan II fueron sorprendidas por un ataque en sus flancos y en la retaguardia. El éxito de los ingleses fue rotundo, ya que no solo causaron grandes bajas al enemigo, sino que también capturaron a su monarca.

Batalla de Poitiers de 1356, en el marco de la guerra de los Cien Años
Poitiers fue el punto álgido del prestigio del Príncipe Negro. Su padre lo honró nombrándolo uno de los jefes de las negociaciones con los franceses. Estas propiciaron el Tratado de Bretigny (8 de mayo de 1360), que comportó una tregua de nueve años en la guerra y otorgó a Inglaterra importantes concesiones territoriales.
Como parte de su buena estrella, el Príncipe Negro recibió el gobierno del principado de Aquitania el 19 de julio de 1362. Antes de partir hacia Burdeos para asumir la tarea, se casó con Juana de Kent, en una ceremonia oficiada por el arzobispo de Canterbury. Los contrayentes eran primos, por lo que necesitaron una dispensa del papa Inocencio VI para desposarse.

Eduardo, príncipe de Gales, recibiendo Aquitania de su padre, Eduardo III de Inglaterra
Guerra civil castellana
La tregua con Francia seguía vigente, pero la pugna entre los Plantagenet y los Valois se trasladó a otros escenarios, como la guerra civil en Castilla entre Enrique de Trastámara –hijo ilegítimo de Alfonso XI– y su hermanastro Pedro I, llamado el Cruel o el Justiciero.
Los franceses secundaron a Enrique con mercenarios para hacerse con el trono. Pedro, por su parte, acudió al Príncipe Negro, que aceptó intervenir para evitar que sus enemigos controlasen la poderosa flota castellana y amenazasen las costas inglesas y sus rutas comerciales.
Los nobles aquitanos vasallos de Eduardo eran reticentes; cedieron solo bajo la promesa de grandes pagos por parte de Pedro. Haciendo gala de su fama de caballero, el príncipe justificó su intervención en Castilla asegurando que quería evitar que un bastardo se hiciera con el dominio de un reino.
En 1367, tras un pacto con el rey de Navarra Carlos II para cruzar su territorio, Eduardo entró en Castilla con un ejército de 3.500 soldados ingleses y aquitanos, más otros 6.000 mercenarios.
El choque decisivo se produjo en Nájera. Los partidarios de Enrique de Trastámara estaban apoyados por mercenarios franceses comandados por Bertrand du Guesclin –otro de los grandes líderes de la guerra de los Cien Años–, así como por tropas de la Corona de Aragón.
La cruz, las relaciones con la nobleza
Una vez más, el Príncipe Negro impuso su genio militar en Nájera, y Pedro pudo recuperar el trono. Pero el castellano no cumplió con su palabra de pagar a los ingleses por su ayuda, y la alianza se rompió. Para colmo, el ejército de Woodstock se vio azotado por una epidemia de disentería. Él mismo contrajo la enfermedad que, además, causó una gran mortandad entre sus tropas.

Eduardo, príncipe de Gales, como caballero de la orden de la Jarretera, 1453. Ilustración del Libro de la Jarretera de Brujas
Tras la campaña castellana, la buena estrella del Príncipe Negro comenzó a apagarse. La operación había dejado sus arcas vacías, de modo que trató de resarcirlas subiendo los impuestos, lo que enrareció las relaciones con la nobleza de Aquitania. Muchos aristócratas buscaron el apoyo de Francia, y en 1369 la situación era ya de rebelión abierta.
La revuelta en Aquitania fue a más. Limoges, un importante centro artesanal, se pasó a los rebeldes. Al conocer la noticia, el Príncipe Negro juró recuperar la ciudad “por el alma de su padre”. Organizó un asedio a finales del verano de 1370 que culminó con el saqueo de la localidad, el asesinato de una sexta parte de su población y la ejecución de la guarnición.

La captura de Limoges (1370) muestra al Príncipe Negro llevado en una litera
Según algunos historiadores, el pillaje de Limoges también pudo inspirar el sobrenombre de Príncipe Negro. De acuerdo con esa teoría, habría sido una adaptación del apodo “jabalí negro”, que los franceses utilizaban para referirse a los comandantes enemigos que destacaban por su crueldad.
Enfermedad y muerte
Su vigor se vio mermado por las periódicas recaídas que le provocaba la disentería, que había contraído en Valladolid. La enfermedad y la angustia por la muerte de su primogénito por peste bubónica, a finales de 1370, afectaron a su carácter. Ya no era el líder decidido de antaño. En 1372 renunció al gobierno de Aquitania y volvió a Inglaterra para afianzar su posición de cara a su futuro ascenso al trono.

La tumba del Príncipe Negro
Pero el Príncipe Negro no llegó a ser rey. Al poco de desembarcar en la isla, fue consciente de que la muerte iría a buscarlo más pronto que tarde, así que trató de asegurar la sucesión de su hijo Ricardo, quien sí alcanzaría el trono. El 8 de junio de 1376 se anunció el fallecimiento de Eduardo de Woodstock.
Su cuerpo reposa en la catedral de Canterbury. En su tumba puede leerse el siguiente epitafio: “Tuve grandes riquezas, tierras, casas, un gran tesoro, caballos, dinero y oro. Pero ahora soy un triste prisionero, en lo más profundo de la tierra, aquí yazgo. Mi gran belleza, toda ha desaparecido, mi carne desaparecida hasta el hueso”.