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“El hombre que dé a España el librecambio habrá hecho más por ella que Cristóbal Colón”: cómo los aranceles como los de Donald Trump ya fueron debate aquí

Guerras comerciales

Nuestro país vivió una montaña rusa en lo tocante a aranceles en el siglo XIX. Las controversias sobre la política a aplicar llegaron a provocar dimisiones. Proteccionistas y librecambistas, a la greña

Gobierno provisional de 1869 en España. Desde la izquierda: Figuerola, Ruiz Zorrilla, Sagasta, Juan Prim, Serrano, Topete, Adelardo López de Ayala, Lorenzana y Romero Ortiz (foto de J. Laurent)

Laureano Figuerola, sentado en la esquina izquierda, con el Gobierno provisional de 1869

Dominio público

Parece mentira que algo tan arduo como los aranceles acapare ahora la atención de todos los medios. Donald Trump, al incrementarlos de una manera abusiva, ha desatado una guerra comercial de imprevisibles consecuencias. El mandatario estadounidense se adhiere así al proteccionismo, una política con muchas conexiones con el nacionalismo conservador que hay detrás del lema “Hagamos a América grande de nuevo”. Se plantea una importante pregunta. ¿Es mejor para tu país imponer fuertes gravámenes a las mercancías extranjeras o todo lo contrario? En la España del siglo XIX, esa fue la gran controversia económica que dividió a los teóricos.

Durante la época ilustrada, bajo la monarquía absoluta, el Estado actuaba en función de los principios del mercantilismo, que preveían la aplicación de fuertes aranceles. Lo que se pretendía era algo muy simple: vender más en el extranjero de lo que se compraba. En caso contrario, el país vería disminuir peligrosamente sus reservas monetarias.

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Aprobación de la Constitución de 1812 por las Cortes de Cádiz, obra de Salvador Viniegra

Terceros

Con las Cortes de Cádiz, en 1812, se dieron algunos pasos en favor del librecambio que no tuvieron continuidad por el retorno al absolutismo. Ocho años después, con el régimen liberal recién restablecido, el ministro de Hacienda, José Canga Argüelles, se pronunció a favor de eliminar las barreras al comercio. A su juicio, el Estado obtendría más ingresos “cuanto fuese mayor la libertad del tráfico, menores los derechos y más suave la legislación de aduanas”.

En un político liberal, esa era la postura previsible. Sin embargo, pocos meses después, Canga Argüelles hizo aprobar un arancel destinado a los dos hemisferios de la monarquía. Se refería a los dominios americanos, que en aquel momento aún no se habían perdido del todo. ¿Por qué este cambio tan drástico de opinión? Parece que los liberales aparcaron sus ideas porque, en medio de una tremenda crisis, necesitaban una medida que frenara la caída de los precios agrícolas.

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Fernando VII, al restablecer el absolutismo, se inclinó también por continuar con el establecimiento de impuestos para los productos extranjeros. En Catalunya, los industriales favorecieron esta clase de medidas. Deseaban evitar que la competencia de las fábricas británicas acabara por arruinarles.

El librecambio, mientras tanto, se abría paso en Europa. Gran Bretaña eliminó en 1846 las leyes que protegían su producción cerealística, una normativa muy controvertida, porque impedía paliar el hambre con la importación de grano extranjero. El fabricante Richard Cobden, uno de los apóstoles de este cambio, visitó Madrid, donde se entrevistó con el ministro de Hacienda Alejandro Mon. Fue entonces cuando proclamó la necesidad de aplicar en la península una doctrina económica diferente: “El hombre que dé a España el librecambio habrá hecho más beneficios a su patria que Colón enseñándole el camino de las Américas”.

El político español Alejandro Mon. Detalle de un retrato de 1850

El político español Alejandro Mon. Detalle de un retrato de 1850

Terceros

Mon tomó buena nota de lo que decía Cobden e hizo aprobar en 1849 un nuevo arancel menos restrictivo, aunque mantuvo la prohibición de importar productos textiles. Como señaló el historiador José María Serrano Sanz en un artículo académico, el librecambismo, en aquel momento, era una idea que disfrutaba de creciente influencia. La avalaban tanto la prosperidad de Gran Bretaña como el pensamiento de los economistas más prestigiosos. El proteccionismo, en cambio, se identificaba con la defensa de intereses egoístas.

Acabar con las tasas

El siguiente hito en la extensión del librecambismo en España será la aparición de la Asociación para la Reforma de los Aranceles de Aduanas, una entidad que propugnaba la progresiva reducción de los derechos de importación y exportación. Su aparición no se explica sin el previo surgimiento, en Europa, de una Asociación Internacional para las Reformas Aduaneras. Eso demuestra que España no estaba tan desconectada de lo que sucedía más allá de los Pirineos como a veces se cree.

El activismo librecambista contribuyó a hacer posible, tras la caída de la monarquía de Isabel II, el establecimiento del arancel de Laureano Figuerola, por entonces ministro de Hacienda. La medida, sin embargo, no encontró el apoyo de los partidarios ortodoxos del librecambio, que la encontraban demasiado moderada. La consideraban un avance, pero se negaban a respaldarla porque creían que, en términos globales, resultaba insuficiente.

Laureano Figuerola Ballester, ministro de Hacienda durante el Gobierno Provisional de 1868-1871

Laureano Figuerola Ballester, ministro de Hacienda durante el Gobierno Provisional de 1868-1871

Dominio público

Los proteccionistas tampoco estaban de acuerdo. En Catalunya, el arancel encontró la oposición de Fomento de la Producción Nacional, un organismo patronal creado por Joan Güell y Pere Bosch. En el parlamento español, el general Prim presionó para que Figuerola efectuara concesiones a favor de la industria catalana.

No obstante, los efectos de la reforma resultaron más bien benéficos, como muestra el aumento de las exportaciones en algo más de un 50%. Figuerola se había propuesto bajar los precios de las materias primas y la maquinaria. Pensaba que esa era la forma de impulsar la industrialización y poner así al país al nivel de los más avanzados. Pero, de hecho, él tampoco estaba satisfecho. Había cedido en algunas cuestiones por razones políticas contra lo que le indicaban sus convicciones. Por eso, tras la publicación del arancel, presentó la dimisión.

Vuelven los tributos

Después de 1875, con la Restauración borbónica, el arancel se mantuvo en líneas generales, aunque se suspendió una rebaja tarifaria prevista. España no retomó la senda del proteccionismo hasta años después, en la década de los noventa, cuando la crisis agraria impuso un cambio de rumbo. Los productores de trigo y algodón reclamaban la imposición de barreras comerciales.

El sector del vino, no obstante, seguía otra estrategia: admitía aranceles más bajos siempre que, a cambio, fuera más fácil la apertura a los mercados foráneos. Los empresarios tenían en mente que Francia, en 1891, había impuesto un recargo al vino español del 50%. España reaccionó de la misma manera, por lo que se habló de un proteccionismo “forzado”. Madrid solo actuaba así porque París, con su intransigencia, no le dejaba otra opción. Europa se movía entonces en un ambiente cada vez más favorable al proteccionismo, sobre todo después de que Alemania marcara la tendencia al elevar sus propias tarifas.

El proteccionismo pretendía favorecer el desarrollo en sectores clave como el textil catalán o la siderurgia vasca. Se trataba de un planteamiento económico, pero también ideológico. Sus defensores se presentaban como patriotas que estaban salvaguardando los puestos de trabajo de los obreros de su país. España logró crecer, aunque no aproximarse a sus vecinos europeos, porque estos aumentaron su riqueza con mayor rapidez.

Para que se hiciera una apuesta decidida por el libre cambio habría que esperar nada menos que a 1986, con la entrada en la Comunidad Económica Europea. En la actualidad, sin embargo, nos adentramos en un ciclo distinto. Los mandatarios internacionales no parecen recordar que las guerras arancelarias, en los años treinta, agravaron la depresión económica iniciada con la crisis bursátil de 1929.

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