Pocos generales romanos pueden presentar una hoja de servicios tan distinguida como Pompeyo (106-48 a. C.): tres triunfos celebrados en Roma por victorias ante temibles rivales como Sertorio o Ѿٰí岹ٱ y el sometimiento de amplios territorios de Oriente. Pero su figura quedó ensombrecida por la de Julio César, su gran rival en la guerra civil romana (49-45 a. C.).
Sin embargo, mucho antes de perder esta contienda que sellaría el destino de la República romana, las hazañas de este general le harían ganarse el apodo de “el Magno”, en clara referencia al célebre Alejandro III de Macedonia.
Pompeyo iba a tener una particular trayectoria hacia la cúspide del poder en Roma. No seguiría el tradicional cursus honorum, la jerarquía de cargos públicos en la República por la que debían progresar quienes aspiraban a alcanzar los escalafones políticos y militares más altos.
Pompeyo iba a ser un outsider, o un homus novus, si se prefiere un término más propio del siglo I a. C., en referencia a los primeros de un linaje en acceder al Senado o las más altas magistraturas republicanas. Su familia no estaba emparentada con la aristocracia patricia romana –como no pararían de recordarle sus futuros rivales políticos–, así que fue lógico que buscara vías alternativas para escalar en el poder.

Busto de Pompeyo
Heredó esta ambición de su padre, Cneo Pompeyo Estrabón, cabeza de una de las familias más ricas de la región de Piceno (Italia centro-oriental). Padre e hijo vieron en la turbulenta República del siglo I a. C. una ocasión para progresar en política.
Pompeyo Estrabón puso su fortuna a disposición de la causa de Sila, el líder de la facción de los optimates en la primera guerra civil (88-81 a. C.), para reclutar tropas. Al no ostentar ningún cargo público, no podían hacerlo legalmente pero las necesidades de la guerra civil habían dinamitado el marco jurídico romano y era una época donde primaba el pragmatismo.
Pompeyo sirvió en el estado mayor del ejército privado de su padre y muy pronto demostró ser un líder carismático y capaz. El progenitor falleció 87 a. C. y las habilidades militares del hijo llamaron la atención de Sila quien le encargó acabar con los últimos partidarios de Mario en Italia, Sicilia y África. El joven general salió victorioso de todos los choques.
En estos momentos, Pompeyo comenzó a marcar perfil político. Exigió celebrar un triunfo en las calles de la urbe, pero Sila se resistió a concederle ese derecho ya que era habitual en guerras contra enemigos extranjeros, pero no en las libradas contra otros romanos. Finalmente, el líder optimate aceptó y le otorgó el título de “el Magno”, aunque, según Plutarco, tardaría años en utilizarlo.
Triunfos en Hispania y Oriente
Sila también ofreció a Pompeyo ser senador, pero este no quería inmiscuirse en la carrera política, ya que podía quedar relegado a cargos menores, como cuestor y edil. El Magno romano quería seguir en la carrera militar, y ocasiones no le iban a faltar gracias a todos los rivales que desafiaban a la todavía tambaleante República.
La siguiente oportunidad para alimentar su fama de gran general le llegaría en Hispania, con la rebelión de Quinto Sertorio, su primer gran adversario, contra el que combatiría durante cinco años (76-71 a. C.). Pompeyo supo sobreponerse a los problemas iniciales y se alzó con la victoria. Como buen conquistador de la Գپü岹, no solo se dedicó a someter a enemigos con la espada, sino que también fundó ciudades, la más célebre de ellas, Pompaelo (Pamplona).

Relieve que representa a las legiones romanas en formación
Tras la derrota de Sertorio, Pompeyo fue reclamado en Italia para ayudar a Marco Licinio Craso a someter la rebelión de esclavos liderada por Espartaco. Poco después, en el año 71 a. C., Pompeyo celebró su segundo triunfo gracias a su campaña en Hispania, pero seguía sin ser aceptado como un igual por la élite romana. Así que decidió dar un paso más: formó una alianza política con Craso para ser cónsul ese mismo año.
La alianza entre los dos prohombres no prosperó por sus diferencias, y el paso por el consulado de Pompeyo no fue la catapulta esperada para su carrera política. Roma lo quería como general, y así se demostró en 67 a. C., cuando el Senado le asignó la misión de acabar con los poderosos piratas del Mediterráneo, quienes amenazaban el suministro de grano de toda Italia.

Detalle de un busto de Craso
Como muestra de la importancia que daba Roma a esta campaña, el Senado decidió poner en manos de Pompeyo un gran contingente militar –500 barcos, 120.000 infantes y 5.000 jinetes– y el Magno no defraudó. Con una estrategia metódica, logró acabar con los principales focos de actividad pirata en apenas cuarenta días.
El Mediterráneo oriental vería crecer la fama de Pompeyo como gran general. Roma volvió a encargarle combatir a un temible enemigo que amenazaba sus intereses: el rey Ѿٰí岹ٱ VI del Ponto.
Pompeyo obtuvo una resonante victoria en la tercera guerra mitridática (73-63 a. C.), pero no solo se limitó a derrotar a este rey helenístico (quien se suicidó ante el acoso de las legiones), sino que extendió los dominios de Roma por zonas del Mediterráneo oriental como Siria y Judea, donde llegó a tomar Jerusalén tras un asedio de tres meses.
Triunvirato y derrota
En estas campañas en Oriente, Pompeyo encarnó como pocos el imperialismo romano: conquistaba sin contemplaciones, pero luego establecía el orden en los territorios sometidos. Además, con todos estos triunfos, el general comenzó a utilizar desacomplejadamente el apelativo de Magno acuñado por Sila dos décadas antes.
En 61 a. C., el día que cumplió 45 años celebró su tercer triunfo en reconocimiento a sus conquistas en Oriente, y se dispuso a probar de nuevo la carrera política.
Con Catón el Joven a la cabeza, muchos senadores temieron que imitara a Sila y se hiciera con todo el poder. Pero, al contrario que su mentor (o que su futuro rival, Julio César), Pompeyo no aspiró jamás a un gobierno absoluto. Quería alcanzar las máximas cotas de poder, pero dentro del marco legal de la República.
De nuevo quedó claro que Pompeyo era menos hábil en el Senado que al frente de sus legiones. Así que tuvo que buscar una alianza con dos figuras prominentes: el veterano Craso y la estrella en ascenso en la política romana, Julio César.

Representación de Julio César (izqda.) y Pompeyo en un fresco de Taddeo di Bartolo de principios del siglo XV
Los tres formaron el primer triunvirato (60 a. C.). Craso ponía el dinero, César la habilidad política y Pompeyo a sus veteranos, para intimidar a los miembros del Senado y que aprobaran las leyes y resoluciones que interesaban a este trío político.
Además, la alianza entre César y Pompeyo se afianzó con el matrimonio entre este y la hija del primero, Julia. Sin embargo, la joven murió durante un parto en 54 a. C., y los dos prohombres comenzaron a distanciarse.
El equilibrio a tres bandas de este primer triunvirato terminaría por resquebrajarse solo un año después, cuando Craso murió en la batalla de Carras contra los partos en Mesopotamia.
El temor a la ambición de César (ya patente con sus éxitos en la Galia), hizo que los patricios dejaran atrás sus viejos prejuicios sobre Pompeyo y lo cortejaran como contrapeso. El vencedor de Sertorio y Ѿٰí岹ٱ aceptó dirigir las tropas del Senado, cuando Julio decidió cruzar el Rubicón y marchar sobre Roma con su ejército en 49 a. C.

'Vercingétorix arroja sus armas a los pies de Julio César', por Lionel Noel Royer (1899)
Los dos grandes generales iban a enfrentarse en una nueva guerra civil romana. Pero cada uno llegaba en un momento muy diferente. César contaba con poco apoyo en el Senado (lo que también reducía las posibilidades de que algún prohombre le hiciera sombra), pero tenía un ejército bregado en la campaña de la Galia.
En cambio, Pompeyo disponía de fuerzas más numerosas, pero no tan veteranas, y sus aliados políticos eran destacados miembros de la élite, pero estos no iban a darle plena libertad para tomar decisiones.
Pompeyo logró convencer a los optimates de que aceptaran su jugada de abandonar Italia y no presentar batalla. Se retiró con sus fuerzas al otro lado del Adriático, donde esperaba recibir apoyo de los aliados que había dejado en Oriente tras sus exitosas campañas. César pareció darle un respiro, ya que prefirió atacar a las fuerzas senatoriales en Hispania, de gran calidad, pero sin un comandante capaz.
En 48 a. C. y con la amenaza de las legiones hispanas eliminada, César acudió al encuentro de sus enemigos en Dirraquio (actual Albania) y se produjo la primera gran batalla entre los antiguos triunviros. Este primer asalto fue para Pompeyo, quien obligó a su enemigo a retirarse hacia Tesalia.

La muerte de Pompeyo. Willem Basse, 1634
El choque decisivo llegaría en Farsalia en 48 a. C. Pompeyo contaba con una amplia ventaja numérica (50.000 soldados contra 43.000). Pero esta vez César demostró un mayor genio militar y acometió movimientos más hábiles, aprovechando la veteranía de sus tropas, para hacerse con la victoria. Una batalla que también tendría importantes ecos políticos.
César quedaba como dueño de la República. El prestigio de Pompeyo se esfumó en Farsalia y perdió el apoyo de sus aliados en el Mediterráneo Oriental. Por orgullo, no quiso acogerse al perdón de su rival y buscó refugio en Egipto. Allí murió asesinado por una conjura de los consejeros del rey Ptolomeo XIII, quienes no querían que la presencia del general optimate sirviera de pretexto a Roma para intervenir en el país del Nilo.