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El asteroide que quizá acabó con Tall el-Hammam, una Sodoma bíblica

Un apocalipsis prehistórico

Durante estas últimas semanas, el asteroide YR4 ha copado los medios por el baile de probabilidades de impactar contra la Tierra en 2032. Otro es posible que sí lo hiciera en Jordania en la Edad del Bronce

El yacimiento de Tall el-Hammam, en Jordania

El yacimiento de Tall el-Hammam, en Jordania

Tall el-Hammam Excavation Project

En las áridas tierras del valle del Jordán, cerca del mar Muerto, yacen las ruinas de una antigua ciudad que ha captado la atención de arqueólogos y estudiosos bíblicos por igual. Tall el-Hammam, una vez próspera metrópolis de la Edad del Bronce, guarda en sus estratos los secretos de una catástrofe que pudo haber inspirado uno de los relatos más conocidos del Antiguo Testamento: la destrucción de Sodoma y Gomorra.

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Las ruinas de Tall-el-Hammam ocupan 36 hectáreas al norte de aquel mar, muy cerca de la orilla oriental del Jordán. Aunque la cercana presa de Kafrein abastece algunos campos de cultivo, tan solo un poco más allá se extienden kilómetros y kilómetros de desierto pedregoso.

No siempre fue así. En tiempos muy antiguos (hacia 3000 a. C.) esta era una región fértil. En primavera, el río Jordán se desbordaba, como el Nilo, aportando nuevos nutrientes al suelo. A mediados del Neolítico, en plena eclosión de la agricultura, y gracias también al agua que proveían los manantiales cercanos, los habitantes de la zona podían recoger hasta tres cosechas anuales. Eso favoreció el crecimiento de poblaciones estables.

El yacimiento de Tall el-Hammam, con Jericó al fondo

El yacimiento de Tall el-Hammam, con Jericó al fondo

Deg777 / CC BY-SA 4.0

Tall el-Hammam no era una simple aldea. Ocupada desde casi un milenio atrás, había crecido rodeándose de defensas cada vez más formidables. Quizá para protegerse de incursiones de otras tribus, con el paso del tiempo fue adquiriendo un complejo sistema defensivo. La empalizada de madera original dejaría paso a una imponente muralla de cinco metros de altura que a la larga caería víctima de un terremoto, para ser después reconstruida varias veces durante los siguientes ocho siglos de ocupación.

Para la gente de la época debía de tener un aspecto colosal, con paredes que alcanzaban los diez metros, tachonadas de torres de vigilancia y con puertas fortificadas.

A salvo tras ese cinturón de piedra y adobe, Tall el-Hammam prosperó y se convirtió en un activo centro no solo agrícola, sino también comercial. Empezaron a producirse algunos bienes de consumo, en especial textiles y alfarería. Se estima que su población superó los 8.000 habitantes. Las modestas casas de barro dejaron paso a viviendas más elaboradas, lo que parece un templo e incluso a un palacio real de cuatro o quizá cinco pisos.

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Desde ese palacio ejercían su poder los gobernantes cuyos nombres ha borrado el tiempo. Su influencia no se limitaba a su propia ciudad-estado, sino que alcanzaba a numerosos asentamientos y caseríos desperdigados a su alrededor. Las excavaciones se iniciaron en 2005 y hoy constituyen un vasto campo arqueológico gestionado por el gobierno jordano en colaboración con media docena de universidades.

Tell el-Hammam fue contemporánea de Jericó, la ciudad permanentemente habitada más antigua. Ambas poblaciones distan solo unos 20 kilómetros, el-Hammam en la orilla oriental del Jordán, Jericó en la occidental.

Este fue el escenario del milagroso derrumbe de las murallas ante el ejército de Josué: la estrategia consistió en una procesión en que las tropas, acompañadas por sacerdotes portadores del Arca de la Alianza, rodearan la ciudad durante seis días. Ciertamente, una visión poco tranquilizadora para los sitiados. Al séptimo, al sonar de las trompetas (probablemente cuernos de guerra), sus colosales muros se desplomaron.

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Numerosos arqueólogos consideran esta crónica una mera fantasía que los escribas incluyeron en la Biblia siglos después de que presumiblemente hubiese ocurrido. El libro de Josué (sexto del Antiguo Testamento) se estima poco fiable desde el punto de vista histórico. Pero, en cualquier caso, las ruinas excavadas en Jericó muestran repetidos episodios de incendios, desmoronamiento y reconstrucción de sus defensas. Algunos, probablemente resultado de terremotos, otros, de conflictos bélicos, y otros más, en fin, fruto del envejecimiento de la construcción.

Hacia el año 1650 a. C., Tell el-Hammam sufrió un destino parecido, pero mucho más repentino. La población fue arrasada, sus murallas de adobe se vinieron abajo, cayeron también los edificios –incluyendo el imponente palacio real–, las techumbres y las vigas que los sostenían se colapsaron. La mayoría de sus habitantes no sobrevivió.

Se han sugerido muy diversas causas: guerras, saqueos, masivos incendios, violentos movimientos sísmicos, vulcanismo e incluso tormentas de intensidad desusada. Pero el caso es que, así como Jericó continuó habitada, Tell el-Hammam quedó abandonada. Durante los setecientos años siguientes, nadie más cultivaría sus campos y aquella emergente sociedad agrícola revertió en parte al nomadismo y pastoreo.

¿Golpeada por un meteorito?

No hace mucho, un estudio publicado en Nature sugirió un posible esclarecimiento del desastre: el impacto de un meteorito. Es una hipótesis muy discutida y rechazada por numerosos profesionales, pero sus autores apuntan a una serie de evidencias bastante convincentes. Consideradas una a una podrían admitir otras explicaciones, pero en conjunto componen una imagen coherente con la ocurrencia de una catástrofe cósmica.

Trabajos de excavación en Tall el-Hammam

Trabajos de excavación en Tall el-Hammam

Tall el-Hammam Excavation Project

El estrato denominado “capa de destrucción”, alrededor de metro y medio de espesor, en líneas generales muestra signos de haber sufrido altas temperaturas: cerámica vitrificada, ladrillos de adobe parcialmente fundidos y abundancia de microesferas de vidrio en su interior. Son procesos que exigen llegar a entre 1.700 y 2.000 grados, inalcanzables en la época ni siquiera bajo el más pavoroso de los incendios.

El suelo está tapizado de cuarzo fragmentado (un mineral duro, nada fácil de romper) con deformaciones, que sugieren haber sufrido presiones bruscas de miles de atmósferas durante brevísimos periodos de tiempo. También aparecen diminutas esférulas de carbono diamantoide, que se forma igualmente bajo presiones y temperaturas extremas. Ese tipo de mineral se encuentra muchas veces asociado a cráteres de impacto.

Quizá más significativa es la presencia de un delgado estrato de mineral abundante en metales pesados como iridio, platino y, en especial, níquel. Todos ellos en proporciones al menos veinte veces superiores a las de las capas adyacentes.

Trabajos de excavación en Tall el-Hammam

Trabajos de excavación en Tall el-Hammam

Tall el-Hammam Excavation Project

Se han descubierto también algunos restos humanos (y numerosos fragmente difíciles de identificar, que podrían corresponder tanto a los desventurados habitantes de el-Hammam como a sus animales domésticos. Los pocos huesos encontrados (un par de cráneos y parte de un fémur) sugieren una desmembración violenta y haber sufrido exposición a un intenso calor.

Otro hallazgo se refiere a la salinización del terreno. Fuese lo que fuese lo que sucedió, la onda de calor debió de provocar la evaporación brusca de muchos metros cúbicos del cercano mar Muerto. Allí el agua contiene tal cantidad de cloruros de sodio (sal común), magnesio, calcio y potasio que su densidad supera en un 30% a la del agua dulce. Ese es el motivo de que los bañistas puedan flotar sin esfuerzo… y también del escozor de ojos que sufren los imprudentes que se atreven a sumergir la cabeza.

El depósito de las sales tras el impacto explicaría la salinidad detectada y por qué fue abandonado como tierra de cultivo. Tardaría siglos en eliminar los contaminantes y volver a permitir la agricultura.

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Como en cualquier buena novela de detectives, todos estos indicios apuntan a la catastrófica caída de un meteorito. No es la única explicación, pero sí que resulta muy tentadora sobre todo porque remite a la narración bíblica de la destrucción de la Pentápolis bajo un diluvio de fuego y azufre (Sodoma, Gomorra y también Adma y Zeboim, de las que nadie suele acordarse; la quinta, Zoar, fue perdonada porque en ella se refugió Lot, el único justo a los ojos de Yahvé).

Y ahí es donde topamos con la oposición de numerosos arqueólogos profesionales. La tradición ubica las cinco ciudades mencionadas en el Deuteronomio en la orilla sur del mar Muerto, justo en el extremo opuesto a el-Hammam. No hay rastros arqueológicos de ellas e incluso algunas teorías apuntan a que sus ruinas quedan bajo las aguas.

Cuestión de segundos

Los hechos de aquel aciago día de hace 4.000 años se han asimilado a los efectos de un ingenio termonuclear de gran potencia. Los computadores de Sandia National Labs (el organismo norteamericano encargado, entre otras tareas, de la monitorización de los componentes de armas nucleares) han permitido simular la entrada y explosión de una ojiva a diferentes ángulos y alturas y los resultados son estremecedores. El impacto de un asteroide en la atmósfera –básicamente, una montaña que se precipita sobre el suelo a hipervelocidad– produce efectos muy similares

Si eso fue lo que ocurrió en el-Hammam, todo acabó en unos escasos diez o quince segundos. Una roca de alrededor de 50 metros de diámetro se zambulló a la alta atmósfera a una velocidad de alrededor de 20.000 km/h, quizá más. Como es sabido, al comprimirse el aire se calienta (pensemos en la clásica bomba de hinchar neumáticos de bicicleta). Al avanzar a esa velocidad, el meteorito hacía las veces de un gigantesco pistón que comprimía brutalmente el aire que encontraba a su paso. Ese y no tanto el rozamiento del aire es el mecanismo que provoca el resplandor de los bólidos, que pueden alcanzar una temperatura superior a los 2.000 grados.

A unos 50 kilómetros de altura, el meteorito resplandecía con un brillo casi similar al propio Sol. Seguía una trayectoria de sudoeste a noreste (un detalle que se deduce de la acumulación de escombros en esa dirección). Si alguno de los primitivos hammanitas pudo verlo, es probable que el resplandor le cegase. Al llegar a niveles inferiores, el estampido sónico debió de alertar al resto de la población, al tiempo que destruía las estructuras más ligeras… y también los tímpanos de los menos afortunados.

¿No hay cráter?

La investigación arqueológica no ha descubierto restos de un cráter en la zona. Cierto que podría haber sido borrado por los siglos de erosión, pero –como otros fenómenos similares– lo más probable es que el bólido explotase en altura. Como el impacto de Tunguska o la bomba de Hiroshima, pero con una potencia mucho mayor. Se estima que pudo ser equivalente a una detonación de entre 10 y 15 megatones (las que arrasaron las ciudades japonesas desarrollaban unos 15 kilotones, mil veces menos). A lo largo de su recorrido dejó una onda térmica y de sobrepresión que fue la responsable de barrer como un huracán todas las construcciones del poblado neolítico.

La catástrofe, cuyos rastros están saliendo ahora a la luz, es un acontecimiento muy infrecuente, pero no único. Algo semejante parece haber ocurrido hace 12.800 años en el asentamiento paleolítico de Abu Hureyra, en Siria. Es el primer caso de destrucción atribuido a un meteorito. Los indicios son similares a los que se observan en el-Hammam (vitrificación, nanodiamantes…), pero al tratarse de un asentamiento más primitivo el cuadro es mucho menos detallado.

Y por fin, una sorprendente coincidencia. A lo largo de su larguísima historia, la Jericó bíblica sufrió numerosos episodios de derrumbe y reconstrucción. Saqueos, guerras, incendios, terremotos…. Uno de ellos se data hacia 1653 a. C., con un margen de error de más o menos 18 años. Eso lo hace casi coetáneo del desastre de el-Hammam (1661 a.C., más o menos 21 años). Dadas las incertidumbres de los métodos empleados, uno se pregunta si ambas catástrofes pudieron tener la misma causa: un martillo de roca que cayó del cielo.

Trabajos de excavación en Tall el-Hammam

Trabajos de excavación en Tall el-Hammam

Tall el-Hammam Excavation Project

Rastreando las amenazas

Es seguro que, con el tiempo, este tipo de catástrofes volverá a ocurrir. Son poco frecuentes, pero inevitables. Basta con ver la superficie de la Luna y de otros cuerpos del Sistema Solar para comprobar la intensidad del bombardeo a lo largo de millones de años (en la Tierra, la erosión ha borrado esas huellas, que debieron de ser igualmente abundantes). Por eso, diversas agencias espaciales como la NASA y la ESA han puesto en marcha programas de “defensa planetaria” que, por el momento, se centran en tratar de localizar cualquier asteroide cuya trayectoria pueda representar un peligro futuro para nuestro planeta.

Vertical

(Foto del asteroide YR4

HANDOUT / AFP

La búsqueda se hace mediante telescopios robotizados que barren el firmamento noche tras noche. Con suerte, pueden localizar objetos de solo unas decenas de metros siempre que se encuentren a escasa distancia de la Tierra y las condiciones de iluminación sean las adecuadas. La trayectoria de cualquiera de estas rocas se establece fotografiando su posición en noches sucesivas. No siempre es una tarea fácil. Al principio, las imágenes están tan próximas que el cálculo resulta muy impreciso.

Así, al asteroide 2024YR4 descubierto hace solo unos meses, se le asignó primero una probabilidad de impacto de más del 1%, que posteriores observaciones aumentaron hasta un 3%, una de las máximas jamás registradas. Nuevos cálculos más precisos ya la han reducido a cero, descartando todo riesgo, como ya había sucedido otras veces con asteroides incluso más amenazadores.

¿Qué consecuencias tendría la caída de ese asteroide? No se trata de una roca de gran tamaño (la responsable de la extinción de los dinosaurios era mucho mayor, entre 10 y 15 kilómetros de diámetro; esta, solo unas decenas de metros). Pero, aun así, el impacto formaría un cráter de más de un kilómetro, comparable al cráter Barringer, en el desierto de Arizona, suficiente para destruir una ciudad mediana. O, de caer en el océano, provocar un colosal tsunami digno de cualquier película catastrofista.

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