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Aureli Maria Escarré, abad de Montserrat, y su transformación de franquista en antifranquista

Salto a la oposición

Hace 60 años, tras sus críticas contra la dictadura en ‘Le Monde’, Escarré partió al exilio. Su apoyo al régimen se había trocado en enfrentamiento

Aureli Maria Escarré i Jané, abad de Montserrat, en una foto de los años sesenta

Aureli Maria Escarré i Jané, abad de Montserrat, en una foto de los años sesenta

Album / EFE

Aureli Maria Escarré (1908-1968), abad de Montserrat, fue uno de los catalanes más populares del siglo XX. Simboliza el compromiso de un importante sector de la Iglesia con la lucha democrática. Sus declaraciones al periódico francés Le Monde en noviembre de 1963, en las que criticaba la dictadura franquista, levantaron en su momento una polémica considerable. Desde una óptica nacionalista, se lo considera un héroe indiscutible en la defensa de los derechos de Catalunya. De ahí que la biografía que le dedicó Jordi Vila-Abadal se titule L’abat d’un poble (Mediterrània, 1998).

Sobre su evolución ideológica se ha escrito en sentidos opuestos. Unos afirman que fue franquista en los años cuarenta y después evolucionó. Otros niegan tajantemente que simpatizara nunca con el régimen; se habría limitado a tener relaciones de cortesía con las autoridades del momento. Su comportamiento obedecería a motivaciones pragmáticas: como no podía cambiar el sistema político, negociaba con él para sacar ventajas para Catalunya.

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¿Existen documentos de la época que permitan dirimir entre ambos retratos del personaje? En la Fundación Francisco Franco se encuentra la copia de una carta que Escarré dirigió a Alberto Martín Artajo, responsable por entonces de la cartera de Exteriores, para invitarle a las fiestas de entronización de la Virgen de Montserrat el 27 de abril de 1947. Hasta aquí, el gesto puede interpretarse como algo puramente formal. Sin embargo, a continuación, el abad le explica al ministro que el cardenal de Toulouse quiere presentarse en Montserrat, con motivo del acto, y aprovechar la ocasión para entregarle la reliquia de unos santos.

A Escarré esa iniciativa le parece sospechosa: ¿y si esconde una doble intención política? Ha enviado –sigue informando al ministro en la carta– a uno de sus monjes a la ciudad francesa. Tiene que averiguar si existe una agenda oculta en el proyecto de visita.

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El Abad de Montserrat, Aureli Maria Escarré, acompaña durante su visita al monasterio a Francisco Franco y su esposa Carmen Polo

Otras Fuentes

Podríamos aceptar que el abad estuviera obligado, contra su voluntad, a ser deferente con un jerarca de régimen. Nada le forzaba, sin embargo, a manifestarle ese tipo de sospechas acerca del cardenal francés. Sus comentarios evidencian un espíritu colaboracionista, no lo contrario.

Lo mismo podemos decir de otra carta, también custodiada en la mencionada fundación, en la que agradece al dictador una reciente visita a Montserrat. La forma en que se expresa, muy cálida, tiene poco que ver con el tipo de palabras que se escriben por compromiso: “Al expresar a V. E. mi gratitud y la de todos mis monjes no puedo dejar de participarle nuestra profunda satisfacción por haber merecido ser tratados por V. E. con tanta intimidad, casi rayando a lo familiar, considerando tal distinción como una prueba más de su afecto”.

En los años cuarenta, por tanto, Escarré se encontraba cómodo dentro del marco político del franquismo. Su postura resulta fácil de comprender, con una guerra civil aún muy cerca en la que la Iglesia había sido duramente perseguida. Otro asunto es que, con los años, el abad se distanciara del régimen. Pero eso, el 7 de julio de 1949, aún no se había dado. En esa fecha lo que hace es manifestar al jefe de Estado su deseo de que la Virgen le asista y le conceda la posibilidad de continuar dirigiendo “los destinos de nuestra querida Patria para su prosperidad material y espiritual”.

Sin tapujos

No es fácil precisar hasta cuándo Escarré fue partidario de Franco y cuándo se desengañó de él. Es seguro que en los años cincuenta se había convertido en un antifranquista convencido. En esos momentos pensaba ya que un régimen político contrario a la libertad humana no podía ser verdaderamente cristiano. Daba igual si concedía ventajas a la Iglesia.

Como símbolo democrático, Montserrat serviría de refugio a muchos disidentes políticos que huían de la policía. Entre ellos, Pasqual Maragall, por entonces en el FOC (Frente Obrero de Catalunya). Además, Escarré intercedió a favor de presos políticos como Jordi Pujol, en prisión después de que un grupo de catalanistas interpretara el Cant de la Senyera, un himno patriótico, en el Palau de la Música de Barcelona.

Jordi Pujol y Marta Ferrusola, en el día de su boda con el abad Escarré, en 1956.

Jordi Pujol y Marta Ferrusola, en el día de su boda, junto al abad Escarré, en 1956.

Archivo

Las críticas del abad contra Franco se hicieron cada vez más radicales. Culminarían con sus declaraciones a Le Monde, en que afirmó que el régimen no llevaba veinticinco años de paz, sino tan solo veinticinco años de victoria. El gobierno, dijo, no tenía ninguna intención de reconciliar a los vencedores y los vencidos de la Guerra Civil. El Estado español, pese a su carácter confesional, no podía definirse verdaderamente como cristiano porque no permitía al pueblo escoger libremente a sus políticos.

Escarré denunció también la forma en que el régimen saboteaba el desarrollo de la cultura catalana. Los catalanes eran españoles, no castellanos. Solo aspiraban a ver reconocida su personalidad.

¿Exilio forzado o voluntario?

En 1965 abandonó España para establecerse en un convento próximo a Milán. Sobre su salida de la península, una teoría señala que se vio obligado a exiliarse por motivos políticos tras sus espectaculares declaraciones contra Franco. Otra versión apunta las desavenencias internas en el monasterio de Montserrat, dividido entre un sector tradicionalista y otro renovador.

La tesis del exilio político se confirma gracias a una carta del embajador español en la Santa Sede, Antonio Garrigues, dirigida a Fernando María de Castiella, su ministro de Exteriores. El documento, fechado el 2 de junio de 1965, se encuentra también conservado en la Fundación Francisco Franco. Garrigues informa aquí acerca de su encuentro con monseñor Dell’Acqua, de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, en el que ambos trataron acerca del caso Escarré.

El abad Aureli Maria Escarré sube por la escalerilla del avión que le conducirá al exilio en Italia.

El abad Aureli Maria Escarré sube por la escalerilla del avión que le conducirá al exilio en Italia

Propias

Según Garrigues, Dell’Acqua le dijo que había hablado con el abad de Montserrat, con el que había mantenido una conversación positiva, “siempre teniendo en cuenta las difíciles características personales del personaje en cuestión”. El diplomático del Vaticano habría insistido a Escarré en que abandonara toda actividad política porque la misión de un sacerdote solo debía responder a objetivos religiosos.

Escarré quiso saber si podría volver a España en caso de que la enfermedad de su madre se agravara, a lo que Dell’Acqua respondió que no tendría ningún problema.

Por otro lado, el italiano aconsejó a Garrigues que su gobierno manejara el tema de Montserrat con dirección, sin dar nunca la imagen de que había vencido al abad ni presentar el asunto “como un destierro político”. Eso significa, por tanto, que sí era un problema relacionado con el antifranquismo de Escarré.

La situación, sin embargo, era más complicada. El propio abad reconoció por carta haber dicho que no podía continuar en su monasterio, donde se le acusaba de estorbar. Es verosímil, en consecuencia, que se mezclaran los problemas internos de Montserrat y las desavenencias con el franquismo.

En 1968, gravemente enfermo, Escarré regresó a Catalunya, donde no tardó en morir. Gentes con toda clase de ideas políticas se dieron cita en su multitudinario entierro. Su sucesor, Cassià Maria Just, continuaría su labor antifranquista para escándalo de las autoridades del régimen, siempre inquietas ante el catolicismo renovador y democrático que se defendía en Montserrat.

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