bet365

Preparados 2030: ¿el regreso a la temida Paz armada en Europa?

Precedentes

El rearme acordado en la Unión Europea retrotrae a otro gran rearme en el continente, la Paz armada de hace más de un siglo, pero también al de la guerra fría, con un final muy distinto

Desfile militar en Alemania en 1896

Desfile militar en Alemania en 1896

Imagno/Getty Images

Cuando la presidenta de la Comisión Europea presentó hace unos días su plan para invertir más de 800.000 millones en defensa, le puso el nombre oficial de “Rearmar Europa”, pero antes de que pasaran 48 horas ya lo había rebautizado con un nebuloso “Preparados 2030”. A varios estados miembros, entre ellos España, lo del “rearme” les chirriaba porque quizá, todavía en 2025, la palabra aún despierta algunos fantasmas del pasado menos edificante de nuestro continente.

Lo de un rearme a escala europea les suena a muchos a la Paz armada, una época a caballo entre los siglos XIX y XX en la que los países europeos dejaron brevemente de matarse los unos a los otros, pero que todos los libros de historia señalan por una obviedad: es también el período que usaron esos mismos países para armarse hasta los dientes y luego matarse de forma más eficiente, tecnológica y masiva en la Primera Guerra Mundial.

Lee también

“El siglo XX europeo es un continuo de violencia”

Fèlix Badia
A woman reacts near a grave of her family members in the Memorial centre Potocari near Srebrenica, Bosnia and Herzegovina, after the court proceedings of former Bosnian Serb general Ratko Mladic, November 22, 2017. REUTERS/Dado Ruvic

La verdad es que hay carreras armamentísticas que acaban en baño de sangre, como la Paz armada, y también otras que terminan en una especie de suspiro de alivio colectivo, como la guerra fría. Aunque muchos estadistas dan por buena aquella máxima que nunca pronunció Julio César de si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra), la realidad es más compleja. Históricamente, quien se ha preparado fervientemente para la guerra ha acabado casi siempre haciendo la guerra y quien ha elegido no prepararse... pues también ha resultado muchas veces víctima de ella.

Europa en el purgatorio

“Si la guerra es el infierno, a la Paz armada se la podría llamar adecuadamente el purgatorio”. Con estas palabras empezaba, apenas un año antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, la carta que el reverendo Charles E. Jefferson envió desde Europa a la redacción de El Partidario de la Paz en Washington. El predicador estadounidense había viajado a Londres y Berlín, y lo que había visto le había dejado preocupado: ejércitos en alerta permanente, poblaciones enteras aterrorizadas, periódicos al borde de la histeria...

“El ruido de sables está siempre en los oídos, la posibilidad de una invasión y una conquista siempre en la mente”, decía mientras explicaba la competición europea por acumular más fusiles, más cañones, más explosivos y más acorazados. “La Paz armada y la guerra tienen muchas cosas en común –añadía–; para empezar, lo caras que son: los ejércitos y las flotas cuestan mucho dinero, ya sea para luchar o para jugar. Los hombres que hacen maniobras comen lo mismo y disparan lo mismo que en una guerra de verdad”.

Mapa del imperio británico a finales del siglo XIX

Mapa del Imperio británico en 1886

Dominio público

El estadounidense no se explicaba a qué tanto gasto y sufrimiento cuando en su viaje no había podido “encontrar a nadie en Alemania que quisiera luchar contra Inglaterra y a nadie en Inglaterra que quisiera luchar contra Alemania”, pero quizá su pacifismo le estaba cegando un poco. En Inglaterra había tantos voluntarios para luchar que el gobierno no tuvo que establecer el reclutamiento obligatorio hasta un año y medio después de haber empezado la Primera Guerra Mundial, y en Alemania hasta los socialistas apoyaron la declaración de guerra del káiser.

Solo unos meses después de la carta de Jefferson, las potencias europeas decidieron poner fin a su medio siglo de Paz armada y llevar al escenario principal lo que habían estado ensayando en sus colonias de África y Asia. Abrieron los almacenes, los puertos y los hangares y sacaron a pasear todas las modernas máquinas de matar que habían construido y acumulado por si acaso. ¿Hubo guerra porque hubo rearme? ¿O hubo rearme porque iba a haber guerra?

Medio siglo de descanso calculado

Si la Paz armada ha pasado a la historia es quizá porque no deja de ser una rareza. Los reyes europeos del Antiguo Régimen ya se habían peleado mucho, pero desde que DZó empezó la conquista del continente allá por 1800, Europa fue de gran conflicto en gran conflicto hasta el final de la guerra francoprusiana en 1871, que generalmente se marca como el inicio de la Paz armada.

Aquella contienda supuso no solo el nacimiento como potencia de una Alemania unificada, sino sobre todo una derrota total de Francia: el país que se había enfrentado a casi todos los demás durante las ocho décadas que habían seguido a la Revolución Francesa y que ahora veía desfilar al ejército prusiano por los bulevares de París y asistía a la coronación del nuevo emperador alemán en el Palacio de Versalles, al que además había tenido que ceder Alsacia y parte de Lorena.

Proclamación del Imperio alemán en la Galería de los espejos de Versalles. Bismarck aparece en el centro, vistiendo uniforme blanco.

Proclamación del Imperio alemán en la Galería de los espejos de Versalles

Dominio público

La cura de humildad de Francia contribuyó a que hubiera paz en Europa y también a que esa paz fuera armada. Los franceses quedaron ahogados por las reparaciones de guerra, pero empezaron preparar la venganza desde el primer momento; los alemanes quedaron fascinados por el militarismo prusiano que tan buen resultado les había dado, pero precisamente por eso se centraron en conseguir un imperio colonial, una ambición que a su vez les valdría el recelo de la primera potencia mundial de la época: los británicos.

Hasta los dientes

En este escenario de tensiones cruzadas se crearon las alianzas entre potencias que, en un efecto dominó, dinamitarían la Paz armada y provocarían la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en los niveles extremos de violencia y mortalidad que se iban a alcanzar tuvo mucho que ver que ese proceso se produjera durante la mayor revolución tecnológica que el mundo había conocido hasta entonces: si en 1870 Francia y Prusia se habían enfrentado con fusiles y a caballo, en la Gran Guerra aparecerían ya los tanques, los aviones de caza y las armas químicas.

En ningún ámbito se notó tanto la carrera armamentística de la Paz armada como en el mar. La Royal Navy era la clave del poder militar británico, ya que la seguridad de las islas dependía completamente de su capacidad para proteger el comercio con las colonias. Alemania lo sabía y sabía también que, si llegaba la guerra, necesitaría una flota a la altura para asegurarse de que los británicos no pudieran bloquear sus puertos como habían hecho exitosamente con DZó.

Así arrancó una competición que, sobre todo en la segunda mitad de la Paz armada, giró alrededor del arma naval más avanzada de la época: el acorazado. Había que construir cuantos más mejor, cada vez más blindados, más rápidos, con más cañones que tuvieran más alcance. Había tal interés público en la carrera que la prensa desarrolló una pequeña obsesión al respecto, y para cuando llegó 1914 Londres tenía 29 grandes barcos en servicio y 13 en construcción, mientras que Alemania estaba en 18 y 9.

Algo más que un campo de pruebas

En muchos lugares del mundo la idea de una “paz armada” entre 1871 y 1914 puede sonar un poco ridícula. Si bien es cierto que las grandes potencias evitaron enfrentarse abiertamente en Europa, desplegaron todo su poderío militar fuera del continente. Se repartieron el mapa del mundo en la Conferencia de Berlín en 1885 y dedicaron buena parte del período a imponer ese reparto por la fuerza. Como escribió Henk Wesseling, “a la época se la conoce como la paz armada, pero también la era del imperialismo”.

El historiador holandés habló de hasta 37 conflictos durante la Paz Armada, incluyendo guerras que no afectaron a las grandes potencias europeas (como las que peleó España en Cuba o en Marruecos) o enfrentamientos que sí las afectaron pero que se dieron lejos de Europa, como la guerra de los Bóers de los británicos en Sudáfrica o la revuelta Maji-Maji que sofocó el Imperio alemán en su colonia africana de Tanganica. Ninguna se puede considerar una guerra “pequeña”: las dos superaron los 100.000 muertos.

Soldados del Regimiento Real de Artillería británico, c. 1890

Soldados del Regimiento Real de Artillería británico, c. 1890

London Stereoscopic Company/Hulton Archive/Getty Images

Incluso si se toma un punto de vista totalmente eurocéntrico, no se puede entender la Paz Armada sin las guerras coloniales que afectaron a buena parte de los que serían los contendientes europeos de la Primera Guerra Mundial, como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda, Rusia, Italia o Bélgica. Es en esos conflictos donde se desarrolló una parte importante del cóctel de nacionalismo y exceso de confianza que llevó a la guerra.

Los ejércitos de las potencias europeas desarrollaron en las colonias un cierto complejo de invencibilidad, gracias sobre todo a su clara superioridad tecnológica frente a sus enemigos. El poeta francobritánico Hilaire Belloc lo plasmó perfectamente en un verso: “Pase lo que pase, nosotros tenemos la ametralladora Maxim y ellos no”. Todas las potencias europeas usaron la Maxim mientras tomaban posesión de diferentes territorios africanos, cuando ninguno de los estados precoloniales agredidos tenía la misma capacidad de fuego.

Esa ventaja militar, mezclada con un supremacismo blanco muy de la época, creó en los ejércitos coloniales no solo una desproporcionada confianza en sus posibilidades de victoria, sino también una inclinación a solucionar los problemas por la fuerza, creyendo además que lo hacían de acuerdo con una justificación superior, a un orden natural en que el más fuerte tenía la capacidad y hasta el deber de someter a los otros. Una actitud moral que no tardó en trasladarse a las embajadas y los campos de batalla europeos con nefastas consecuencias.

En aquella Paz Armada, la parte armada ganó a la paz por diferentes motivos. Sin embargo, solo cuatro décadas después, la guerra fría entre EE. UU. y la URSS también fue una época de rearme que acabó, en cambio, sin que hubiera un gran conflicto en Europa. La historia no está escrita de antemano y las causas que pueden llevar a un conflicto son infinitas y dependen de muchos actores: armarse no es una garantía de no tener que hacer la guerra y no armarse, tampoco.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...