bet365

Quema de libros en el Tercer Reich: así reescribieron los nazis la historia a su conveniencia

Día del Libro

La censura y la persecución literaria fueron herramientas clave para el régimen de Hitler en su intento de “purificar” Alemania, erradicando ideas que amenazaban su visión del mundo

Berlin, Opernplatz, Quema de libros

Berlin, Opernplatz. Quema de libros

Creative Commons

En Indiana Jones y la última cruzada (1989), en la que los secuaces de Hitler intentaban apoderarse del Santo Grial, Indy y su padre se infiltraban en un acto nazi en Berlín en el que ardían libros en una pira. En la escena, los protagonistas observan cómo miles de ejemplares desaparecen entre llamas mientras la multitud vitorea, en una representación cinematográfica del fanatismo y la represión intelectual.

Detrás de cámaras, Spielberg quiso introducir un gesto de ironía y resistencia: pidió a los extras que realizaban el saludo nazi que cruzaran los dedos a sus espaldas. Con este detalle, la película no solo recreaba la brutalidad del pasado, sino que también lanzaba un mensaje contra la intolerancia y el autoritarismo.

A lo largo de la historia, la quema de libros ha sido un arma de censura y control intelectual, desde la China imperial hasta la Inquisición europea y el Tercer Reich. Dominar los libros significa dominar el pensamiento. No solo constituye un ataque a la libertad y al legado cultural, sino también un acto de poder absoluto sobre lo que se puede leer y lo que debe desaparecer.

La tentación de erradicar ideas se repite con sorprendente regularidad. Estos rituales públicos de destrucción funcionan como actos de limpieza simbólica, despejando el camino para la imposición de una única visión del mundo.

La quema como arma ideológica

Aunque en el pasado las incineraciones de libros no tuvieron la repercusión que alcanzarían en la Alemania nazi, fueron una práctica recurrente. En un contrapunto a la modernidad renacentista, organizado por el predicador dominico Girolamo Savonarola, en 1497 tuvo lugar en Florencia la hoguera de las vanidades, donde no solo se quemaron objetos considerados pecaminosos, sino también libros tenidos por inmorales, como las obras de Boccaccio y manuscritos con canciones seculares.

Solo dos años después, en Granada, el cardenal Cisneros ordenó la destrucción de más de 4.000 manuscritos en un intento de borrar cualquier libro en lengua árabe. Tres décadas más tarde, en Tetzcoco, fray Juan de Zumárraga mandó quemar códices mayas, al estimar que su contenido tenía influencia demoníaca. Esta cruzada contra la memoria escrita continuó en 1562 con el conquistador Diego de Landa, quien, durante el auto de fe de Maní (Yucatán, México), buscó erradicar cualquier producción cultural que obstaculizara la evangelización.

Lee también

La quema de libros se convertiría en una herramienta de censura por parte de gente de la más variada ideología. En 1817, para conmemorar el 300 aniversario de las 95 tesis de Lutero –en las que rechazaba el comercio de indulgencias–, estudiantes alemanes aprovecharon la ocasión para manifestarse a favor de la unificación del país y dejar atrás el mosaico de Estados que conformaba Alemania. Como parte de su protesta, incendiaron textos considerados “antialemanes”, demostrando una vez más cómo la destrucción de la palabra escrita ha sido utilizada tanto por el poder como por la disidencia.

Las cosas empeorarán con la llegada de los totalitarismos del siglo XX. El régimen nazi impulsó la Gleichschaltung, un proceso de alineación de todas las instituciones con sus postulados. En ese contexto, los estudiantes universitarios llevaron a cabo la llamada “Acción contra el espíritu antialemán”, dirigida contra autores políticamente indeseables: marxistas, judíos y vanguardistas, entre otros. Una de las claves de esta campaña fue la implicación activa de los propios estudiantes en la búsqueda y destrucción de libros, convirtiéndolos en agentes de la agenda nazi.

Horizontal

Edición impresa de las 95 tesis de Lutero.

Terceros

Las quemas de libros no se centraban en títulos específicos, sino en categorías ideológicas: raza, sexualidad, política y nacionalidad. Además, tenían otra dimensión: la eliminación sistemática de la cultura judía. Se buscó purgar las bibliotecas que albergaran cualquier referencia al pueblo judío, instando no solo a saquear librerías, sino también a destruir los textos de amigos y compañeros. Esta medida estaba en línea con la obsesión nazi por el Volksgesundheit –la “salud del pueblo”– y su proyecto de higiene racial.

Autores como Stefan Zweig o Erich Maria Remarque, e incluso figuras religiosas comoel profeta Isaías, fueron prohibidos. El 8 de abril de 1933 se redactaron las Doce tesis, un manifiesto que volvía a evocar las 95 tesis de Lutero y defendía una lengua y cultura nacionales “puras”, atacando el intelectualismo judío. Su difusión se apoyó en una intensa propaganda visual mediante carteles. En mayo comenzaron los saqueos a bibliotecas.

Noche del fuego en Berlín

Hasta ese momento, las acciones habían sido relativamente discretas. Sin embargo, la quema de libros en Berlín el 10 de mayo de 1933 fue concebida como una demostración internacional del “nuevo orden” en Alemania. La Opernplatz –hoy Bebelplatz– fue el escenario de una de las hogueras más emblemáticas, donde se destruyeron más de 25.000 volúmenes. El evento, retransmitido por radio, contó con la participación de profesores, alumnos de las Juventudes Hitlerianas, grupos paramilitares SA y SS y la Kampfbund für deutsche Kultur (Liga de Combate por la Cultura Alemana). Mientras cantaban los “lemas de los incendios” (ܱü), las llamas consumieron las obras de Marx, Heinrich Heine o Ferdinand Lassalle, entre otros.

El fuego tenía un papel central en la iconografía nazi. Como expresó el filósofo francés Gaston Bachelard (1884-1962), las llamas representan tanto la destrucción como el renacimiento. En los rituales nacionalsocialistas, era un símbolo de purificación. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, lo dejó claro aquella noche: “Hacéis bien en entregar el mal espíritu del pasado a las llamas”. Las hogueras no solo debían interpretarse como el fin de una era, sino como el nacimiento de una nueva Alemania.

Exilio, censura y resistencia

El año 1933 marcó el inicio de un éxodo masivo de escritores, artistas e intelectuales alemanes. La Exilliteratur hace referencia a la literatura producida por estos autores en el exilio entre 1933 y 1945. Muchos emigraron a Estados Unidos, donde los científicos y filósofos fueron acogidos en universidades, pero los escritores afrontaron mayores dificultades. Se esperaba que su integración fuera sencilla –nacionalizarse y encontrar empleo–, pero esto planteó un dilema: ¿quién representaba a la verdadera Alemania?

Algunos escritores vivieron la quema de sus propios libros. Erich Kästner presenció cómo su nombre era coreado mientras ardían sus obras, especialmente su poesía satírica y artículos de conciencia social. En cambio, Oskar Maria Graf exigió que quemaran sus libros, pues no quería que su nombre se asociara con el régimen. En su carta abierta, declaraba: “¡Quemadme! Después de toda mi vida y después de todo lo que he escrito, tengo el derecho de pedir que mis libros sean lanzados a la pureza del fuego antes que terminar en las manos llenas de sangre de personajes con mentes enfermas”. A raíz de esta declaración, Bertolt Brecht escribió su poema La quema de los libros.

Lee también

¡A la hoguera! Los libros que quemó y salvó Cervantes en el ‘Quijote’

Francisco Martinez Hoyos
Don Quijote leyendo ensimismado libros de caballería al comienzo de la novela.

Entre los autores prohibidos figuraban socialistas, comunistas y escritores con “influencias extranjeras corruptoras”. Ernest Hemingway fue censurado por Adiós a las armas (1929), una obra antibélica; Jack London y Theodore Dreiser, por sus simpatías socialistas. Este último fue objeto de persecución debido a sus convicciones y a su papel en la defensa de radicales políticos, muchos de los cuales eran líderes sindicales a quienes, según él, se les negaba la justicia social. En 1935, la biblioteca de la ciudad en que residía, Warsaw (Indiana), ordenó la quema de sus libros por su contenido político.

A su vez la activista estadounidense Helen Keller también fue criticada por su defensa de los derechos de las personas con discapacidad y su activismo social. Tras la quema de sus libros –en parte por tratarse de una autora ciega y sorda–, escribió una carta dirigida a los estudiantes alemanes que fue publicada en la portada del New York Times y reproducida en cientos de periódicos estadounidenses: “No penséis que vuestras barbaridades contra los judíos son desconocidas aquí”.

Lee también

La travesía en barco alrededor del mundo que casi mata a Jack London

Lara Gómez Ruiz
Dibujo del autor estadounidense en la portada del libro ‘Jack London: llegar a buen puerto o naufragar en el intento’ .

Otro caso significativo fue el del austro-checo Franz Werfel, censurado por Los cuarenta días del Musa Dagh (1933), una novela sobre la resistencia armenia contra el genocidio turco. Los nazis comprendieron que su mensaje era una alegoría del exterminio judío y lo prohibieron.

Un legado de cenizas

Algunos minimizaron la importancia de estas quemas, como, por ejemplo, el historiador Golo Mann, hijo de Thomas Mann, quien lo consideró un espectáculo propagandístico y expresó: “El asunto no debe de haber sido muy impresionante. De lo contrario, lo habría anotado en mi diario. [...] En la propia Alemania no hubo ni entusiasmo ni indignación”.

Quema de libros en la Plaza de la Ópera en Berlín el 10 de mayo de 1933.

Quema de libros en la Plaza de la Ópera en Berlín el 10 de mayo de 1933.

NARA / Otras Fuentes

Otros sí vieron el peligro que representaban. El escritor exiliado Alfred Kantorowicz advirtió que el mundo no había comprendido su verdadero significado: “Si hubieran entendido la importancia de estos eventos, habrían previsto las invasiones de Holanda, Francia y Bélgica en 1940”. El novelista austriaco Joseph Roth, por su parte, describió la quema como “el auto de fe de la mente”.

Incluso décadas después, la quema de libros sigue siendo un símbolo de represión cultural. En 2008, Olaf Zimmermann, director del Consejo de Cultura Alemán, reconoció que algunos autores prohibidos habían sido olvidados. El fuego nazi no solo destruyó páginas, sino también voces e ideas que podrían haber dado forma a un mundo diferente.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...