Hace muchos años, en una reunión con una delegación portuaria de Islandia, me sorprendió la afirmación de uno de los presentes: “Somos un punto estratégico del comercio marítimo internacional”. Estuve a punto de echarme a reír. Islandia, una parte de la cual está situada en el círculo polar Ártico, ¿lugar estratégico? Afortunadamente, no lo hice.
El interés de Trump por Groenlandia, la obsesión rusa por el desarrollo de la ruta ártica del nordeste, el creciente uso de esta por mercantes chinos y el temor de los noruegos por la seguridad de su frontera ártica con Rusia y por las islas Svalbard son algunos ejemplos del interés aparentemente repentino de las grandes potencias por la zona más septentrional del planeta. No olvidemos que la URSS había explotado una mina en las islas Svalbard y que Estados Unidos conserva una base en Groenlandia que la semana pasada fue visitada por su vicepresidente. El interés por el Ártico, al menos desde una perspectiva militar, ya existía.

El vicepresidente de EE.UU., JD Vance, durante su reciente visita a Groenlandia
La UE debe establecer una nueva estrategia para el Ártico del siglo XXI
La intensificación del cambio climático ha sido, sin embargo, determinante en el nuevo interés que despierta. Mientras las aguas del Ártico permanecían heladas, el interés de las grandes potencias se ceñía a la cuestión militar. Ahora que son navegables durante unas cuantas semanas al año y pronto lo serán durante unos cuantos meses más, la situación ha cambiado por completo. La ruta ártica esconde enormes reservas de combustibles fósiles y permite conectar Asia con Europa y América en menos de la mitad de tiempo del que se necesita hoy por la ruta del cabo de Buena Esperanza. Cuando la navegación mercante vuelva al mar Rojo de forma habitual, la ruta ártica seguiría siendo mucho más corta para conectar parte del continente asiático (al norte de Shanghai) con Europa y América. La apertura de la ruta ártica también incrementa notablemente su interés desde un punto de vista estratégico y militar. En caso de guerra, la movilidad de recursos humanos y materiales por sus aguas podría convertirse en un factor clave en muchos conflictos.
Por todo ello, China y Rusia han intensificado la colaboración para el desarrollo de la navegación ártica en el último lustro. En septiembre del 2024, dos barcos chinos (de unos 5.000 contenedores de capacidad) se cruzaron por primera vez en sus aguas. Los astilleros rusos se encuentran inmersos en la construcción de nuevos rompehielos y sus homólogos chinos, en la de barcos mercantes capaces de surcar sus aguas. EE.UU., muy por detrás en este ámbito, también ha puesto la directa en la construcción de rompehielos.
Por culpa del cambio climático, parece inevitable que el Ártico se convierta en una vía de comunicación global en un par de décadas. Aunque jamás podrá competir con las rutas del Índico y el Pacífico por la despoblación en la Siberia rusa, se convertirá en una vía apetecible para usos militares y comerciales. La UE, igual que hacen las grandes potencias, debe dejar de lado los apriorismos y establecer una nueva estrategia para el Ártico del siglo XXI, que no tendrá nada que ver con lo que ha sido en los miles de años que nos preceden.