¿Habrá guerra entre China y EE.UU.?
El gran pulso geoestratégico
La pugna comercial entre los dos gigantes puede tener consecuencias imprevisibles
Un buque de guerra japonés, esta semana en la bahía de Manila, a donde ha llegado para participar en unas maniobras con la Navy y la armada filipina
El pulso comercial entre China y Estados Unidos coloca al mundo un paso más cerca de un conflicto de consecuencias imprevisibles. Durante cinco décadas, el comercio ha sido el eje central de sus relaciones y ahora que se deteriora aumentan las posibilidades de un choque armado.
“Estados Unidos y China están enzarzados en un pulso estratégico que determinará el futuro de ambas sociedades y de gran parte del mundo”, afirma Susan Shrik, experta en las relaciones China-EE.UU. de la Sociedad Asiática.
Sin embargo, que este pulso estratégico derive en una guerra abierta es un escenario que Timothy R. Heath, analista de la Corporación RAND, no ve: “Está claro que el Ejército de Liberación Popular –nombre de las fuerzas armadas chinas– ha mejorado mucho su preparación, pero apenas hay indicios de que el liderazgo político tenga intención a corto plazo de librar una guerra”.
Los presidentes Donald Trump y Xi Jinping no quieren ser el primero en ceder, pero tampoco parece que quieran un conflicto armado. Trump insiste en que Xi le cae bien y que le encantaría cerrar un acuerdo comercial con él, además de pactar una estrategia contra el fentanilo y garantizar la continuidad de TikTok en EE.UU.
La crisis inmobiliaria, el paro juvenil, la deuda, el bajo consumo interno y el descontento general amenazan al régimen, sobre todo ahora que Trump le cierra las puertas de Estados Unidos, su principal cliente.
Xi puede caer en la tentación de una huida hacia delante si los problemas internos se agravan. No le costará nada acusar a Estados Unidos del declive y apelar al nacionalismo para devolver el golpe.
“La prioridad del ejército chino no es la guerra sino proteger al régimen”, afirma un analista de RAND
Shirk contempla este escenario, pero Heath opina que la prioridad del ejército no es librar una guerra sino mantener al Partido Comunista en el poder. “Si la economía no mejora –afirma–, priorizará la supervivencia del régimen”.
Esta lealtad, además, lastra, según Heath, “su preparación para el combate”. Los generales, por ejemplo, no pueden dar una orden sin el aval de los comisarios y comités políticos que hay en las fuerzas armadas. No tienen, por tanto, la capacidad de reaccionar ante un imprevisto. Esta injerencia política, además, dificulta la integración del ejército de tierra con la armada y la fuerza aérea.
Los ejércitos de China y Estados Unidos juegan al ratón y al gato, aunque la guerra, de momento, sea solo comercial.
Trump confía en su capacidad para hacer daño y Xi en la suya para resistir. No parece haber vías de escape que permitan a ambos salvar la cara. Acorralados cada uno en su rincón, es más fácil que cualquier incidente militar en el Pacífico prenda la mecha de un conflicto amplio.
Heath cree que, en este caso, “es más factible que luchen de manera indirecta”, a través de actores interpuestos, como EE.UU. y la URSS durante la guerra fría.
El Ejército Popular de Liberación es un rival temible para Estados Unidos. Su armada es la más grande del mundo y en dos años superará la fuerza de fuego de la Navy. En conjunto, lleva ventaja en diversas áreas estratégicas, como misiles hipersónicos, robots y drones. No hay precedentes en tiempos de paz de una modernización tan rápida y tan amplia.
China se prepara para un choque a gran escala, mientras Estados Unidos se distrae. Xi lleva 12 años trabajando para hacer grande a China, pero cuesta entender la estrategia de Trump para hacer grande a é , sobre todo ahora que los mercados le han quitado credibilidad al frenar sus ambiciones proteccionistas.
China y EE.UU. juegan al ratón y al gato en el Pacífico y una chispa puede causar un incendio
Xi, por el contrario, ha logrado que China esté a la vanguardia de varias industrias, como los paneles solares y los coches eléctricos. También parece que está a la par con EE.UU. en inteligencia artificial aún sin contar con los chips norteamericanos más modernos. El presidente quiere que su país tenga más influencia en el mundo, que lidere el sur global, que nadie cuestione su liderazgo regional y su dominio del Pacífico. A la vez que moderniza el Ejército Popular de Liberación, despliega una formidable fuerza diplomática, justo ahora que EE.UU. ha decidido cerrar decenas de embajadas.
Trump parece que no sabe a quién se enfrenta. Estados Unidos nunca ha tenido a un rival tan poderoso. La URSS nunca fue una potencia económica como lo es China. El PIB chino, ajustado al poder de compra, es decir ajustado al coste de la vida en cada país, es superior al de Estados Unidos.
Estados Unidos contó con aliados en Europa y Asia para contener a la URSS. Ahora, sin embargo, está más aislado. La administración Trump critica a Europa, a la que piensa reducir su apoyo militar, y los aliados asiáticos entienden que ellos también quedarán expuestos.
Abandonar a Ucrania a su suerte para centrarse en la pugna con China responde a una lógica que, sin embargo, Trump no lleva a la práctica. Mientras Estados Unidos recorta personal diplomático y ayudas al desarrollo, China amplía las embajadas y los acuerdos económicos con países amigos.
EE.UU., por ejemplo, lleva semanas bombardeando Yemen con misiles de crucero de largo alcance, una munición crucial en un supuesto enfrentamiento con China en Taiwán, y la Navy advierte que se está quedando sin.
China, mientras tanto, construye buques con más de 200 metros de eslora capaces de unirse entre sí y desplegar puentes sobre la costa. El desembarco es la mayor dificultad que comporta la ocupación militar de Taiwán y China trabaja para superarla.
Entre las armas más determinantes de su nuevo arsenal, figura una que corta cables submarinos, tanto los que llevan electricidad como datos, incluso los que están revestidos de acero, hasta una profundidad de 4.000 metros. Seccionar los que salen de Guam, isla norteamericana en el Pacífico, que es esencial para el Pentágono, daría a China una gran ventaja para ocupar Taiwán y hacerse con el control de su potente industria de semiconductores.
China amenaza Taiwán con la mayor armada del mundo y constantes maniobras militares
Tener más y mejores armas, en todo caso, no sirve de mucho sin una buena planificación y el analista Timothy Heath no ha visto ningún plan para invadir Taiwán. “No hay nada en ninguna academia vinculada al Ejército Popular”, asegura.
Es verdad que Xi ha descartado cualquier intento de unificación por la fuerza a corto plazo, pero también ha reiterado que Taiwán volverá ser parte de China durante su mandato y hace dos semanas supervisó unas nuevas maniobras para bloquear la isla y practicar disparos de precisión.
La Navy también realiza estos días ejercicios militares en Filipinas, pero Trump no ha mostrado mucho interés en defender la antigua Formosa y podría abandonarla tan pronto como EE.UU. sea capaz de producir tantos chips de última generación como necesite.
La Armada del Ejército Popular, mientras tanto, se despliega por el Pacífico. A finales de febrero, una flotilla de tres buques rodeó Australia. La expedición hizo volar un dron sobre Papúa Nueva Guinea mientras cruzaba el estrecho de Torres y en el mar de Tasmania probó unos misiles que obligaron a desviar medio centenar de vuelos comerciales. Quince días después, a mediados de marzo, un buque oceanográfico patrulló el estrecho de Bass entre Australia y Tasmania.
“Con estas expediciones China demuestra que puede hacer daño a Australia y Nueva Zelanda”, comenta Charles Edel, investigador del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales. “Les dice que puede alcanzar sus costas sin que ellos puedan evitarlo”.
Además, la agresividad de Trump con sus aliados de la OTAN agrava la preocupación de Australia y Nueva Zelanda.
A pesar de la intimidación militar, “China –como explica Edel– es más partidaria de la seducción. Se presenta como un buen vecino que ayuda a sus amigos, siempre que no la hagan enfadar”.
Buques de guerra chinos intimidan a Papúa, Australia y Nueva Zelanda en el Pacífico sur
Kiribati, las islas Cook y Salomón han caído bajo las redes de la diplomacia china, captación que ha obligado a Australia a cerrar acuerdos de seguridad con Papúa Nueva Guinea, Tuvalu y Nauru.
Después de aparcar su estrategia arancelaria, Trump es hoy más débil que hace una semana y la pugna con China le ayuda a mantener el tipo. Al fin y al cabo, la lógica de su presidencia consiste en proyectar poder, cuanto más autoritario, mejor. Le gustaría que el 14 de junio, día de su cumpleaños, lo feliciten con un desfile militar en Washington.
Xi Jinping, que como todo buen dictador también es fan de los desfiles, no tiene más alternativa que sostener el pulso si quiere mantener la estabilidad del régimen. La beligerancia de Trump, además, le permite culparlo de los males de China y desviar la atención sobre decisiones muy polémicas, como las purgas de grandes empresarios o la política de covid cero, que sometió a la población a confinamientos muy prolongados cuando el resto del mundo ya los había levantado y aprendía a convivir con el virus.
Los mercados tienen sobre Trump un poder superior al que tienen sobre Xi. Ya lo han frenado una vez y pueden hacerlo de nuevo. Es una buena noticia para China, pero no necesariamente para el mundo. Trump es imprevisible y, aunque dice que merece el premio Nobel de la Paz, no rehúye una buena pelea.