Durante los casi seis años que vivimos en Estados Unidos, mi familia fuimos socios del YMCA de Bethesda, en el estado de Maryland. Era un centro social cerca de casa, con buenas instalaciones deportivas, limpio, funcional y barato. Entonces no teníamos ni idea de que las siglas YMCA correspondían a la Asociación de Hombres Jóvenes y Cristianos. De hecho, nuestra única referencia del acrónimo era la canción del grupo Village People, que a finales de los setenta había triunfado en las discotecas de medio mundo.

Un cuarto de siglo después el YMCA ha resucitado, convertido en el paradigma de la nueva era del emperador Donald Trump. Banda sonora de su campaña electoral y de la ceremonia inaugural, los sincopados movimientos del bailongo presidencial se han transformado en el himno del movimiento MAGA. Pero no siempre fue así. El quinteto de Nueva York en su día apoyó a Kamala Harris y se quejó de la utilización de su canción en los mítines de Trump. A pesar de la oposición de la organización de inspiración religiosa y de que no hubiera ninguna referencia gay en su letra, YMCA incluso fue un icono de la lucha homosexual y LGTBIQ. La conversión del policía, el indio, el obrero, el soldado y el cowboy a la nueva verdad trumpista es solo comparable al fervor con que los oligarcas de las tecnológicas se han inclinado ante el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Aquellos que en su día abominaban de las ordinarieces del magnate se alinearon en perfecto orden de revista detrás de él después de pagarle a escote la fiesta de su coronación. La explicación es el dinero.
Trump representa el maná al que nadie quiere renunciar, aunque sea a costa de traicionar creencias y valores. Durante cuatro años tendrá la sartén por el mango, y los en su tiempo progres de Silicon Valley no quieren poner en riesgo sus multimillonarias cuentas corrientes incomodando a alguien tan imprevisible como vengativo. Darwin ya teorizó en el siglo XIX que para la supervivencia de las especies es clave la adaptación, y ahora toca aplaudir las energías sucias y los aranceles a las importaciones, blindar las fronteras a la inmigración, criminalizar la disidencia y amenazar a todo bicho viviente que no acepte con una sonrisa los designios providenciales que emanan de la nueva plutocracia gobernante.
Si los poderosos archimillonarios se han rendido genuflexos a Donald Trump, qué podían hacer los Village People. Compasión para ellos, aunque solo sea por las tardes de gloria que nos dieron en tiempos remotos y en sitios oscuros donde brillaba una bola de espejitos.