Leyendo el signo de los tiempos
Entre la inmensa polvareda que está levantando el terremoto Trump-Musk resulta difícil aproximarse con serenidad a los movimientos tectónicos que fluyen por debajo. Pero la buena política requiere la habilidad de saber leer con anticipación las tendencias que vienen. Aunque el momento hitleriano nos puede iluminar para entender la magnitud de lo que está sucediendo en Estados Unidos, hay otro tiempo histórico más cercano que contribuye también a aproximarnos al fenómeno. Me refiero a la revolución neoliberal (y neoconservadora) que protagonizaron Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los ochenta. Felipe González supo entonces leer el signo de esos tiempos en los que se cerraba el paradigma de la intervención estatal en la economía y se ponía freno a la revuelta contracultural. Renunciando pragmáticamente a los postulados socialistas clásicos supo conjugar las políticas de extensión del Estado de bienestar con la liberalización económica. Una muestra fue el famoso decreto Boyer que puso fin a la anquilosada regulación franquista del mercado de alquiler.
La victoria de Trump germina en una serie de corrientes de fondo. La primera, un fuerte cuestionamiento de la democracia representativa. El Gobierno español y el catalán se plantean aguantar sin presupuestos. No son los únicos. Francia se halla en la misma incertidumbre, y Alemania afronta unas elecciones que no van a ofrecer una clara mayoría. Las promesas falaces de la ultraderecha florecen en estos contextos inestables, y esta opción política ya se consolida en España como la preferida por los jóvenes. La segunda es la preocupación por el cambio social que producen los flujos migratorios. La caída de la natalidad y la incorporación de contingentes de población foránea tensionan las sociedades, y el discurso antiinmigración se configura como el mantra común de las derechas extremas de todo Occidente. Una tercera corriente apunta a la sobrerregulación que maniata la iniciativa empresarial con miles de pequeñas trabas, propiciando un discurso libertario. Igual que en los ochenta todo el espectro político basculó hacia el neoliberalismo, el arco político actual se va a mover en estas coordenadas, y el discurso democrático debe saber leerlas si no quiere acabar engullido por el tsunami.
Persistir en políticas erróneas de vivienda no hará sino alimentar la ola ultraderechista
Aunque la corriente desreguladora es de fondo, su aplicación debe ser selectiva, como lo fue la de las fórmulas neoliberales en la España de los ochenta. En este sentido, la Unión Europea debe mantenerse firme en las políticas de protección frente a la invasión de los gigantes tecnológicos en la esfera privada. Pero no podemos hacer oídos sordos a las demandas de eficiencia de unas administraciones ancladas en prácticas burocráticas desfasadas y en políticas públicas hiperreglamentistas que atenazan el desarrollo.
Si leemos las últimas encuestas, encontraremos que el problema que más preocupa a los españoles es el de la vivienda. Lo es principalmente para la juventud, que ve frustradas las expectativas de construir su propio futuro por el encarecimiento derivado de una alarmante escasez de oferta. Y la tendencia va a seguir si los gobiernos estatal y autonómico persisten en su visión miope de los tiempos. Nuestro modelo de crecimiento se basa en un fuerte impulso del sector turístico y de otros servicios, con una sostenida creación de empleo que es absorbida por la incorporación de fuertes contingentes de inmigrantes, resultando en una formación de hogares del entorno de los trescientos mil al año. El ritmo de construcción de viviendas, en cambio, no alcanza las cien mil anuales. El Gobierno debe profundizar la oferta de vivienda pública y otras medidas de choque que mitiguen el problema en el corto plazo, pero el modelo es insostenible sin una liberalización que vuelva a atraer al sector privado a la construcción y rehabilitación de viviendas. Las trabas a los desahucios, la regulación de los alquileres, la imposición de porcentajes de destino a vivienda social y la restrictiva política de suelo no van a solucionar el problema, sino a agravarlo. Persistir en políticas erróneas en materia de vivienda no hará sino azuzar el discurso antiinmigración y alimentar la ola ultraderechista que anida especialmente entre los más afectados por el problema, que son nuestros jóvenes.