Desde la vivencia de las personas, la única victoria con sentido en la guerra es la paz. Pocos jóvenes hoy día están dispuestos a morir por la patria, sin más. Por eso en Ucrania en los últimos meses, según medios occidentales, ha habido 100.000 desertores y detienen a hombres por la calle para enviarlos al matadero. Sobre todo en una guerra que hace tiempo sabemos que nadie puede ganar.

Ni Rusia tras el fracaso de su incompetente ofensiva en el 2022 ni Ucrania apoyada por la OTAN, una vez que Putin movilizó todos sus recursos para ocupar los territorios que ambiciona. Y lo hizo: hoy día Rusia tiene un gasto militar mayor que todos los países europeos juntos y ha desarrollado misiles y drones más avanzados.
¿Está una dividida Europa decidida a asumir todo el esfuerzo bélico requerido para continuar la guerra?
Hace tiempo escribí en este diario que se llegaría a una “solución coreana”, es decir, un cese de las hostilidades en torno a la línea de frente. Mientras tanto ha habido centenares de miles de muertos y mutilados, Ucrania está destruida, y Rusia, dañada.
Aunque en el origen la OTAN, en palabras del papa Francisco, “ladró demasiado”, es obvio que hay un invasor y un invadido. Lo cual ha reactivado los viejos temores al expansionismo ruso, sobre todo en Europa del Este. Pero aunque Ucrania tenga razón, la continuación indefinida de la guerra es una imposibilidad práctica. Por agotamiento de Ucrania y porque una parte sustancial de los europeos y la mitad de los estadounidenses no están dispuestos a seguir ayudando a Ucrania y a sufrir las consecuencias en términos de gasto, suministro energético e inflación. En cualquier caso, la decisión de Trump, anunciada desde hace tiempo, zanja la cuestión. Estados Unidos obligará a Zelenski a aceptar paz por territorio. La única negociación es qué territorios. Excluyendo la incorporación de Ucrania a la OTAN, pero no a la Unión Europea. Es humillante para Europa quedar marginada de la negociación. Pero hay pocas alternativas posibles. Ucrania depende de la OTAN. Y la OTAN es militarmente dependiente de Estados Unidos, de su logística, de su tecnología, de sus satélites (incluidos los de Musk), de su paraguas nuclear y de su arsenal armamentístico.
¿Está una dividida Europa decidida a asumir todo el esfuerzo bélico requerido para continuar la guerra? La mayoría de los gobiernos no están en eso. Tal vez en el futuro, si Europa decide ser potencia militar (algo por debatir), podría ser diferente, pero no en este momento. Y, sobre todo, la mayoría de la población se opondría. Podremos, eso sí, aportar fuerzas de interposición, en las condiciones que acuerden Trump y Putin. Y negociar una participación, junto con Ucrania, en la mesa de negociación para ajustar en mejores términos para Ucrania lo acordado por Estados Unidos y Rusia.
Se trata del fin de la ficción de una OTAN entre iguales. Sí queda, sin embargo, el compromiso de Estados Unidos de intervenir en caso de agresión a un país de la OTAN. Aunque, como es lógico, la confianza en esa promesa se ha resentido. Además, lo que revelan las conversaciones en Riad entre los representantes rusos y estadounidenses es una nueva relación entre las dos potencias, sentando las bases de una colaboración económica renovada y un reparto de las riquezas minerales de Ucrania, al que también se invita a Europa.
El viraje estratégico de Trump está ligado a tres razones: el cansancio de la mayoría de la población estadounidense de intervenciones militares vistas como innecesarias para su propia seguridad; el desplazamiento geopolítico al enfrentamiento potencial con China, único adversario temido por Estados Unidos, y la relación personal de Trump con Putin, en la que hay zonas oscuras y tal vez comprometedoras para Trump. El proyecto es repartir áreas de influencia entre las dos potencias y distanciar a Rusia de China. Un mundo de grandes poderes en el que no estamos. Aunque al menos se detendría la matanza en Ucrania.