Pedro Sánchez, las estirpes de Toscano y los amigos del jurado
Cuadernos del Sur
En uno de sus magníficos Discursos de sobremesa, Nicanor Parra, el poeta, matemático y físico chileno, hermano de la Violeta y Premio Cervantes, padre de la antipoesía, declaró ante la insigne audiencia académica que le honraba –“aunque no vengo preparrado” (sic)– con la concesión del Premio Luis Oyarzún que en esta vida los galardones y homenajes son “para los espíritus libres / y para los amigos del jurado. // Chanfle / No contaban con mi astucia”.
El auditorio estalló en risas ante la ocurrencia, sin reparar en que el autor de Versos de salón estaba poniendo en cuestión ante ellos su legitimidad para otorgarle ese reconocimiento social. Los premios en Sevilla, donde la costumbre rige desde antiguo, se conceden siempre a mayor gloria del jurado. Al premiado sólo le queda resignarse a ser un actor secundario y pensar, por supuesto sin decirlo nunca, aquello que escribió Thomas Bernhard: “¿Que si los premios son un honor? En absoluto. Son la mayor humillación que cabe imaginar”.
El PSOE andaluz, entregado por Sánchez a Montero, vive una epifanía de puertas adentro tras siete años de su expulsión
Esta semana Francisco Toscano, alcalde perpetuo de Dos Hermanas (Sevilla) durante casi cuarenta años, Quico, para sus paisanos, recibió en su pueblo (que es la novena urbe de Ի岹ܳí: 138.981 habitantes) la medalla de oro de su ciudad y los títulos de hijo predilecto y adoptivo –Toscano nació en la capital hispalense– en un acto presidido por Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno regresaba así a su particular kilómetro cero: el mismo lugar donde, después del famoso coup d’État de octubre de 2016, cuando la vieja guardia del PSOE forzó su abrupta salida de Ferraz, donde había llegado con el apoyo tácito de Susana Díaz, decidió dar la batalla en unas primarias que acabarían entronizándolo de nuevo. Hasta hoy.
Pedro Sánchez y Toscano fundidos en un abrazo en Dos Hermanas (Sevilla)
Aquel día de enero de 2017, hace ocho años, ante el Lago de la Vida –un parque artificial situado en la urbanización Entrenúcleos, dedicado a los donantes de órganos y sangre–, el único de los grandes patriarcas del socialismo andaluz que le dijo que había agua en la piscina –esto es: militantes no obedientes a la dirección socialista– fue Toscano. Y acertó.
La escena, que ambos políticos emularon entre sonrisas, tenía algo de evocación bíblica: un hombre con largas e hirsutas barbas de profeta, el exalcalde de Dos Hermanas, y el político-cachorro, entonces con un porvenir más que incierto. De ahí que el homenaje público al patriarca del clan de Dos Hermanas –la tribu es el modelo sociológico del socialismo meridional– se viviera como una conmemoración que, por la persona indirecta de Toscano, tenía por objeto celebrarse a sí mismos en tiempos de zozobra y carestía parlamentaria.
El PSOE andaluz, entregado por Sánchez a María Jesús Montero, su vicepresidenta, vive una epifanía de puertas adentro tras siete años desde la histórica expulsión del Quirinale, que abrió la etapa de poder de la derecha en Ի岹ܳí. Sánchez volvía donde todo empezó, acaso para conjurar la posibilidad –de momento remota– de que su baraka pueda tener un fin.
Pedro Sánchez y Toscano en el Lago de la vida de Entrenúcleos de Dos Hermanas (Sevilla) en el 2016
Toscano, que ha reinado en Dos Hermanas desde las segundas elecciones municipales gracias a diez mayorías absolutas consecutivas, se fijó en Sánchez en 2014, cuando el presidente del gobierno fue elegido por Susana Díaz, partidaria de Carme Chacón, como un candidato cunero e interino a la secretaría general de Ferraz tras la etapa de Rubalcaba.
Durante su campaña para conquistar el liderazgo socialista, Sánchez fue sometido, siguiendo las leyes de la vieja cultura agraria, al examen directo de la agrupación socialista de Dos Hermanas. Probaron el paño. Le vieron fondo y madera. En realidad, vislumbraron que un perfil como el de Sánchez, de corte populista, serviría para volver conectar con la juventud de izquierdas, entonces deslumbrada con la efervescencia del Podemos del primer Vistalegre.
El exalcalde proyectó en el actual presidente del Gobierno sus ideas sobre la renovación del partido. Toda una anomalía dentro de una generación de políticos –los socialistas del Antiguo Testamento– con una indudable querencia por la práctica de la endogamia y devotos de ese evangelio ancestral que vincula familia y política. Para ellos lo personal es, a su vez, público.
Toscano ha practicado a lo largo de sus cuatro décadas de poder estos mandamientos a la perfección: su esposa, Basilia Sanz, es primera teniente de alcalde de Dos Hermanas; su sobrino, Curry Toscano, fue concejal del pueblo hasta que hace un año heredó el cargo institucional de Subdelegado de Gobierno en Sevilla de su padre, Carlos Toscano, hermano del patriarca nazareno, que es el gentilicio de esta localidad del área metropolitana sevillana.
Francisco Rodríguez, alcalde de Dos Hermanas, Francisco Toscano, su antecesor y Pedro Sánchez, en el homenaje al exalcalde de Dos Hermanas
La promoción familiar también fue, aunque sin lazos de sangre, el factor que precipitaría, junto al enfrentamiento con Susana Díaz, que Toscano apadrinase a Sánchez con a la anuencia primero, y frente a la hostilidad después, de toda su generación política. El exalcalde de Dos Hermanas es el único representante del PSOE de Suresnes, íntimo durante décadas de Felipe González, que se hizo sanchista. Antes incluso que el propio presidente del Gobierno.
Toscano –76 años– es un dirigente de la escuela caoba. Nacido en una familia con catorce hermanos, de padre juez, es progenitor de siete hijos. Comenzó a militar en política en la facultad de Derecho de Sevilla a principios de los setenta como representante estudiantil.
Después se acercó al sindicato UGT. Trabajó fugazmente como jefe de Personal en la empresa Cerámicas Bellavista, el barrio de Felipe González, e, igual que él, ejerció como abogado laboralista. Se afilió al PSOE un año antes de la rotunda victoria electoral de 1982.
Al contrario que la mayoría de los políticos de su misma hora, nunca aspiró a nada más que no fuera la alcaldía de Dos Hermanas, desde la que tejió una poderosa red de influencia que prosperaría durante los años del felipismo y todavía perdura: su sucesor en el ayuntamiento, Francisco Rodríguez, acaba de ser designado número tres de la Ejecutiva del PSOE andaluz en el último congreso, que coronó como jefa (sin primarias) a la ministra de Hacienda.
El apoyo de Toscano a Sánchez ha reproducido este mismo modelo: políticos del círculo estrecho del exalcalde de Dos Hermanas, como Paco Salazar, exregidor de Montellano y uno de los asesores políticos de la Moncloa desde el primer instante, repescado por el presidente del Gobierno tras la súbita destitución de Iván Redondo, siempre han hecho de soldados de fortuna entre Toscano y Sánchez, junto a otros cargos socialistas procedentes de Sevilla.
Casi todos ellos se convirtieron en sanchistas por exclusión o por antagonismo con Susana Díaz. Nadie creía demasiado que la generación Peugeot, el coche diésel con el que Sánchez recorrió las agrupaciones socialistas en su operación reconquista, tuviera posibilidades.
Tampoco la armonía interna duró: tras el triunfo en las primarias y la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa, hubo desencuentros (por litigios familiares) entre los pioneros pedristas sevillanos, igual que le sucedió a los rebeldes castristas en el Pico Turquino.
Nada nuevo bajo el sol (devorador) de la política: siempre es más fácil cabalgar juntos en la desgracia que mantener la fraternidad en el triunfo. Toscano, que bautizó con los nombres de todos los dirigentes y consejeros socialistas de la Junta las calles de un barrio de su pueblo, a quien el presidente del Gobierno llama “maestro y amigo”, nunca perdió la fe. Siempre creyó.
Cuando su hija María Isabel, ingeniera, lo comparó en su homenaje con una torre del ajedrez– “Resiste y no falla”– se puso a llorar. Es el único de los patriarcas socialistas andaluces que no ha terminado como el Rey Lear. Quizás por eso Sánchez insistía en que le explicara cómo conseguir una mayoría absoluta. Es ley de vida: todo el mundo anhela aquello que no tiene.