La imagen del primer ministro británico Neville Chamberlain blandiendo el pacto de no agresión con Adolf Hitler es de un patetismo insuperable. Forjado en los principios de la política de apaciguamiento, el acuerdo suponía que, para evitar la guerra, había que hacer concesiones al dictador alemán. El resultado fue el acuerdo de Munich, que entregó el territorio checoslovaco de los Sudetes a Alemania y, de paso, abrió la puerta de la invasión de Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Edificios bombardeados por un dron en Odesa
Nueve décadas después, la historia plantea un eterno retorno. La débil reacción de Europa y el desistimiento de Estados Unidos respecto del ataque ruso a Ucrania recordó peligrosamente a los preámbulos del sangriento conflicto que cinceló el siglo XX. Todo había comenzado en el 2014, cuando Rusia se anexionó la península ucraniana de Crimea mientras Occidente tocaba el violín al calor del gas ruso, a precio de saldo.
Si se firma la paz entre Rusia y Ucrania, la tentación de los políticos europeos quizás será volver a los días de vino y rosas, porque gastar en seguridad es poco agradecido
Envalentonado, Putin tardó ocho años en lanzar el segundo zarpazo, la región del Donbass, en el Oriente ucraniano. El autócrata ruso, como Hitler, también llevaba tiempo gruñendo, en su caso, contra la ampliación de la OTAN mientras juraba en arameo que no atacaría Ucrania. Y, por segunda vez, pilló a los culos gordos europeos sesteando bajo la sombra del paraguas norteamericano. Cuando el dueño cerró el cobijo, la exposición de impotencia se convirtió en una carrera de ratones en busca de soluciones mágicas, a base de invertir 800.000 millones como si una estructura dedefensa europea se construyera en un plis plas.
La consecuencia es un trágala en forma de alto el fuego que Zelenski tendrá que aceptar sí o sí, además de una nueva muesca en el revólver del agresor reconvertido en amigo para siempre.
Si se firma la paz entre Rusia y Ucrania, la tentación de los políticos europeos quizás será volver a los días de vino y rosas, energía barata y economía de todo a cien porque gastar en seguridad es muy poco agradecido. Pero la realidad es tan tozuda como la historia. Con la victoria en sus manos, saldrá a relucir la cara amable del Putin pacifista de pacotilla y de converso al orden internacional. Y los Chamberlain de turno olvidarán que el ADN de los matones es inmutable y siempre vuelve en su peor versión.
El error sería que, en lugar de seguir diseñando un ejército continental, se dejaran seducir por promesas tan falsas como la firma que Hitler estampó al pie del pacto de Munich mientras se desternillaba de risa.