Es indiscutible que Europa debe reaccionar al hundimiento del sistema de relaciones internacionales de los últimos 80 años. Y eso implicará un incremento del gasto en defensa. Decíamos hace unos días que levantar la bandera del “no a la guerra” de poco servirá para frenar a Putin. Pero las necesidades europeas van mucho más allá del rearme: hace falta un sistema de gobernanza y coordinación entre ejércitos, es imprescindible la soberanía tecnológica… Dicho de otro modo, la completa autonomía estratégica trasciende con creces el armamento. Lo que pone de relieve el gran error que ha sido bautizar el plan europeo como ReArm, instalándonos además en un marco mental que solo beneficia a las derechas.

Por otro lado, la frustración ciudadana no para de crecer por el contraste entre la rapidez y efectividad millonaria para responder a la amenaza externa que acecha a Europa, y la lentitud en dar respuesta a la crisis del coste de la vida y de la vivienda. Se ha ido a la velocidad de la luz para hacer frente a la amenaza rusa y al desdén de Trump, lo que sin duda era necesario, pero la falta de respuestas al malestar social es un talón de Aquiles para Europa.
Hemos insistido una y otra vez en que la respuesta europea a la crisis de la vivienda y al aumento de las desigualdades es imprescindible para preservar la credibilidad de las instituciones y el propio proyecto comunitario. La desafección ciudadana es una amenaza interna que no para de extenderse. Pero es que además, tomen nota, la mayoría de los partidos ultras que se benefician electoralmente del malestar social tienen simpatías por Putin (y Trump). Y algunos ya gobiernan.
Mientras “rearmamos” Europa, la lentitud en desplegar la agenda social favorece formaciones próximas a Rusia como el Reagrupamiento Nacional de Le Pen, la Liga Norte de Salvini, AfD en Alemania, un Vox cada vez más cercano al prorruso Orbán, el partido del ultra holandés Geert Wilders, mayoritario en el Gobierno de los Países Bajos, o el rumano Călin Georgescu. En resumen, si el programa ReArm no va acompañado de una agenda social europea fuerte, urgente y ambiciosa que restablezca la cohesión y bienestar que durante décadas ha caracterizado al continente, en algunos países pueden acabar gobernando partidos aliados de Putin, esto es, caballos de Troya al servicio del mismísimo presidente ruso. Menuda paradoja.