En 1977 la inflación pasaba del 28% y en 1980 superaba el 16% (el 2024: 2,8%). No había límites para el consumo de plástico; ríos y playas eran puros vertederos industriales. La estafa con el aceite de colza fue posible por el nulo control sobre la alimentación. Cada verano había decenas de casos de salmonelosis. Tener cáncer era la condena a muerte y morían 35 veces más mujeres en el parto que ahora. Hasta 1988 hubo poliomielitis por las deficiencias de vacunación. Si el marido te pegaba, los policías te recomendaban volver a casa, y si te violaban por la calle o lo hacía el jefe, quizá era porque llevabas una falda demasiado corta.

Pueblos y ciudades estaban ocupadas por los coches, que aparcaban en aceras y plazas. No había rampas ni accesos para discapacitados o personas mayores. La contaminación dejaba las fachadas grises y los pulmones negros. Había constantes accidentes de gas, incendios de origen eléctrico o desprendimientos de fachadas, por el pésimo control de la seguridad.
Hay que desmitificar la turboeconomía del cambio de siglo, cuando todos éramos millonarios
Los boomers tenemos una misión: impedir la romantización del pasado. Bajar de los altares neoliberales a Reagan y Thatcher y desmitificar la turboeconomía del cambio de siglo, cuando todos éramos millonarios. Es todo una ficción. Buena parte de los problemas que sufre Gran Bretaña nacen de la destrucción social e industrial que emprendió la Dama de Hierro, en primero de trumpismo. Y la desregulación bancaria y financiera posterior propició el desbarajuste y los abusos que acabaron en el crac del 2008, cuando nos licenciamos en trumpismo y nacieron los males económicos, sociales e industriales de Estados Unidos y del resto del mundo.
Los boomers tenemos una misión. Recordar lo que realmente funcionó del pasado. El acceso de la primera generación de estudiantes a la universidad para muchas familias, gracias a la inversión en centros públicos. Redistribución de la renta. Luchar por ciudades más habitables en términos de contaminación, accesibilidad, parques, escuelas… El activismo de barrio, de pueblo, de ciudad o de país. La defensa de una democracia imperfecta, que nos pide cada día estar pendientes de la trinchera por miedo a que nos la vuelvan a mover hacia atrás.