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Una pasión otoñal

Murió Vargas Llosa. Qué se puede contar de su grandeza como escritor si ya lo ha contado todo, y tan bien, el compañero Xavi Ayén. A mí me fascina su faceta de gran seductor y de hombre mundano, sobre todo en esa penúltima etapa de su vida, la que compartió con la dzé Isabel Preysler. Se juntaron el hambre con las ganas de comer; tanto el uno como la otra necesitaban ese cromo en su colección, pero aún resulta incomprensible cómo pudieron estar juntos ocho años hasta que, de un modo tan feo, acabó su relación.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler durante el Acto Memorial en homenaje a Carmen Balcells, celebrado en el Palau de la Música Catalana de Barcelona en 2016

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler durante un acto en Barcelona en 2016

Jordi Play / Archivo

Muchos pensaron que el premio Nobel y la madre de Tamara Falcó no tenían nada que ver, presuponiendo que la categoría intelectual de uno chocaba con la evidente ligereza de la otra. Pero Mario, y lo sé porque lo vi con mis propios ojos (los mismos que ahora, libres de cataratas, me permiten ver con claridad), estaba encantado de actuar de caballero acompañante en las múltiples inauguraciones de tiendas de azulejos a las que acudió junto a Isabel. Y esta relataba orgullosa que el rey Felipe había felicitado al Nobel después de su intervención en el Congreso de la Lengua en Córdoba (Argentina), en la que defendió el legado de España en la América llamada colonial.

Todo parecía ir bien, pero, en los últimos meses de su relación con Isabel, Mario Vargas Llosa aceptó intervenir en el reality La marquesa, protagonizado por Tamara Falcó Preysler. Ver su incomodidad, rodeado de sinsustancias, fue la constatación de que aquello no podía seguir adelante. Estaba claro que el Nobel se aburría, y más claro aún, que Isabel, cual Belén Esteban de Puerta de Hierro, por sus hijos mata.

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Una vez satisfechos los egos (él había conquistado a la mujer que, en su día, y por su bien elaborado misterio, fue la más deseada de España, y ella, a todo un premio Nobel), la relación se rompió. Isabel llegó a contar, a través de sus corifeos habituales, que Mario empezó a ponerse pesado cuando ella acudía a algún acto social, ya sin él, y regresaba tarde a casa. Y él, con su hijo Álvaro como ideólogo, comenzó a recuperar su imagen publicando en las redes sociales un vídeo leyendo a Madame Bovary ; él, que, en su momento, se había lamentado de que cuando estuvo en la casa de Enrique Iglesias, en Miami, no vio ni un solo libro.

Las pasiones, y más las otoñales, suelen tener un final abrupto o, en el mejor de los casos, mueren por inanición. Sobre todo, si se confirma que tanto la una como el otro (y eso sirve te llames Mario e Isabel, o no) ya no tienen ni tiempo, ni ganas, de que les compliquen la vida.

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