Una sonámbula recorre estos días los tejados del Liceu. En la ópera de Bellini, Amina se despierta un día en el lecho del conde Rodolfo, lo que hace que su prometido, el terrateniente Elvino, a punto de casarse con ella, rompa el compromiso. ¡Pero no es lo que parece! No estaba de parranda, sino que era sonámbula... Las fake news, como muestra el libreto de Felice Romani, han existido siempre: aquí no había redes sociales, pero la población de un pueblo de los Alpes, y sus maledicencias de viva voz, ejercían la misma función intoxicadora que la amanita muskiana que ahora conocemos por X.

Nadine Sierra como 'La sonnambula', en la producción que puede verse en el Liceu
Los Alpes bellinianos o la aldea provenzal del ballet francés en que se basa son exactamente lo mismo que representó la población granadina de Asquerosa (la actual Valderrubio) para García Lorca, un lugar del que el poeta dijo: “Está lleno de malicia y de mala voluntad”. El contraste entre la enorme belleza natural de esos enclaves y los dardos envenenados que escupen sus gentes por la lengua hace pensar en los estercoleros virtuales de hoy. A Lorca, precisamente, fue Frasquita, una de las asquerosas (ese era el gentilicio de la localidad en la época), quien le inspiró la inmortal Bernarda Alba y en aquel lugar concreto situó él el epicentro de la estrechez de miras y la mezquindad, a toda esa gente que se saluda mucho pero que juzga y critica compulsivamente al vecino.
La sonnambula nos muestra cómo los juicios basados en lo que hoy llamaríamos opinión pública son la mayor de las injusticias, una perversión del sistema, y que los hechos –ojo, por extraños que nos parezcan– deben prevalecer sobre las opiniones.
La figura del sonámbulo se ha asimilado a la del zombi, y se los suele representar a ambos caminando con los brazos extendidos hacia delante, algo que en realidad los sonámbulos no hacen”
La figura del sonámbulo, que transita entre el sueño y la vigilia, se ha asimilado a menudo a la del zombi, a caballo este entre la vida y la muerte. Se los suele representar a ambos caminando con los brazos extendidos hacia delante, algo que en realidad los sonámbulos no hacen (y que, por tanto, la excelsa soprano Nadine Sierra tampoco). R.L. Stevenson se basó en aspectos de ellos para fabular su Doctor Jekyll y Mr. Hyde porque, en casos extremos, pueden realizar conductas impropias que les mortificarían si pudieran recordarlas, algo que los emparenta con la parte oscura de la ebriedad.
Basta un leve toque de sensibilidad contemporánea, como el que la directora escénica Bárbara Lluch insufla aquí a la obra, para que una pieza escrita hace doscientos años nos hable de nosotros, aunque no vivamos en una serrería ni conozcamos ya más molinos que esos pequeñitos de algunas cafeteras.