La noticia del óbito de Mario Vargas Llosa, mi autor predilecto del siglo XX, me ha supuesto un sentimiento de orfandad. Era un adolescente cuando cayó en mis manos La ciudad y los perros , y desde aquel bendito día hasta hoy
he leído con fruición muchos de sus libros, excelsos. Cómo agradecerle la miríada de horas durante las que he aprendido y disfrutado ensimismado en la lectura, sintiéndome un genuino peruano bebiendo
Inca Cola en Piura, degustando un ceviche en Miraflores, conviviendo con los cadetes en el Colegio Militar Leoncio Prado o bañándome calato (desnudo) en un río.
La deuda que he contraído con el sublime maestro es impagable; sus libros son píldoras que reconfortan el alma, maná que nutre el espíritu. Me siento unido a él, como un feligrés, es uno de los míos.
Francisco Javier Sáenz Martínez
Lasarte-Oria