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En defensa de la temporada tailandesa de 'The White Lotus'

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Mike White no se quiere repetir y, en consecuencia, un sector del público se siente decepcionado

Imagen de la tercera temporada de 'The White Lotus'.

El momento más 'meme' de la presente temporada.

HBO

La transición de la primera temporada de The White Lotus a la segunda fue fácil. Mike White, después de verbalizar de forma explícita las conversaciones políticas, culturales y sociológicas candentes de los Estados Unidos en Maui (todo bien masticado, para que tanto emisor como receptor se sintieran inteligentes), se pasó a un festín de sensualidad. En Sicilia, con otra luz, teníamos una comedia de enredos con gente guapa, tensión sexual en el copeo de las parejas y prostitutas de lujo que se divertían con el potencial de sus cuerpos (no recuerdo lecturas tan moralistas como las que ha suscitado Anora, por cierto). El enamoramiento por la temporada mediterránea, aparte de la calidad de la propuesta que ahora tampoco toca desmenuzar, era consecuencia de un alivio: se había abandonado el ensayo sociológico para abrazar la bacanal.

Imagen de la tercera temporada de 'The White Lotus'.

Esta es... la temporada de los hombres atascados en el purgatorio.

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Con la tercera temporada las reacciones a los capítulos tienden a la desilusión. Quizá tiene algo que ver que, pese a mantenerse la sexualidad como uno de los ejes instintivos de la experiencia humana, no se cumplen las expectativas de las presentaciones de personajes. Un claro ejemplo es el sexto episodio emitido esta semana (titulado Full-Moon Party), marcado por el ocio nocturno, el alcohol y las drogas. Operaba desde una expectativa (el desmadre, el clímax) pero se desactivaba tanto en el plano formal como desde el contenido: intercalaba las tramas fiesteras (las amigas, el barco) con instantes en apariencia más calmados.

Cuando se trata de un autor tan planificado como Mike White, que prefiere adornar conceptualmente las series antes que dejar cualquier elemento a la arbitrariedad, cuesta creer que no era una elección consciente. La noche de chicas, con un baño de los personajes desnudos y ebrios iluminado por fuegos artificiales, terminó con un responsable “es hora de despedirnos, chicos” por parte de Kate (Leslie Bibb) y una infidelidad un tanto convencional de Jaclyn (Michelle Monaghan).

Imagen de la tercera temporada de 'The White Lotus'.

¿Hacia dónde van las pulsiones incestuosas de los hermanos Ratliff?

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Las emparejadas y los hermanos, en vez de acabar en un cuarteto narcótico, se decantó por un incómodo beso incestuoso entre Lochlan (Sam Nivola) y Saxon (Patrick Schwarzenegger), que era cualquier cosa menos tórrido.

Y, como elemento absolutamente imprevisto, la conversación entre Rick (Walton Goggins) y Frank (el oscarizado Sam Rockwell, que ). ¿Cómo se supone que debemos interpretar esta escena? ¿Estamos ante un fructífero ejemplo de exploración interna, de una búsqueda de la espiritualidad más allá de los prejuicios sociales? ¿O estamos ante un ejercicio de narcisismo de un hombre extranjero y adinerado en un país donde cree tener carta blanca para fantasear y utilizar a los locales como maniquíes para sus pajas mentales?

Imagen de la tercera temporada de 'The White Lotus'.

Experimentar está bien pero su obsesión sexual es puro narcisismo.

HBO

Lo interesante de la conversación es cómo Tailandia, paraíso o sitio al que escapar, se ha convertido en una especie de purgatorio para los hombres de mediana edad: Timothy (Jason Isaacs), Greg (Jon Gries) y Rick están existencialmente bloqueados y desde unos códigos heteros y testosterónicos. Hay personajes femeninos que se emancipan del rol restrictivo tradicional (“si no me responde los mensajes, me permito el capricho de enrollarme con el ruso”, “si está atascado y no me cuenta nada, yo me follo un twink”). Ellos, en cambio, tienen en común la incomunicación (“un macho se lo queda todo dentro”) y tienen conflictos patriarcales: el fallido rol como proveedor de Timothy, la misoginia extrema de Greg, la falta de una figura paterna para Rick.

No son las únicas tramas que tenemos sobre la mesa. Tenemos la contraposición entre Piper (Sarah Catherine Hook), que busca la fe en el budismo, y su madre Victoria (Parker Posey), que se indigna porque su hija no adopta sus valores cuando ella, en realidad, ha anestesiado cualquier posibilidad de reflexión y búsqueda interior por las pastillas. Tenemos a Kate, juzgada por Laurie y Jaclyn por sus ideales conservadores, como la única de las tres amigas con unas prioridades claras y cierta satisfacción por el punto en el que está su vida. Y, con Mook (Lalisa Manobal) y Gaitok (Tayme Thapthimthong) diluidos, siento curiosidad por ver cómo se canaliza la trama incestuosa. ¿La masculinidad tóxica del hermano mayor, obsesionado con que el pequeño le imite, deforma la mirada que posa en él?

El atasco de los individuos no tiene el poder del deseo pero The White Lotus exhibe la misma capacidad de crear personajes que pueden ser arquetípicos y de carne y hueso. Que se desactiven los clímax a voluntad tampoco quita que la tensión está presente en el hotel de wellness. El desconcierto sobre hacia dónde se dirigen los conflictos lleva a una comprensible desconfianza pero, en defensa de Mike White, se puede agradecer que no busca la repetición, manteniéndose fiel a la esencia de su obra, incluso si esto implica tomar decisiones impopulares.

Falta ver qué nos deparan los tres capítulos finales, hasta qué punto tiene bien atadas las tramas. Posiblemente la elección más coherente y desafortunada del creador fue convertir la música de los títulos de crédito en una declaración de intenciones sobre cómo sería la identidad de la temporada: críptica, dejándote a la espera de un subidón que no llega, porque esta vez entona otra melodía. ¿Por qué no entendimos automáticamente que, en vez de una bacanal, teníamos un purgatorio del bienestar?

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