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Luces de esperanza

Estamos ya a las puertas de la Navidad. La Navidad de Jesús, llamado Cristo (Mt 1,16), nuestro Señor (Rm 1,4). La Navidad nos llena de luz. Queremos que todo parezca más bello y resplandeciente. En un momento del año donde parece que la oscuridad gana terreno, expresamos de manera simbólica que el ser humano busca vida en abundancia, luz que no se apaga nunca.

La luz es un regalo incluido en la creación: “Dijo Dios: ‘Exista la luz’. Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena. Y ­separó Dios la luz de la tiniebla” (Gn 1,3-4). Si las tinieblas hubieran ocupado el lugar de la luz, ¿cómo podríamos disfrutar de la belleza y de la armonía de la obra de Dios? La luz simboliza la actitud de apertura y de capacidad de trascendencia, la mirada contemplativa con la cual ponemos a Dios en el centro. Salimos de nosotros, de la oscuridad de nuestros egoísmos, para darnos cuenta de que existe el otro, que existen los otros, que existe el universo entero.

En el año jubilar, el Papa nos invita a ser peregrinos de esperanza

Esta conciencia acogedora nos lleva a respetar, valorar y amar más allá de nosotros mismos. Por eso, el silencio interior, el contacto cordial, el diálogo sincero, se transforman en lámparas que nos permiten abrirnos a la realidad y descubrir las “semillas del Verbo”, como decía san Justino: todo lo verdadero, bueno y bello que hay en la humanidad.

Los cristianos tenemos un compromiso firme. Está claro que no siempre sabemos ser luz, ni personalmente ni comunitariamente. A veces, nos volvemos puertas opacas que obstaculizan la entrada de la claridad del Resucitado. Ahora bien, a pesar de nuestras debilidades, Dios continúa fiándose de nosotros y nos llama a ser resplandor de su luz. El mensaje no lo hemos escrito nosotros, pero lo tenemos que transmitir con entusiasmo y coherencia. La constitución Lumen gentium , del Vaticano II, nos invita: “Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la iglesia” (LG 1). Se nos pide ser una “lámpara para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa” (Mt 5,15), a la humanidad entera.

En el año jubilar que iniciamos el día de Navidad, el Papa Francisco nos da la clave: “La esperanza no defrauda”, que es el título de la bula de convocatoria. El Santo Padre nos invita a ser peregrinos de esperanza en un mundo sediento y deseoso de ella: “Ahora ha llegado el momento de un nuevo jubileo, para abrir de par en par la puerta santa una vez más y ofrecer la
experiencia viva del amor de Dios, que suscita en el corazón la esperanza cierta de la salvación en Cristo” ( Spes non confundit, 6 ).

Esta Navidad preparemos nuestras antorchas con el aceite santo, y hagámoslas brillar durante todo este año jubilar irradiando el amor benefactor, tierno y misericordioso del Padre, esperanza que no defrauda. ¡Os deseo que tengáis una muy feliz Navidad!

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