Consideramos que gran parte de los desafíos que asedian nuestras democracias liberales pueden encontrar una respuesta adecuada en la Doctrina Social de la Iglesia ( DSE). No hay soluciones milagrosas a muchos problemas, pero la DSE ofrece una fuente de inspiración legítima y razonable a muchos de los que atenazan la vida comunitaria a nivel local o global. Creemos que, independientemente de las creencias y opciones espirituales de cada uno, la DSE se asienta sobre unos pilares que todo ciudadano de buena fe puede asumir como propios.
Querríamos hacer una síntesis de carácter pedagógico. La DSE se ha construido a lo largo de tres siglos, desde la encíclica Rerum Novarum (1891) de León XIII hasta Dilexit Nos (2024) del papa Francisco. Es un compendio de enseñanzas que forman un legado moral muy valioso.
El bien común no es el interés general ni la suma de bienes individuales; es el bienestar de todos
El primer pilar es el reconocimiento de la dignidad intrínseca de todo ser humano. Toda persona, por el solo hecho de serlo, independientemente de su estado de salud o enfermedad, de riqueza o de pobreza, tiene que ser tratada con respeto y cuidado, porque es un sujeto de derechos. En tanto que ser creado a imagen y semejanza de Dios tiene valor infinito.
El segundo pilar de la DSE es la defensa del bien común, una de las nociones más olvidadas en el presente. El bien común no es el interés general, ni la suma de los bienes individuales. Es la búsqueda del bienestar para todos, no solo de una minoría. Exige una visión amplia que trascienda los intereses corporativos y los sectarismos. Eso presupone una mirada política que va más allá del cálculo electoral. Esta noción, central en la obra de Jacques Maritain, comporta garantizar el acceso a los bienes materiales y espirituales (educación, salud, paz, justicia) de todos.

Vivir dignamente es difícil para muchos
El tercer pilar de la DSE es el principio de solidaridad. La palabra solidaridad es, con felicidad y libertad, una de las más maltratadas en los discursos públicos. El concepto es clave en el magisterio de Juan Pablo II. Se entiende por solidaridad el compromiso de ayudar y preocuparse por los otros, especialmente por las personas que viven situaciones de vulnerabilidad. Es una llamada a la fraternidad, a la cooperación entre personas, naciones y pueblos. El papa Francisco ha reivindicado de nuevo el concepto de misericordia y ha exhortado en varias ocasiones a combatir la globalización de la indiferencia.
El cuarto pilar de la DSE, menos conocido, es el principio de subsidiariedad. Es clave para preservar la integridad y la autonomía de todas las instancias sociales. Según este pilar, el Estado tiene que respetar las esferas pequeñas que se reúnen en su seno, como la familia, las comunidades, las naciones y no injerirse en su autonomía y toma de decisiones, de modo que solo tiene que intervenir cuando es estrictamente necesario, cuando se vulneran los derechos de las personas. En tales circunstancias, es legítimo que reemplace sus funciones, pero mientras no sea así, tiene que preservar la autonomía y la integridad de las comunidades y organizaciones que se cobijan en su seno.
El quinto principio, nuclear en las democracias liberales y representativas, es el pilar de la participación. Participar significa comprometerse, implicarse, adoptar una posición proactiva en la sociedad, en la vida política, económica, cultural y religiosa. Este pilar reconoce el derecho de toda persona a involucrarse en la vida de la sociedad, a aportar su criterio, talento y visión para mejorarla. Sin la participación, la democracia se volatiliza.
El sexto pilar es el destino universal de los bienes. Estamos a años luz de ese principio. Una minoría minúscula, integrada por una oligarquía capitalista y una tecnocasta emergente, acumula gran cantidad de bienes materiales, mientras una gran mayoría tiene enormes dificultades para vivir dignamente. Pensamos en el derecho a la vivienda, la educación o al trabajo.
Desde la DSE se defiende que los bienes de la creación están destinados a todos los seres humanos, que tienen que ser administrados de manera justa y equitativa, evitando la acumulación excesiva y los desequilibrios sociales. Pablo VI lo expresó de manera lacónica: la paz es obra de la justicia. Dicho de otra manera: mientras haya injusticia es metafísicamente imposible que haya paz en el mundo.
El último principio es el de la opción preferencial por los pobres. Se podría expresar de la siguiente manera: Primero, los más vulnerables. Este principio nace de la atenta mirada sobre la vida de Jesús. Jesús es especialmente cuidadoso con los pobres, desheredados, humillados, enfermos y moribundos. La DSE nos exhorta a trabajar por su dignidad y el reconocimiento de sus derechos, promoviendo estructuras más justas en la sociedad.
He aquí una brújula moral para nuestro tiempo, una fuente de inspiración plenamente vigente.
Texto elaborado por: Rosa Maria Alsina Pagès, Albert Batlle, Josep Maria Carbonell, Eugenio Gay, David Jou, Margarita Mauri, Josep Miró i Ardévol, Anna Pagès, Rosa Rifà, Montserrat Serrallonga, Francesc Torralba.