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Que su humo y su cera no dañen las valiosas tallas de los pasos, ni sus delicadas telas; que no se consuman en las doce horas que puede tomar una procesión o que su llama aguante a la intemperie el incesante bamboleo de los pasos, son algunos de los desafíos a los que se enfrentan los cirios, un exigente ingrediente de la liturgia de la Semana Santa.

Arturo Soto, fundador de la cerería “La Madrugá”, que esta Semana Santa ha surtido de cirios y velas a más de 700 cofradías, decidió tirar de su pasión cofrade en Chiclana de la Frontera (��á�徱��) hace una década.

Para las cererías ha pasado “un mes de locura”, la época más ajetreada del año. “La Madrugá” por ejemplo destina en Semana Santa la mayor parte de los 200.000 kilos de cera que produce en velas al año.

Unas velas de mala calidad, que echen humo negro o tengan químicos nocivos pueden oscurecer o dañar las tallas, las telas y sus bordados o los candelabros. “El chorreo de la vela, el llorar de la vela, que es lo que nos gusta a los cofrades, debe ser también limpio”, explica.