Es muy probable que, en algún momento, hayamos deseado que las situaciones, acciones o palabras de los demás no nos afectaran, que nos resultaran indiferentes. Queremos aprender a no darles importancia porque nos causan dolor. Y en un intento de protegernos de ese sufrimiento, nos preguntamos: ¿Cómo puedo hacer para que no me afecte?
Cuando nos preguntamos “¿Cómo hacer para que no me afecte?” buscamos encontrar la manera de evitar que algo nos duela emocionalmente. Normalmente, queremos evitarlo porque ya hemos comprobado con anterioridad que aquello nos produce dolor y nos hace sentir más vulnerables emocionalmente.
No siempre es posible resolver el problema afrontándolo; a veces basta con protegerse

La fatiga emocional es provocada por el estrés, la ansiedad y la depresión
Esta pregunta suele ir acompañada de la certeza de que no podemos hacer nada para cambiar una situación o la forma de ser de la otra persona que nos hiere, porque no está en nuestras manos. Por ello, dirigimos nuestra atención hacia nosotros mismos, buscando cómo protegernos emocionalmente.
Todos tenemos personas en nuestra vida, algunas más cercanas y otras no tanto, cuyas palabras o acciones, de forma intencionada o no, nos dañan o nos han podido dañar en algún momento. Esto puede darse tanto en las relaciones personales, familiares, laborales como en cualquier otro vínculo significativo. Por ejemplo, alguien que se ha sentido ridiculizada por las bromas que le hacen sus amigas, y, aunque las demás las vean como inofensivas, le generan inseguridad y malestar; o quien ha sido dejada por su pareja y, poco después, la ve con otra persona, intensificando su dolor y la sensación de reemplazo. También puede ocurrir en la familia cuando un hijo que recibe comentarios despectivos de sus padres, minando su autoestima; o en el ámbito laboral, cuando un compañero de trabajo constantemente critica la forma en que realizas tus tareas, haciéndote dudar de su capacidad profesional. En todos estos casos, la persona que lo está pasando mal, desearía poder ser inmune a esas situaciones o comentarios. Es decir, que no le afectaran ni le causaran dolor.
Hay quienes no son conscientes del daño que generan sus palabras o acciones. No se dan cuenta del efecto o del coste emocional que suponen para los demás. Sin embargo, cuando se les dice, son capaces de reflexionar y cambiar su actitud para favorecer el bienestar de los otros. Son personas de fácil comunicación, se puede hablar con ellas y están dispuestas a escuchar. Se les puede expresar cómo nos sentimos frente a sus palabras, y sabemos que la recibirán sin emitir juicio alguno. A partir de esa comunicación sincera, es posible que se produzcan cambios en su comportamiento, logrando que modifiquen su forma de actuar o de expresarse hacia los demás.
Sin embargo, hay otras personas con las que es imposible hablar, principalmente porque ni escuchan ni están dispuestas a hacerlo. Es como hablar con una pared. No solo no están abiertas al diálogo, sino que pueden llegar a juzgar o ridiculizar los sentimientos que les expresamos, haciendo que nos sintamos incomprendidos y desvalorizados. En estos casos, es preferible no compartirlos y buscar la manera de protegernos. Esto puede implicar, entre otras medidas, poner distancia. Por ejemplo, si compartimos espacio en el trabajo, podemos intentar ubicarnos en un lugar más apartado o evitar los espacios comunes. También puede significar marcar límites, como indicarle que no toleraremos más comentarios de ese tipo, o reducir la interacción al mínimo necesario, respondiendo de forma breve y sin involucrarnos emocionalmente en discusiones que sabemos que no conducirán a ningún cambio. En algunos casos, incluso puede ser necesario cortar todo tipo de contacto con esa persona. Aunque no siempre sea fácil, es fundamental tomar medidas en favor de nuestro bienestar emocional.
Al igual que haríamos con un el dolor físico, es importante no ignorar el dolor emocional, sino protegerlo, atenderlo y darle espacio para sanar, evitando que se agrave. Usando el símil del cuerpo, cuando sentimos dolor en alguna parte, es necesario protegerla para evitar que vuelva a ser golpeada o dañada. Para ello, mantendremos reposo, utilizaremos alguna protección física o evitaremos realizar actividades que puedan causar más daño o tensión en la zona afectada. De esta forma, le damos espacio a la recuperación y evitamos que el problema empeore.
Buscar la causa de nuestro dolor emocional en el pasado a veces ayuda (y otras, no)
Cuando algo nos duele emocionalmente, es necesario tratar de establecer un diálogo con uno mismo e indagar un poco. Podemos preguntarnos, por ejemplo: ¿Cómo me siento cuando la otra persona…? ¿Qué sentimientos me afloran? ¿En qué parte del cuerpo los siento?
A veces, los sentimientos dolorosos que emergen en el presente son recordatorios de experiencias dolorosas del pasado que no fueron sanadas. Por ello, podemos preguntarnos: ¿Me he sentido de esta manera en alguna otra ocasión? O ¿Lo conecto con algo ya vivido? A menudo, la intensidad emocional que experimentamos en determinadas situaciones nos está señalando que ese dolor ya estaba dentro nuestro, esperando ser atendido.
Atendernos y sanarnos implica un proceso de introspección y de autoconocimiento. Para algunas personas, este camino puede necesitar un acompañamiento psicoterapéutico que les ayude a comprender su historia y reparar las heridas emocionales, en lugar de juzgarse o reprocharse por sentirse afectadas emocionalmente. Es necesario dar espacio a los sentimientos, sensaciones y emociones que surgen. Ignorar el dolor emocional no hace que desaparezca; al contrario, con el tiempo, puede intensificarse.