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Sostenibilidad poliédrica

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La sostenibilidad, en lo que se refiere a lo gastronómico, ha ido ganando espacio, y con justicia, en los últimos años. No hace tanto era bastante normal que, cuando se hablaba de la escasez de un producto o de la necesidad de dejar de comer tal o cual especie alguien te dijera que al restaurante no va uno a amargarse, que porque él —o ella— dejase de comer angulas no iba a cambiar la cosa y que si tan grave es la situación, que el gobierno tome medidas y lo prohíba. Como si fuéramos menores sin conciencia de los riesgos o de las consecuencias que necesitamos instrucciones bien claritas, sí: niño, no metas los dedos en el enchufe, que te va a dar corriente.

Es cierto que esta forma de ver las cosas sigue por ahí, quizás menos extendida, pero algo hemos avanzado. Aún habrá alguna gente más, además de los negacionistas a prueba de bomba, que piensa todavía así, aunque al menos sabe que no está bien decirlo en público. Algo es algo.

Sin embargo, la sostenibilidad no es solamente una cuestión que tenga que ver con la preservación de las especies y con variables ecológicas. Siendo esos temas medulares y urgentes, no son los únicos de los que deberíamos hablar, pero aunque sepamos que es así, nos cuesta entrar en materia.

Entiendo que esto se debe, en buena medida, a la concepción que tenemos de la gastronomía como algo lúdico, experiencial, a lo que acudimos con frecuencia para evadirnos. Comprendo que, visto desde ahí, a veces nos cueste introducir debates o elementos que nos emborronan la postal y nos amargan un poco la experiencia. La vida adulta, con sus matices, su escala de grises y sus imperfecciones, es lo que tiene, que nos obliga a pensar, a elegir, a autoimponernos a veces límites, a tomar partido, aunque sea por el menor de los males.

Y eso encaja mal con esa imagen de la gastronomía como una celebración constante que hemos ido labrando. Sin embargo, insisto, debemos mirar las costuras del sector, pensarlo desde una perspectiva crítica; ser conscientes, al menos, de que no hay champagne para todos todo el tiempo y de que si no empezamos a mirar a los lados, cabe la posibilidad de que la fiesta acabe antes de lo que nos gustaría.

Hablar de sostenibilidad es hablar de paridad en un sector con aún pocas mujeres en la cúspide, pocas mujeres reconocidas con premios, proporcionalmente, y muchas mujeres, muchas más que hombres, que acaban por dejar el gremio. En ese sentido, libros como Mamia, publicado por Mantala Basque Gastronomy y el Basque Culinary Center hace pocos meses es un trabajo pionero que da luz, visibilidad y voz al trabajo en gastronomía de cocineras, profesionales de sala, agricultoras, ganaderas, placeras, investigadoras y escritoras gastronómicas. Un trabajo que hace diez años nos habría costado imaginar y que hoy tenemos absolutamente normalizado.

Fotograma el documental ‘Amas da Terra’

Fotograma el documental ‘Amas da Terra’

Festival de Málaga

Hablar de sostenibilidad es hablar de condiciones laborales, de por qué no se encuentra personal, de salarios, de márgenes de beneficio. Es hablar de inmigración, de colectivos que todavía no son visibles en el sector, de exclusión.

Hablar de sostenibilidad es enfocarla desde una perspectiva local, tal como hace estos días en Asturias el Primer Simposio de Gastronomía Circular y Sostenibilidad Alimentaria abordando cuestiones como la gastrificación —en palabras de Lluís Nel Estrada— de los destinos turísticos, poniendo el acento en otras formas de relacionarse con la gastronomíacomo las que propone desde el escenario del evento la divulgadora Claudia Polo; es llevar a cabo una revisión crítica de los relatos, contextualizarlos, analizarlos y cuestionarlos, tal como hace el profesor de la Universidad de Cádiz José Berasaluce; dignificar los oficios y a las personas que están detrás como propone la cocinera Lucía Freitas a través de su iniciativa Amas da Terra (Amas de la Tierra), exponer hacia dónde va la alimentación y qué implica eso —en las casas, en las familias, en los barrios, en las ciudades— tal como lo aborda el Grupo de Investigación de Sociología de la Alimentación de la Universidad de Oviedo en su participación en el encuentro.

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Sostenibilidad gastronómica es, en realidad, la suma de todas esas perspectivas, el debate entre ellas a la búsqueda de puntos de encuentro. Es, también, la reivindicación de formas de consumo tradicionales y autóctonas, porque la gastronomía es también cultura. Y la cultura, aunque lo olvidemos con frecuencia, también desaparece si no la cuidamos.

El sector gastronómico atraviesa un momento dorado en muchos aspectos. Ocupa más espacio mediático que nunca y cuenta con las generaciones de profesionales más formadas de su historia. Esto ha dado resultados brillantes en cuanto a visibilidad, con frecuencia también en lo relativo a volumen de negocio, creación de empleo y generación de imagen de marca. Es tiempo ya de reivindicar, como lo hace el libro al que aludo más arriba, o como lo están haciendo las jornadas que se desarrollan en Asturias, que asuma la sostenibilidad, desde una perspectiva plural, poliédrica, como un elemento medular que da sentido al conjunto.

La cocina española ha sido pionera y lo sigue siendo en muchos aspectos: en lo relativo a innovación y creatividad, en cuestionarse los paradigmas y en la búsqueda de la excelencia. Es necesario que lo sea, también, en la consolidación de esa sostenibilidad inclusiva, compleja, a veces incómoda, que es la única garantía posible de un futuro que, si no se abordan estas cuestiones con cierta urgencia, será aún más complejo y probablemente menos ilusionante.

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