Trabajar con tu pareja, ¿sí o no? Es una pregunta que mucha gente se ha hecho alguna vez y que suele levantar pasiones cuando sale a colación en cualquier conversación informal. Están quienes defienden que para que una pareja funcione es imprescindible tener un espacio propio, lo que pasa forzosamente por una vida laboral autónoma. Sin embargo, hay quien no entiende que alguien prefiera lidiar con jefes antipáticos antes que compartir su vida laboral con la misma persona a la que un día eligieron para compartir también la personal.
Todas las parejas con las que hemos hablado a continuación pertenecen al segundo grupo. Tienen el común que no se lo pensaron dos veces a la hora de montar un negocio junto a su pareja, algunos de forma planificada durante tiempo y otros de manera espontánea, incluso accidentada en algunos casos. Ni siquiera tuvieron dudas cuando valoraron la dificultad de la plaza escogida: la hostelería, que implica siempre grandes dosis de dedicación y estrés. Pese a todo, estas seis parejas de restauradores lo tienen claro: no cambiarían su situación por nada del mundo.
Gerard Cuartero y Sara Di Bari, de 77 kilos
Este pequeño restaurante abierto hace apenas año y medio en el barrio de Sant Antoni, en Barcelona, es el proyecto de Gerard Cuartero y Sara Di Bari. Se conocieron mientras trabajaban en La Panxa del Bisbe y, como se entendían tanto dentro como fuera del restaurante, no dudaron en liarse la manta a la cabeza y abrir un negocio juntos. El instigador fue Cuartero, pero Di Bari le acompañó en la aventura desde el primer momento. “Yo siempre he tenido claro que quería tener un local, y cuando entré en La Panxa del Bisbe sabía que era por un tiempo determinado y que sería mi último proyecto trabajando para otros”, afirma Cuartero. Así se lo comunicó a Di Bari, y el resto es historia.

La pareja decidió empezar el proyecto en el barrio de Sant Antoni, Barcelona
Poco después llegó 77 kilos, un pequeño local con capacidad para algo más de veinte comensales, donde hasta hace poco solo estaban ellos dos. Cuartero en la cocina, con sus recetas de base catalana que no dudan en mirar discretamente al mundo; y Di Bari al frente de la sala y de la carta de vinos, donde al fin puede hacer lo que le gusta. “Mientras en La Panxa del Bisbe solo teníamos vinos catalanes, en 77 kilos trabajamos de otra manera: buscamos proyectos pequeños y con personalidad, vinos que cuenten algo”, explica el cocinero.
Cuartero no interfiere en las decisiones de Di Bari y ella tampoco lo hace en las que le conciernen a él. En cuanto a las comunes, no hay nada que no pueda resolverse “en casa, por la noche, dialogando ante una copa de vino”. El chef afirma que todavía hay quien se sorprende cuando explica que ha abierto un negocio con su pareja, pero para él son todo ventajas. “Solo tengo que mirarla y ya sé qué piensa. Si trabajase con otras personas eso no ocurriría, sería mucho más complicado”.
Jeffrey Ruiz y Helena Termes, de La Cort del Mos
La Cort del Mos, el proyecto de Jeffrey Ruiz y Helena Termes en Palamós (Girona), todavía no ha abierto, pero sus propietarios ya están empezando a experimentar algunas de las consecuencias de trabajar en pareja. Y no porque haya fricciones entre ellos, que se conocieron trabajando en el Hotel Perelada, sino por el entorno. “Nos da coraje que siempre le hablen a él. Somos dos, el proyecto es de ambos y tomamos las decisiones a medias. Sin embargo, cuando tenemos que negociar con proveedores o con otros profesionales, siempre le hablan a él. Como si yo no pintase nada”, afirma Termes, entre indignada y sorprendida.
A Ruiz le da tanta rabia como a su pareja una situación que se repite hasta el punto de que “hemos descartado proveedores solo por esto. Está muy arraigado y es superdesagradable”, afirma este cocinero de Badalona, ahora instalado en el Empordà para ponerse al frente de su primer local como copropietario, que abrirá sus puertas el 15 de marzo.

Helena Termes y Jeffrey Ruiz, de La Cort del Mos
“Ya trabajábamos juntos en Perelada y sabemos cómo somos: yo más tranquila y él más intenso. Por eso nos compenetramos bien”, explica Termes, que recuerda haber dado el “sí quiero” a abrir un negocio con Ruiz durante unas vacaciones en la Riviera Maya. Desde entonces todo ha sido frenético. A su regreso comenzaron a buscar un local en el Empordà, donde él, cocinero, y ella, pastelera, pudiesen desplegar recetas basadas en el Sent Soví. No les da miedo el reto y ambos trabajan el aspecto emocional para que el proyecto funcione. “Yo soy un workaholic —afirma Ruiz, que ha pasado también por restaurantes como El Celler de Can Roca—, pero gracias a un trabajo de terapia consigo controlar mis impulsos”.
Daniel Sunyer y Mireia Pascual, de La Forquilla de Nou Barris
Frente a un proyecto que aún no ha nacido, como el de La Cort del Mos, otro que lleva 25 años a todo tren de la mano de una pareja muy bien avenida: Dani Sunyer y Mireia Pascual, ambos al mando de La Forquilla de Nou Barris. En su caso, montar un restaurante siendo pareja no fue una decisión meditada, sino que la vida les llevó a ello sin haberlo planificado. “Yo trabajaba de contable en un despacho de abogados y Dani había estudiado Hostelería. Siempre había querido tener un restaurante y, como tenía local propio, se lio la manta a la cabeza”, explica Pascual, que no tenía intención de dejar su trabajo hasta que renunció la cocinera que había al frente del local. “De repente un día me vi aquí cocinando”, explica.

Dani Sunyer y Mireia Pascual, ambos al mando de La Forquilla de Nou Barris
Cocinera autodidacta y apasionada, Pascual enseguida cogió el gusto a su papel tras los fogones y se puso a replicar recetas caseras y a aprender algunas nuevas. No tardó en ver claro que ese era su lugar. De eso hace ya 25 años, en los que la pareja asegura haber escuchado todo tipo de comentarios. “A mí me gusta hacer cosas con mi mujer, las sigo haciendo cuando no trabajamos. No entiendo esos hombres que están deseando huir de sus parejas”, explica Sunyer. Tampoco les genera problemas aquello de no llevarse el trabajo a casa y viceversa. “Los inicios fueron tan difíciles que salíamos con la cabeza tan gacha que no teníamos ganas ni de hablar”, bromea Sunyer.
Ambos tienen claro que para que la cosa funcione las decisiones no siempre tienen que ser consensuadas. “Hay veces que tiene que decidir uno y el otro ceder. La gracia es que no sea siempre la misma persona”, dice Sunyer, para quien tener un negocio propio fue decisivo cuando nacieron sus hijos, que ahora tienen 22 y 25 años. “Te da libertad para poder encargarte de los niños cuando son pequeños”, asegura Pascual. La recompensa es que uno de sus hijos es ahora un trabajador más: “Nos ayuda mientras estudia”.
Agreste Mar, de Roser Asensio y Fabio Gambirasi
Fabio Gambirasi, en cocina, y Roser Asensio, en sala, son los responsables de una de las aperturas más aclamadas de los últimos años en Barcelona: Agreste de Fabio & Roser. El restaurante, ubicado en el barrio de El Coll, se encuentra actualmente cerrado por obras, pero los fans de su cocina pueden disfrutarla en Agreste Mar, en el hotel The Serras.

Fabio Gambirasi y Roser Asensio
Cuando una se adentra en el comedor de Agreste y degusta su cocina serena, reflexiva y sofisticada, cuesta imaginar unos inicios tan frenéticos. Todo empezó en 2015, cuando Gambirasi y Asensio se conocieron haciendo el Camino de Santiago. Él tenía un trabajo estable como cocinero en Milán tras haber pasado por numerosos restaurantes de alta gastronomía, y ella “venía del mundo de la permacultura, las terapias naturales y el quiromasaje”, afirma Asensio, quien se define, y su trayectoria le da la razón, como un “culo inquieto”.
Enseguida vino el restaurante y la vida en común, prácticamente sin haber pasado por una época de noviazgo. “Él vivía en Milán y yo en Barcelona y nos veíamos algunos fines de semana, aunque la idea de abrir un restaurante nos rondaba desde que nos conocimos. En marzo de 2016 vi el local, me enamoré, le llamé, vino a verlo, lo compramos y hasta ahora”, asegura Asensio. “Fue de locos, pero fue una historia muy de corazón, muy intuitiva”, algo que se refleja en la atmósfera de un local que no se parece a ningún otro.
La pareja gestiona Agreste del mismo modo relajado en el que Gambirasi dejó, casi de un día para otro, “un buen trabajo con un buen sueldo en Italia” para poner sus ahorros al servicio de un negocio nuevo, en otra ciudad, junto a una mujer con la que no había convivido. “No nos autoimponemos normas como no hablar del trabajo en casa o viceversa, ¿por qué no? Nosotros lo disfrutamos, y compartimos tantas cosas que tenemos una relación muy cercana, sin menospreciar la de otras parejas”, explica Asensio, quien asegura que este formato tiene muchas ventajas. “Ahora que hemos sido padres puedo encargarme de mi hijo porque hacemos turnos en el restaurante. Por suerte ha quedado atrás aquello tan horrible de que tenías que buscarte a alguien que te cuidase el niño porque nadie iba a saber cuidar tu restaurante”, concluye.
Rossana Pando y Paulo Alarcón, de Nana
Este restaurante del barrio del Clot es el proyecto de la cocinera Rossana Pando y de su pareja Paulo Alarcón, al frente de la sala. Ella, formada durante más de veinte años en diversos locales del Grupo Tragaluz, donde llegó a ser jefa de cocina de Pez Vela, y él ingeniero de caminos de formación. La apertura de Nana fue tan azarosa como lo han sido sus vidas, ella peruana y él chileno, que se dedicaba a hacer pequeños trabajos en hostelería mientras estudiaba un máster en Barcelona. Se conocieron en Agua, un local del Grupo Tragaluz, pero al poco él encontró trabajo como ingeniero en una compañía grande. Todo cambió a raíz de una crisis de salud de Alarcón. “Me detectaron una piedra en el riñón, me tuvieron que operar y cogí una baja larga. Mientras estaba de baja me despidieron del trabajo y tomé la decisión de cambiar de vida”.

Rossana Pando y su pareja Paulo Alarcón
No le costó convencer a Rossana, quien pese a que estaba contenta en Grupo Tragaluz, se dejó tentar por la idea de abrir su propio negocio. Fue así como nació Nana, un restaurante de cocina casera abierto al pie del Mercat del Clot. Ambos afirman que todo ha sido más fácil de lo que creían. “Nos gusta estar juntos, lo disfrutamos mucho. Nos gusta ir a mirar vajillas en nuestro día de fiesta y conversar sobre el restaurante, porque nos hace la misma ilusión el proyecto”, asegura Alarcón.
Raquel Blasco y Marc Santamaria de Casa Xica
“¿Con quién iba a montar yo un restaurante? Pues con Marc, que es el mejor”. Raquel Blasco y Marc Santamaria llevan toda la vida trabajando juntos. Se conocieron en China, y desde entonces, pocas han sido las etapas en las que no han hecho equipo. “Nos gusta trabajar juntos, siempre ha fluido de manera natural”, dice Blasco. Tanto, que cuando volvieron a Barcelona después de una etapa en China y dejaron de compartir cocina, lo notaron. “Trabajábamos en restaurantes distintos. Al final, cuando me ofrecieron ser segunda de cocina, le dije a Marc que se viniera. Donde no llego yo, llega él”.
En este contexto, la apertura de su restaurante Casa Xica, en el barrio de Poble-Sec, fue algo orgánico en la vida de una pareja que disfruta compartiendo su tiempo. Después vinieron sus tres hijos, que encajaron en el proyecto con la misma naturalidad con que nació. “Podemos hablar en cualquier momento de los niños, del médico, de compras, de un festival al que vamos a ir, de un plato o de un problema doméstico. No nos resulta molesto y no nos esforzamos en delimitar facetas”, explica Blasco, para quien esta entrega se traduce en el ambiente del restaurante. “Cuando nos dicen que Casa Xica es un lugar con alma es precisamente porque recoge esta energía”, opina.

Marc Santamaria y Raquel Blasco de Casa Xica
Desde fuera, muchos se sorprenden de esta compenetración. “Nos dicen que estamos locos, que cómo aguantamos 24/7 juntos, si otros en tres horas ya discuten”, bromea Blasco, quien asegura que, con tres hijos, han aprendido a organizarse. “Tenemos un equipo en el que confiamos, familia que nos ayuda… Pero a veces, estar juntos en el restaurante un fin de semana también es un respiro”. Porque para ellos, Casa Xica no es solo un negocio: es también una prolongación de su hogar.