Se ha elucubrado sobre las razones por las que Catalunya destaca tanto en la alta cocina creativa. ¿Es casualidad? ¿Tiene que ver con la diversidad del territorio y la riqueza de un recetario muy original, en el que confluyen la tradición rural, la marinera, la cocina burguesa o las culturas culinarias de otras latitudes que han ido haciendo sus aportaciones? ¿Es el paisaje? ¿El talento? ¿La proximidad de Francia, país en el que nació la alta cocina? ¿O, seguramente, un poco de todo ello?
En cualquier caso, mientras esa cocina creativa acapara elogios unánimes, gana premios y encabeza rankings, hay voces que reclaman una oferta de restauración sencilla más homogénea en cuanto a calidad y lamentan con razón que en el centro de muchas ciudades y pueblos no sea fácil encontrar un pa amb tomàquet impecable. O que en los restaurantes y en sus menús del día escaseen algunos platos de nuestro recetario popular, como la escudella y carn d’olla, los fideos a la cazuela o el fricandó, por poner algunos ejemplos.
Hay talento y hay tradición en la que inspirarse en la alta cocina. El barcelonés Disfrutar lidera este año la lista The World’s 50 Best Restaurants que ya antes encabezaron dos restaurantes catalanes: El Bulli y El Celler de Can Roca.
En la mayoría de la alta cocina está implicada toda la familia o los socios son grandes amigos
Pocos días después de que este último subiera en 2013 al número uno (El Bulli lo había logrado anteriormente hasta cuatro veces y El Celler repetiría en 2015, antes de que sólo se permitiera liderar el ranking una única vez), reunimos a Joan Roca y a Ferran Adrià para que debatieran sobre las razones por las que dos casas separadas por tan pocos kilómetros y en tan breve espacio de tiempo habían llegado a ostentar el título de mejor restaurante del mundo. Roca habló de un terreno abonado, “por la tradición y la riqueza del recetario y del paisaje”. Adrià reivindicó el talento personal y habló de la importancia de que en su día cada cual tuviera un rol. Elogió la grandeza de Carme Ruscalleda, Carles Gaig o Nandu Jubany, entre otros colegas.
Solo un recetario tan creativo como el del Empordà, tierra de rauxa y de genialidad, pudo dar origen a combinaciones tan originales como las de esos platos de mar i muntanya que sorprenden y fascinan a quienes vienen de lejos. Y en el Empordà, donde estuvo El Bulli, hoy convertido en museo, y donde sigue brillando El Celler, se encuentra también Miramar. Allí Paco Pérez, Montse Serra y sus hijos Guillem y Zaira ofrecen alta cocina del mar de las más interesantes de Catalunya. Y en el Empordà están el Bo.Tic de Albert Sastregener y Cristina Torrent, Els Tinars de los hermanos Marc y Helena Gascons o L’Aliança d’Anglès.

Eduard Xatruch, Mateu Casañas y Oriol Castro, socios del barcelonés Disfrutar y de los Compartir en Cadaqués y Barcelona

Las hermanas Martina, Carlota y Clara Puigvert con su madre, Fina Puigdevall, de Les Cols
Hay paisaje y hay talento en las propuestas de Les Cols de Fina Puigdevall, Manel Puigvert y sus tres hijas, Clara, Martina y Carlota, quienes cocinan la Garrotxa con todas sus consecuencias y limitaciones de productos (lo que no da el entorno tampoco aparece en la mesa). La belleza de los platos despojados de lo superfluo transmiten una cocina que hoy, mucho después de que ellos apostaran por esa radicalidad, es pura tendencia. Hay paisaje y está más que presente esa misma Garrotxa, en Ca l’Enric (Vall de Bianya), de los hermanos Juncà. Hay talento, paisaje y temporalidad en las cocinas de Nandu Jubany (en la plana de Vic), o en la de Els Casals, de los hermanos Rovira, en el Berguedà; o en La Boscana de Joël Castanyé, en tierras leridanas, por citar algunos ejemplos.
La mayoría de restaurantes catalanes de alta cocina son casas en las que está implicada toda una familia o en las que los socios son grandes amigos; restaurantes de hermanos, de padres e hijos, de parejas…
Los protagonistas de esa revolución gastronómica que tuvo la cala Montjoi y el Bulli como núcleo, siguen al pie del cañón. Es lógico que en Oriol Castro, Mateu Casañas y Eduard Xatruch, del barcelonés Disfrutar, que fueron parte esencial en el restaurante de los Adrià y del añorado Juli Soler, el afán de innovar y la costumbre de cuestionárselo todo o la aplicación de un meticuloso método creativo formen parte de su ADN como cocineros. Su enorme talento, su capacidad de trabajo sin límite, y la discreción que los caracteriza los ha llevado a ser referentes de la alta cocina en todo el mundo.
Hace unos días, cuando se anunció su elección como embajadores de la iniciativa Catalunya Regió Mundial de la Gastronomia 2025, Mateu Casañas nos decía que a veces se ha banalizado hablando de la alta cocina y de los egos de los cocineros, como si cuando hablamos de gastronomía no habláramos sobre todo de territorio, de tejido social, de pequeños productores, de paisaje y de cultura. También Joan Roca y sus hermanos Josep y Jordi siguen inspirando en El Celler de Can Roca y ampliando su universo gastronómico en Girona. Podrían estar por encima del bien y del mal, y, sin embargo, se mantienen firmemente arraigados al suelo y sin perder la humildad que los ha caracterizado siempre.

Los hermanos Javier y Sergio Torres en su restaurante de Barcelona

Joan Roca, del Celler de Can Roca
Si hubo un tiempo en que la categoría de restaurantes con tres estrellas Michelin estaba asociada a lugares alejados de la capital catalana, ahora Barcelona es la ciudad con más restaurantes que gozan de esa distinción en España y solo uno de ellos, El Celler, está en otra ciudad catalana. El primer triestrellado barcelonés fue el Lasarte de Martín Berasategui en el hotel Monument, donde triunfa la cocina de lujo impecable de otro chef humilde y discreto, el italiano Paolo Casagrande, y el arte en la sala de Joan Carles Ibáñez, que durante años trabajó con Santi Santamaria.
Ha llovido mucho desde que el artífice de Can Fabes, que falleció en 2011, era junto a Ferran Adrià en El Bulli y Carme Ruscalleda en el Sant Pau de Sant Pol y El Celler, los triestrellados catalanes. Tras el cierre de Can Fabes, de El Bulli como restaurante y del Sant Pau (con un Ferran Adrià y una Carme Ruscalleda más que activos, pero liberados del día a día de un restaurante), de aquel cuarteto solo queda El Celler, que sigue acaparando reconocimientos.
Hoy completan esa lista de triestrellados el citado Lasarte, el Abac, de Jordi Cruz, Cocina Hermanos Torres y Disfrutar, que obtuvo ese estatus el mismo año 2024 en que se convirtieron en mejor restaurante del mundo.Pero la alta cocina catalana no acaba en esos restaurantes. Casas como Alkimia, donde Jordi Vilà no se ha movido nunca de la reinterpretación de la cocina catalana, son un referente internacional. “Vilà es el samurái de la cocina de este país”, decía hace tiempo el reconocido pastelero de Miami Antonio Bachour, quien reconocía que es seguramente su restaurante favorito en el mundo. Michelin, por el momento, lo puntúa con una única estrella.
Barcelona ha pasado a ser la ciudad con más restaurantes en la categoría de tres estrellas en España
Lo mismo ocurre con Enigma, un restaurante que visitan y elogian gastrónomos de todo el planeta y que se encuentra en un momento espléndido de creatividad y de excelencia. Albert Adrià bromeaba cuando obtuvo la primera estrella, agradeciendo a la guía “el reconocimiento a los jóvenes chefs”. Cocinas como las de Oriol Ivern en Hisop, el Aürt de Artur Martínez, Caelis de Romain Fornell, Dos Palillos, de Albert Raurich; como Suculent, Moments con Raül Balam; La Enoteca del Hotel Arts by Paco Pérez; Cinc Sentits; Koy Shunka o Come by Paco Méndez, MontBar, Lluerna, Slow&Low, son algunos ejemplos de esa alta cocina creativa por la que tantos aficionados a la gastronomía viajan. Alta cocina ofrecen también Via Veneto, Xavier Pellicer, Ca l’Isidre, Estimar, Pur, entre muchos otros, en los que la temporalidad se sigue a rajatabla y se sirve el mejor producto en su mejor momento.