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Ni cáncer ni sida, liberalismo

Un gigante de la literatura

Vargas Llosa pasó del marxismo a defender con vehemencia la ideología liberal y tildar el nacionalismo de “enfermedad”

FILE - Writer Mario Vargas Llosa speaks at a rally in Lima, Peru, Aug. 21, 1987, to a crowd of more than 50,000 people. (AP Photo/A. Balaguer, File)

Vargas Llosa en el mitin de presentación en Lima de su partido, Movimiento Libertad, en 1987

A. Balaguer / Ap-LaPresse

Vargas Llosa advirtió a los peruanos que iban a elegir “entre el cáncer y el sida”. Corría la primera vuelta de las presidenciales de Perú del 2011 y los favoritos eran el izquierdista Ollanta Humala y la ultraderechista Keiko Fujimori, hija del exmandatario autócrata Alberto Fujimori, su antiguo rival electoral. Al final, acabó decantándose por el cáncer y apoyó a Humala en la segunda vuelta como el “mal menor”.

Diez años después, en el 2021, se volvió a comer sus palabras y el “mal menor” pasó a ser Keiko Fujimori, a quien Vargas Llosa apoyó en detrimento del ultraizquierdista Pedro Castillo, que en el imaginario del Nobel había pasado a ser el equivalente al sida. Sus compatriotas no le hicieron mucho caso, pues se impuso Castillo.

Tampoco había convencido a los peruanos cuando dio el salto a la política y trató de convertirse en presidente en 1990, tras fundar para tal fin, en 1987, el partido Movimiento Libertad. Vargas Llosa creyó que tenía la obligación moral de presentarse y que ser un intelectual reconocido mundialmente bastaría para ganar de calle y salvar a Perú del desastre económico en que lo había sumido el socialdemócrata Alan García. El escritor veía la solución en un programa liberal que llevaría al desarrollo a una nación llena de pobres, donde los atentados y las matanzas de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso estaban sembrando el caos en un país que llevaba muchos años “jodido”, como escribiera en Conversación en la catedral (1969).

Repudiado por Fidel Castro, perdió las elecciones en Perú e hizo campaña contra la independencia de Catalunya

Se equivocó y no fue profeta en Perú. Quien acabó arrasando fue Alberto Fujimori, que en la segunda vuelta obtuvo el 62% de los votos, mientras que Vargas Llosa se quedó en el 37%. Un golpe muy duro para el autor. Cuando empezó la campaña, Fujimori era un rector universitario casi desconocido con el un 1% de intención de voto; un ingeniero agrónomo tan liberal como Vargas Llosa pero que escondió hábilmente su programa económico. El futuro dictador dio la estocada final al ego del escritor y a sus opciones de ganar al ningunearlo en el debate electoral televisado. “Señor Vargas”, insistió en llamarle Fujimori durante el debate, en una jugada maestra comunicativa que le desposeía de la carga literaria de su apellido y del trato de “doctor” que le deparaban los medios locales.

Tras la derrota, el novelista se fue de Perú y se instaló en Madrid. Ante la amenaza de Fujimori de retirarle la ciudadanía peruana, el Gobierno del socialista Felipe González le concedió la nacionalidad española en 1993.

Antes, Vargas Llosa fue comunista y revolucionario. Durante sus tiempos de estudiante en Lima en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos se había acercado al Partido Comunista Peruano. Y como la mayoría de autores del boom latinoamericano y de los intelectuales progresistas de la época, abrazó a Fidel Castro y la revolución cubana. Pero como muchos de ellos, se desencantó y dio un giro ideológico radical.

Críticas a la revolución

Vargas Llosa se alejó del marxismo y de Fidel Castro tras la detención y tortura del poeta Herberto Padilla

El detonante fue el caso del poeta cubano disidente Herberto Padilla, que en 1971 fue detenido y torturado hasta que el régimen le obligó a hacer autocrítica pública y defender la revolución. Al igual que García Márquez, Sartre o Cortázar, Vargas Llosa protestó por la detención de Padilla y ya no se dejaría de criticar al castrismo, a diferencia de Gabo que, aunque se distanció ideológicamente de Castro, nunca cortó su relación con el líder cubano. “Fui bañado en mugre”, diría el peruano años después, sobre el alud de críticas que recibió desde la izquierda latinoamericana.

Si bien Vargas Llosa proclamó su “odio a los dictadores de cualquier género” y escribió que “la más mediocre democracia es preferible a la más perfecta dictadura, estén a la cabeza de ella Pinochet o Fidel Castro”, en los distintos procesos electorales latinoamericanos apoyó a candidatos de extrema derecha que enarbolaban propuestas que rozaban el autoritarismo, como el brasileño Jair Bolsonaro o el chileno José Antonio Kast.

De hecho, el Nobel fundó en el 2002 la Fundación Internacional para la Libertad –era el presidente y su hijo Álvaro uno de los vicepresidentes–, organizadora de seminarios y actos por toda Latinoamérica congregando a mandatarios y expresidentes de derecha liberal, generalmente para apoyar a algún candidato de esa ideología, donde a menudo Vargas Llosa era el principal orador, junto al expresidente español José María Aznar.

Paradójicamente, muchos de esos líderes derechistas también sostenían un discurso nacionalista, como Aznar o Bolsonaro, algo que, en el caso de Catalunya, llevó al escritor a posicionarse furibundamente en contra. La posible independencia catalana le parecía “un disparate absurdo y un anacronismo”. En el 2014 afirmó: “Viví en Catalunya cinco años y mi hija vive en Catalunya. No conozco ni una sola persona que quiera separarse de España”, lo que incendió las redes sociales tanto o más que cuando en el 2018 dijo que el feminismo radical es “el más resuelto enemigo de la literatura”. Bregado en mil polémicas y sin temor a expresar con vehemencia sus opiniones, Vargas Llosa fue la estrella de la manifestación por la unidad de España que se celebró en Barcelona el 8 de octubre del 2017, una semana después del referéndum independentista. El magistral novelista no detalló si el nacionalismo era el cáncer o el sida pero sí dejó claro que era “una enfermedad”.

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