bet365

Todas las ciudades serán un día Barcelona

BLUES URBANO

Todas las ciudades serán un día Barcelona
Director adjunto

En su última novela, Enrique Vila Matas se desempeña como un genuino zahorí. Durante la obra, su narrador va extrayendo, a ciegas, libros de un cuarto oscuro que le sirven para componer un asombroso canon literario. El canon de la cámara oscura (Seix Barral), además de ser un nuevo ejercicio de exquisitez literaria del autor, brinda al lector un sugerente gabinete de curiosidades, en forma de libros raros o rarísimos.

Este lector en particular se sintió atraído por uno de los ensayos que el narrador en la ficción retira con su mano inocente de la habitación. En concreto, por el volumen titulado Ferias y atracciones, publicado por vez primera por la editorial Argos en 1950 en su colección Esto es España . El autor es Juan Eduardo Cirlot (1916-1973), un barcelonés fascinante que fue poeta, crítico de arte, cronista de la ciudad, músico y erudito contrastado.

Esa primera edición de Argos, que ilustró el mismísimo Agustí Centelles con fotos del parque del Tibidabo, puede encontrarse en los circuitos de segunda mano, pero existe también una cuidada versión que publicó en 2023 Wunderkammer, una editorial catalana que parece estar en posesión de los planos de otra cámara oscura llena de tesoros por rescatar. ¿Un consejo? Hay que comprar las dos.

En Rovaniemi, la cuna de Santa Claus, claman: “No queremos ser Barcelona”

Como no podía ser de otro modo, Cirlot se llevó el encargo a su terreno y evitó escribir una guía al uso. Su texto apela, cómo no, al simbolismo, ya que lo fundamental, sostiene, es el hecho de que estos recintos estén bajo la tutela de la rueda y el mito del eterno retorno.

En su opinión, la montaña rusa, los tiovivos, la noria, las grutas mágicas o las rutas por castillos encantados o casas de la risa rinden pleitesía a la rueda y a su capacidad de modelar y definir el mundo de las diversiones giratorias, que son, de algún modo, nuestra razón de existir: girar y girar en busca de felicidad para acabar volviendo al lugar de partida.

foto XAVIER CERVERA 23/09/2020 a pesar de la pandemia o la lejania...curiosos, locales, algun turista extranjero, ciclistas,...se acercan (en coche, andando, en bus,..) a la parte publica, abierta a transeuntes, ubicada al lado de la noria del Tibidabo, para ver la vista de Barcelona, al anochecer; el parque de diversiones no funciona...pero dejan abiertas las luces de algunas atracciones (durante pandemia coronavirus)

La noria del Tibidabo barcelonés, paradigma de la atracción circular

Xavier Cervera

Más allá de la alegoría de la rueda, Cirlot subraya la atracción que ha ejercido siempre en los humanos el ilusionismo (la capacidad de superar los límites de la física y del espacio-tiempo) pero, sobre todo, la idea del viaje (la de traspasar barreras geográficas). De esta lectura puede deducirse que necesitamos que la vida sea un parque de atracciones que provea de evasión a propios (los que no ganan para viajar) y a extraños (quienes nos enriquecen con su visita, y no solo en el sentido literal del verbo).

De hecho, el componente parque de atracciones ha estado siempre presente en los procesos de construcción urbana. ¿Qué ciudad no ha querido atraer la mirada ajena promocionando sus ferias, bellezas y diversiones? La ciudad es, en este sentido, como el coleccionista que atesora arte para mostrarlo y, de algún modo, para definirse a través de él.

Hasta la cuenca industrial del Ruhr se vende ahora como un destino turístico

Veamos el ejemplo de Barcelona, a menudo denostada por su similitud creciente a un parque temático. Es una constante en su historia, acentuada durante la época moderna, su deseo de atraer y agradar. Así, el primer antecedente conocido de la actual oficina Turisme de Barcelona es la Sociedad de Atracción de Forasteros, constituida en 1908 coincidiendo con una gran campaña de promoción: la creación de un falso barrio gótico que mezclaba elementos ornamentales de por aquí y de por allá, aprovechando la construcción de la Via Laietana. No puede negarse la intuición de aquellos avispados barceloneses.

Barcelona y otras muchas ciudades, en definitiva, se han servido del modelo clásico de los parques de atracciones para generar riqueza, ya fuera construyendo decorados (como el Gòtic), inspirándose en las atalayas (los actuales miradores turísticos), en los teatrillos de autómatas (las experiencias de realidad expandida de hoy), en rutas circulares como la del mítico funicular aéreo del Tibidabo (el Bus Turístic) o en los falsos castillos hechizados (los renovados edificios del Eixample que del original solo conservan la fachada, o las tiendas de baratillo abiertas en locales con mobiliario de maderas nobles que son testimonio de un pasado más digno).

Imagen del Funicular del Tibidabo llegando al parque de atracciones

El viejo funicular aéreo del Tibidabo, otra atracción bajo la tutela de la rueda

Archivo

En general, este proceso se ha acelerado con la desindustrialización, que pone a las urbes frente al espejo: “Serás ciudad de servicio o no serás”. Esta tendencia ha propiciado incluso la reconversión turística de las viejas fábricas, desde las antiguas minas visitables de Gales hasta la cuenca del Ruhr (Renania del Norte-Westfalia), que se anuncia en Instagram (“Vacaciones al aire libre con encanto industrial”) mientras se prepara para acoger la bienal de arte Manifesta.

Pero nadie fue capaz de prever el salto de escala que iba a dar el turismo urbano por la combinación explosiva de tres factores: el éxito de esas operaciones de lifting ciudadano; el abaratamiento de los vuelos y la aparición de nuevas clases medias con poder adquisitivo. No hay ciudad que no viva o que no esté a punto de vivir en sus propias calles el efecto colateral de la masificación turística, fruto de esa tríada de circunstancias.

Lee también

Barcelona, que en 1992 reinventó para siempre el marketing de ciudades, es ahora el modelo a evitar. Lo recuerda el New York Times en un reportaje sobre el boom turístico de la finlandesa Rovaniemi, “la ciudad natal oficial de Santa Claus”. La cuestión es que, alarmados por el aluvión de visitas, sus habitantes esgrimen un lema simple y efectista: “No queremos ser Barcelona”.

Su drama es que, por su dimensión reducida y el atractivo innegable de su propuesta (¡nada menos que la cuna de Santa Claus!), en Rovaniemi estarán pronto peor que en Barcelona, si no lo están ya, igual que muchas ciudades que, a diferencia de la capital catalana, no han empezado aún a aplicar políticas para frenar el turismo masivo, o que están gobernadas por políticos neoliberales partidarios de la expansión a cualquier precio. Con el efecto ya conocido en la carestía de la vivienda y en la sustitución del comercio tradicional por tiendas clónicas sin alma. Es decir, el temido efecto parque temático.

Eso sí, siempre quedará la opción de encomendarse al influjo de la simbólica rueda de Cirlot y esperar que, tras un paseo por la cueva de la bruja, el trenecito nos devuelva indemnes al punto de salida. O resignarse. O tratar de ponerle remedio.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...