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La necesidad de un nuevo Palau

el entorno

Soy asiduo del Palau Blaugrana desde su inauguración, el 24 de septiembre de 1971. Fue una iniciativa de la directiva presidida por Agustí Montal, como respuesta a la necesidad de las secciones (baloncesto, balonmano y hockey patines) de disponer de una instalación común para satisfacer sus ambiciones competitivas. En aquel momento fue un motivo de orgullo por la modernidad de su arquitectura, donde destacaba su techo en forma de cúpula que le daba una sonoridad especial a la instalación en los grandes partidos. Valero Rivera, el creador del dream team del balonmano, solía decir que no había un ambiente que intimidara más a sus visitantes que el Palau lleno. Era eso y mucho más. “Un santuario del barcelonismo”, tal como lo bautizó Nacho Solozábal el día de la tan esperada retirada de su dorsal 7. Pero el paso de los años no perdona y, a pesar de algún lifting al que ha sido sometido el recinto, este ha quedado obsoleto para acoger partidos de grandes competiciones. Este es el caso de la Euroliga, que le sigue dando vigencia, a pesar de haberse agotado con creces las moratorias de los incumplimientos de los aforos mínimos obligatorios, fijados en más de diez mil localidades. La promesa en el horizonte de la construcción de un moderno pabellón, con capacidad para quince mil cómodos asientos, ha permitido al club ir trampeando la situación.

Sin embargo, las últimas visitas de Olympiakos, Partizan y Zalgiris, con aficiones numerosas dispuestas a acompañar a sus respectivos equipos en los desplazamientos, han puesto al descubierto las limitaciones del Palau para acoger de forma adecuada a contingentes numerosos de seguidores. El problema surge cuando la demanda supera las poco más de doscientas entradas que el Barça cede por protocolo a los equipos visitantes, que están ubicados en la grada superior de la tribuna lateral. Una solución insuficiente para situar de manera controlada al resto de la afición foránea. Los seguidores visitantes hacen acopio de entradas a través del Seient Lliure o las butacas disponibles para socios no abonados del Blaugrana, a las que acceden por medio de la reventa, y se reparten de forma dispar por el resto de los graderíos, lo que da la sensación de estar jugando fuera de casa a los feligreses del Palau. La solución a corto plazo no es sencilla, pero se recomienda a los abonados liberar lo menos posible sus localidades y que el socio acapare al máximo las dos mil entradas que el club pone a la venta. Pero lo que resulta imprescindible es que la junta renueve el compromiso obligatorio de construir un nuevo Blaugrana. Falta una declaración explícita que confirme que el Espai Barça no estará completado sin el Palau, y aquí no valen paños calientes.

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