Olvídese de comer pescado variado del Mediterráneo a un precio razonable, cuando dejen de faenar las embarcaciones de arrastre.
El cerco, en una situación muy precaria, sólo proporciona al mercado pescado azul (sardina, boquerón, jurel y caballa). Y con el palangre y el trasmallo apenas dará para servir a los restaurantes –no a todos– y cumplir con algunos encargos a las pescaderías que queden en pie. Encargos que sólo podrán pagar los consumidores de muy alto poder adquisitivo.
A cambio, la UE conseguirá lo que viene pretendiendo desde hace muchos años: que nuestros pueblos se parezcan al espacio temático del Mediterráneo de Port Aventura. Una recreación de algo muerto, un paisaje pastoril que jamás ha existido en los pueblos pesqueros de verdad. Es decir, aquellos que no son un decorado de cartón piedra para el lucimiento de polos y zapatos náuticos durante los meses de verano.
Ni los armadores, de tipología familiar en el Mediterráneo, ni la marinería, por reducida que sea ya a estas alturas, pueden mantenerse faenando 27 días al año. Pareciera como si los tecnócratas europeos hayan confundido el arrastre con los atuneros, a los que sí les sobra con 20 días para capturar toda la cuota que tienen autorizada.
Incluso la aprobación de una moratoria seguirá siendo muy mala noticia para la flota de arrastre. La espada de Damocles se mantendrá encima de sus cabezas. Malos tiempos, peores si cabe, para favorecer el relevo generacional y las inversiones siempre necesarias de mejora en la flota existente.
No vamos a negar la mayor. ¿Es inocua la pesca de arrastre para el fondo marino? Claro que no. Como tampoco lo es la que realizan las grandes flotas en los mares del Canadá, en el continente africano o en Sudamérica. Sitios de los que procederá mayoritariamente el único pescado que acabará en su frigorífico, cuando echen el cierre las embarcaciones de aquí. Para entonces el mercado acabará concentrándose en manos únicamente de grandes corporaciones industriales y fondos financieros. Más o menos lo que ya se viene advirtiendo, también, con la tierra y la ganadería.
Se extrañan luego quienes habitan en el castillo bruselense de que cada vez más colectivos del sector primario vayan llegando a la conclusión de que sólo son moneda de cambio en una partida global en la que ni pinchan ni cortan. Y que ese enfado los lleve a abrazar opciones políticas maximalistas inimaginables hasta hace poco, tras confirmar que lo que se les quiere robar es el derecho al trabajo.
El margen de maniobra en la protesta de los pescadores es, por número e impacto en el PIB, muy limitado. Pero el malhumor es generalizado y está ya instalado en otros sectores. A la Comisión le conviene seguir siendo consciente de ello. Sobre todo ahora que su presidenta, Ursula von der Leyen, se ha apresurado a firmar un nuevo acuerdo de libre comercio con el Mercosur. Un acuerdo que, por mucho que se adorne, volverá a perjudicar si se hace realidad al sector primario en beneficio de otros que la UE considera más estratégicos y relevantes.